Cambio de sentido
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Puede parecerlo, pero no tiene por qué ser lo mismo. Las soflamas con intención de agrupar a las gentes entorno al objetivo que, quien las grita, persigue, pretenden aunar voluntades, débiles por lo general, para fortalecer los intereses deseados, que no tienen por qué coincidir, como suele ocurrir, con los de quien, al final, serán los cimientos sobre los que ellos, no nosotros, construirán la estructura que les conviene.
Las voluntades dejan de serlo si la decisión que debiera continuarlas no se gesta en un proceso de pensamiento propio, inteligente y libre. Cuándo no es esto lo que sucede, la voluntad del individuo no es más que un eco de los designios implantados por los que si han pensado, mientras que él no lo hacía.
Es fácil decir lo que los más desfavorecidos quieren escuchar. Si la conciencia te lo permite, la dignidad te es ajena, e ignoras la honestidad, no tendrás problema alguno para hacerlo. Es muy probable, más cuanto peor sean las condiciones en las que vive quien te escucha, que por pura desesperación crea lo que les dices; igual dará la imposibilidad de que cumplas mañana lo que prometes hoy; igual, que se trate de lejanas utopías, pueriles fantasías o flagrantes despropósitos: no hay boca pequeña si la penuria te hace ver un bollo dónde lo que hay es una enorme rueda de molino con la que te empeñas en poder comulgar.
“Los nuestros”, quieren ellos -los que te llaman al “combate”- que sea todo ese conglomerado de descontentos, ignorados, fracasados, engañados, envidiosos, incapaces, mediocres o miserables que, por la razón que cada uno guarde en su mente, su hígado, su corazón o sus intestinos, necesitan que su situación vital cambie. Inhábiles de valerse por sí mismos para abandonar la carencia que padecen y convertirse en capaces de acariciar el bienestar, el éxito o, al menos, la mejora de las condiciones que les subyugan, no les suele importar que ese cambio se produzca a costa del bien de otros, que pasarían a ocupar el sitio del que ellos quieren salir a costa de quien y de lo que sea, porque sólo es eso lo que quieren: salir, como y a pesar de quien sea.
Los cambios pueden ser buenos, a veces necesarios, o incluso imprescindibles e inaplazables; dependerá de cuál sea la situación en la que nos encontremos. Si algo está bien, si funciona de modo correcto, el cambio sólo sería recomendable en caso de mejora, si cupiese, de lo que ya tenemos.
La situación en la que estamos, el estado genérico de las cosas que afectan al modo de vida que tenemos, y al que esperamos tener mañana, lo percibimos, en el desarrollo diario de nuestras vidas, a través de una multiplicidad muy amplia de factores que la hacen buena, menos buena, regular, soportable, mala, o desastrosa. Sólo cada uno de nosotros puede, con propiedad, percibir, calificar y decidir la calidad, si la hay, de la vida que tiene, y si ésta le es confortable, soportable, suficiente o inadmisible. Luego, si la coherencia está presente, la inteligencia no se ha exiliado, y no nos ha dejado huérfanos la voluntad, en caso de querer, anhelar o necesitar cambiar la circunstancia que no nos complace, colma o ilusiona, tendremos a nuestra disposición, si los buscamos y peleamos por ellos, los medios para conseguirlo.
Lo que no es ni puede ser ni nunca será, es que vengan otros a sacarnos las castañas del fuego, a complacernos en lo que deseamos, o a “regalarnos” lo que ansiamos; da igual quien sea el que lo prometa, en qué momento de la Historia lo haga, o el modo en el que asegure lo hará; siempre será una gran mentira, puede, sí, que envuelta, con habilidad, en terciopelo y adornada con cinta de seda, pero nada más que una falsa patraña al fin resultará, y, por ende, quien la sostiene, un vulgar embaucador, con más o menos presencia, oratoria y desvergüenza también, pero, ¡de cierto!, falsario y embustero.
Esos “nuestros”, buscados, reclamados y azuzados a gritos por el populismo que esté de turno, nunca se tratará de nosotros, porque no somos nosotros los que para ellos cuentan, sólo nos utilizan, no se engañen. Sus “nosotros” nada tienen que ver con nosotros, con el pueblo ni con las gentes de a pie que se parten el espinazo cada día parar llegar al día siguiente. Sus “nuestros” solo son sus ellos, esa famosa, tan traída y llevada “casta”, en la que se acomodan y a la que se aferran, como si la vida les fuese en ello, todos los que hasta ella han llegado y en ella se han asentado. Un estatus, de privilegios mezquinos, obscenos, deplorables y hasta repugnantes, que se niegan a abandonar por la razón, simple, de que están hechos de la misma mierda contra la que aseguran combatir, de ella nacieron y, claro, extrañarían estar lejos del “hogar”.
No, no nos merecen, no somos “los nuestros” que ellos predican y necesitan para auparse a un poder ladino y antisocial. Pero somos nosotros los que no los necesitamos a ellos para conseguir lo que nunca vamos a lograr si no somos conscientes de que no somos “sus nuestros”.
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