Francisco Orgambides

El torero que paraba los relojes

Rafael de Paula.
Rafael de Paula.

02 de noviembre 2025 - 20:31

Hemos perdido a Rafael de Paula, mucho más que una figura histórica del toreo, a los 25 años de su inesperada retirada en la arena de la plaza de toros de Jerez, en aquella tarde de feria que hizo vibrar por última vez los tendidos alternando con Curro Romero y Finito de Córdoba que sustituía a Morante de la Puebla, precisamente un torero de su predilección al que apoderó fugazmente pocos años después. Curiosamente ambos, Rafael por arrebato y José Antonio en un decisión inesperada aunque al parecer no repentina, se quitaron ellos mismos el añadido en el ruedo.

Rafael Soto Moreno nació en Jerez, en el barrio de Santiago, el 11 de febrero de 1940 en el número 2 de la calle Cantarería, tenía 85 años. Hijo de Tomasa y de Francisco de Paula, un apreciado cochero y cuidador de caballos, con prestigio legendario en su oficio. La infancia del torero transcurrió algunos años en Córdoba, en Hornachuelos, donde su padre estuvo trabajando en la Yeguada Militar. Precisamente en la vieja plaza de los Tejares de la capital cordobesa tuvo el futuro torero el primer contacto con un mundo en el que se iba a convertir en mítica figura histórica.

Ayudaba a su padre en un servicio de caballos en las tripas del legendario coso cordobés, pero su curiosidad le llevó a asomarse al tendido y presenciar la actuación de un torero corpulento, vestido de celeste y oro enmarcando su recuerdo el color de la plaza y los brillos tenues del atardecer. Más tarde diría que tal vez aquel que vio era Rafael Ortega.

La misma sensación viviría poco después. Retorna su familia a Jerez y cuando cumplió 15 años, un martes y trece de septiembre de 1955, de nuevo se asomó a su destino -esta vez en la plaza de Jerez- y le impresionó Gregorio Sánchez, de caña y oro, lidiando un novillo jabonero, una tarde que alternaba con Joselito Huerta y Juan Antonio Romero, El Ciclón de Jerez. A Paula le encantaba recordar estos detalles y los saboreaba contándolos.

Desde aquella tarde quiso ser torero y comenzó a torear de salón en la azotea de su casa, utilizando las fotografías de El Ruedo como cartilla de primeras letras taurinas. Al tiempo que comienza a trabajar en un taller de motores de la jerezana calle Juan Sánchez, va creciendo la afición y la innata estética en el futuro torero. Por su personalidad, su inquietud y riqueza interior, y eso de ser gitano en la masa de la sangre, privilegiado caldo de cultivo para enraizar sentimientos artísticos, hicieron que la semilla de la afición creciera con vigor.

Todavía no se ha puesto delante hasta que comienza a acudir a la finca de Bohórquez, La Peñuela, de la mano de los Barroso, Pepe -entonces novillero- y Alfonso, el que sería figura de los picadores. En uno de esos tentaderos con Pepe Barroso como invitado, bajó de la tapia a dar sus primeros pases. Aquellas maneras no pasaron desapercibidas.

Otra leyenda del toreo, Bernardo Muñoz Carnicerito de Málaga vio que más que madera había allí un diamante por pulir. Habló con el empresario Pepe Belmonte y llevaron a Rafael Soto a la finca Gómez Cardeña, para que lo viera nada menos que Juan Belmonte.

Allí comienza a forjarse el profesional y la leyenda y Bernardo, con largo recorrido en las dos orillas del toreo, significó mucho en el nacimiento del torero y su concepto artístico con los cimientos de mucho tentadero en el campo por todo el rincón taurino y con Belmonte que a veces le enviaba hasta un coche para recoger a Paulita porque le encantaba verlo torear. Precisamente Rafael se casaría años después con Marina, la hija de Bernardo Muñoz, a su vez sobrina de un torero jerezano que perdería la vida en Las Ventas, El Coli.

El 9 de mayo de 1957 viste su primer traje de luces en Ronda y el 2 de mayo de 1958 se presenta en Jerez con ganado de Belmonte junto a Antonio González y Juan García Mondeño. Aquella tarde de mayo en Jerez nació Rafael de Paula, ya que antes se había anunciado como Rafael Soto Jerezano y Rafael Soto Paulita. Lo bautizó así José María de Cossío, en una conversación con el empresario de Jerez Pepe Belmonte en el mes de abril anterior, en la feria de Sevilla.

Estuvo tres temporadas como novillero: 17 novilladas en 1958, 30 en 1959 y 30 en 1960, antes de su alternativa en Ronda en septiembre, en una corrida goyesca, con Julio Aparicio de Padrino y Antonio Ordóñez como testigo con toros de Atanasio Fernández.

Ya había pagado el duro tributo de sangre en El Puerto el 1 de junio de 1958, en Cádiz el 15 de marzo de 1959, en Sevilla el 29 de junio siguiente y en Zaragoza, el 15 de mayo de 1960. Porque a Rafael le pegaron fuerte los toros. Pero aquello no mermó su valor porque al torero de Jerez años después le sobraría el valor para ponerse delante de los toros pese a que su lesión de rodillas, desde muy pronto, le dejaba a merced del cuatreño. Había que tener mucho valor para ponerse delante de un toro con ese hándicap de las rodillas, que a otro cualquiera lo hubiera mandado a su casa.

Desde aquella tarde rondeña de 1960 se sucedieron una serie de tardes mágicas y momentos inenarrables para el toreo, una trayectoria escrita también con sus renglones torcidos pero que conmocionaban a los tendidos y al toreo. Rafael de Paula toreaba como los demás soñaban.

Comenzó su carrera toreando muy poco y en el rincón del sur, casi para sus inquebrantables devotos. El 28 de junio de 1964 se encierra con seis toros -una hazaña que repetiría muchas veces- en Jerez. Ocho orejas le corta a los toros de Guardiola, dos de ellos desorejados, y se le rinde Jerez. Pocos toreros han hecho enloquecer a los tendidos como Rafael de Paula, que convertía a los buenos aficionados en fieles partidarios que le seguían por las plazas. Pero sigue toreando muy poco y en lo que en el toreo se conocía como el rincón taurino del sur. Eso sí, toreando muy despacio con todo el cuerpo, y con una elegancia estética fuera de los común. De nuevo se encierra con seis toros, esta vez en El Puerto cortando dos orejas. El maestro iba dejando tardes inolvidables por el rincón, pero era como un secreto de por aquí, un privilegio de los aficionados de esta zona que lo seguían a Sevilla y Málaga casi con codicia, como si aquel tesoro no se quisiera compartir con el resto del planeta del toro.

No cambia su suerte hasta que a los 14 años de su alternativa y 15 de su presentación como novillero en la primera plaza del mundo, se confirma como matador de toros el 28 de mayo de 1974, con Galloso y Julio Robles ante toros de Osborne. Un solo quite pone al público de Madrid a cavilar hasta que el siguiente 5 de octubre escribe una de las páginas más bellas de la historia del toreo en la plaza de Vista Alegre con Antonio Bienvenida y Curro Romero. A Rafael le gustaba mucho contar como esa tarde, en la que Bienvenida se fue de los ruedos, el torero nacido en Caracas llevaba el capotillo de luto que lució Joselito al morir su madre, un capotillo que fue del suegro de Rafael, Bernardo Muñoz “Carnicerito de Málaga”.

El mito no había hecho más que empezar. Se inmortalizó para siempre Rafael de Paula y comenzó un rosario de actuaciones mágicas. Las tardes de Madrid, la tarde del toro de Benavides y la de Vistalegre son míticas pero en Jerez se ha disfrutado y mucho de Rafael Paula. El día de la encerrona de Guardiola cortó siete orejas y lo llevaron a hombros por las calles y la faena de 1979 a “Sedoso” de Marqués de Domecq, es uno de los grandes Non Plus Ultra en la memoria de los aficionados que la vivieron. Al maestro le gustaba recordar que ese año fue el mejor de su carrera, lo llevaban los Chopera, toreó cuarenta tardes y movilizó a escritores, artistas y cantaores en una peregrinación por las plazas detrás del que toreaba como los demás sueñan.

Fue una carrera que terminó aquella tarde en Jerez hace un cuarto de siglo ya, y una vida que terminó ayer pero que ha dejado una huella muy honda. Sus hijos, Rafael, Bernardo y Jesús se reparten ese caudal de talento que lleva la masa de la sangre de la familia con la cultura del toro, el caballo y el arte, en este caso Jesús con la literatura. Rafael deja carrera de tardes para la gloria y el fracaso en la memoria de los buenos aficionados, una carrera que han durado lo mismo que una de sus verónicas y que no cabe en estas líneas, de un torero que era grande hasta en la derrota. Tardes en las que hacía saltar la banca y tardes de toros al corral de una figura histórica cuya creatividad en la plaza también generó mucha creatividad artística en aquellos escritores, artistas y cantaores.

Una carrera que mereció aquella medalla de las Bellas Artes que recogió de manos del Rey de España en Cádiz, y un torero al que la plaza de Madrid rindió homenaje, de la mano de Jeselito y Morante de la Puebla en una tarde en la que el maestro hizo su último paseíllo con la pereza con la que movía el capote, y esa cansina marchosería de añeja solera que solo Jerez comprende. Porque antes de Rafael de Paula el toreo era una disciplina artística en la que los relojes marcaban las cinco de la tarde; Rafael paró los relojes y a los aficionados nos queda haber disfrutado de un torero así y tararear las bulerías del Torta,

“¡Ay que alegría

de ser torero

y en la cuadrilla del Paula

Salir de banderillero”

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