MÁS de un millón y medio de personas llegaron el año pasado a Europa huyendo de las guerras de Oriente Medio, desde Siria a Irán pasando por Afganistán y otros países en los que el ruido de las bombas es tan persistente y habitual como las campanas de nuestras iglesias en los pueblos en los que vivimos. Son los que hemos llamado refugiados, a los que en Europa, con gran esfuerzo, tratamos de hacerles un hueco 'almacenándolos' de mala manera en campamentos y fronteras que les impiden el más mínimo movimiento de subsistencia y libertad. Además de este 'tsunami' de desfavorecidos, ya nos hemos acostumbrado a la tragedia de los miles de subsaharianos que cada año intentan cruzar el Mediterráneo y dejan la vida en aguas tan confortables y acogedoras para nosotros. Entre unos y otros, se cuentan por decenas los miles de personas que pierden la vida en este enloquecido viaje en busca de 'la tierra prometida', huyendo del hambre y de la más absoluta pobreza y soñando con alcanzar un nivel de vida que han visto en las pantallas de televisión y que no son más que la parodia de otra forma de morir.
Incluidos en este drama nos detallan ahora que más de 28.000 niños o jóvenes, que no llegan a los 18 años, han llegado a Europa solos, en una aventura no se sabe muy bien si propiciada por su propia inquietud o por los padres, que les echan, les empujan a la búsqueda de una nueva vida, sabedores de que allí donde ellos se quedan, sus hijos no tienen la más mínima probabilidad de subsistencia. Son niños y niñas, la mayoría entre 15 y 17 años, lanzados en solitario a buscarse la vida y un mendrugo de pan en la peor de las condiciones posibles. En Grecia, Macedonia, Serbia y países del entorno existen ONG`s y otras asociaciones que les dan los primeros auxilios, un bocadillo y una manta y tratan de darles cobijo en campamentos destartalados en los que 'fichan' a estos niños, con nombre, edad, procedencia y posibles destinos para después, junto a los países de fin de viaje, seguirles el curso para tratar de continuar ayudándoles.
Más de diez mil de estos niños, nos dice Interpol, se han perdido. No se sabe dónde están ni a dónde han ido a parar. O por propia iniciativa se han escapado huyendo de los controles de las ONG`s, o están refugiados en domicilios particulares de familias caritativas que acceden a mantenerlos o, lo que es terrible, han caído en manos de mafias organizadas que, a cambio de unos euros, los explotan laboral o sexualmente. Son mafias organizadas que viven gracias a la explotación más inhumana que pueda existir. Pero con la misma frialdad con que leemos estas noticias y con la misma impotencia con que imaginamos estas situaciones, la civilización moderna no es capaz de poner freno a las grandes diferencias de pobres y ricos o simplemente de paliar los desmanes a que están sometidos los desfavorecidos de la tierra. Si atendemos al sentido bíblico de la referencia, la 'tierra prometida' para los judíos era aquella que les ofreciera salir de la desesperación y la persecución a la que estaban sometidos por los egipcios. Hoy, debido a las guerras, a la pobreza, al mal reparto mundial de la riqueza, al esquelético desarrollo de las poblaciones del sur del mundo (con excepciones), la 'tierra prometida' para los miserables es la Europa civilizada y los Estados Unidos. Parece que hemos alcanzado unos niveles de vida y desarrollo a los que puedan aspirar el resto de los humanos. También se puede morir de hambre en los países civilizados, también nos asustamos nosotros mismos de la pobreza y desigualdades que tenemos a nuestro lado. Pero nunca serán situaciones comparables con las que estarán soportando esos diez mil niños perdidos en los lupanares de Europa o esas decenas de miles de ahogados que inundan los abismos del Mediterráneo.
darocabruno@gmail.com
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