Jesús Benítez
David Gilmour, alma viva de Pink Floyd
JEREZ ÍNTIMO
El horóscopo del talento no es un dado -tetraedro regular- que se despeña por la vertiente del destino. Esta cucharada de miel no está al alcance de todos los labios. El talento es anterior a la propia edad de quien exhibe su fontana de asombro. Proviene de los hondones de la mismidad. Talento rima con temperamento: ambas naturalezas innatas florecen a nativitate. Son consustanciales a la exclusiva conformación -y ulterior confirmación: esto es: proclamación- del ser. No debemos confundir talento con técnica ni temperamento con carácter. El talento -cuando despliega sus fértiles alas como una rúbrica infalsificable- se escribe y describe con la vitalicia letra ese de sempiterno. Sobrevive a la muerte -que es trasvase de planos pero no ebullición del agua-. Hay muchos adictos a la falsificación del talento: a la postre fallida intentona cuyo desenmascaramiento siempre queda a la intemperie. El talento no descansa en la impostura, no se ensimisma en la mirada bifronte, no confisca el veredicto de la certeza. El talento precisa de identidad no necesariamente desplegada al por mayor. El talento es sui generis, como el fondo medular de su autoría. El talento es distintivo y heterodoxo, como una conmovedora correlación de asuntos propios. El joven fotoperiodista, photojournalist, Javier Fergo desplegó -como la ‘Vida exterior’ del poema de Manuel Altolaguirre- un talento sensible y humanitario cuya función social derribó fronteras internacionales. Sus fotos, como el potencial introspectivo que aún conserva la celebérrima canción de Ana Belén y Víctor Manuel, abría murallas.
No incurro al voleo en un chovinismo de baratija porque la obra de Fergo ha sobrevivido con creces a su prematuro fallecimiento. De Jerez al universo. Varios años después del óbito el periodismo de carne y hueso que cultivó el bueno de Javier -tan jerezano de pura cepa como ciudadano del mundo- continúa sofocando cualquier transitoria encrucijada del espectador (para sumirlo en el permanente interrogante -elástico como un sentimiento encontradizo- de la reflexión). Las fotos de Javier vuelven del revés la condición de lo noticiable. Un silente discurso unitivo gravitaba detrás de la mirada de Javier, como un trasfondo de luz que enfocaba la inmortalidad -la consagración- del instante. En la secuencia oficiosa también prevalece el testimonio de la verdad (social). Recientemente la ciudad de Zaragoza ha rendido un nuevo tributo a su obra de reportero global. A veces pienso qué diría Javier si hubiese tenido que intervenir en estos homenajes post mortem, tan finos como la línea divisoria del recuerdo, y siempre me atengo al parafraseo de los versos del poeta de la generación del 27 José María Hinojosa: “Entre los troncos negros de un bosque interminable/ está mi cuerpo libre y libre está mi alma/ corriendo por mis huesos torrentes de verdades/ mientras riego con sangre mis primeras palabras”.
Cuando recuerdo a Javier, que fue hermano en la túnica blanca de las Cinco Llagas, la nostalgia despierta a diario del mañana al ayer, con legañas retrospectivas. Zaragoza ha acogido la presentación del libro ‘Covid Photo Diaries’. Se trata de un nuevo título de la colección Jalón Ángel. Los autores, todos fotoperiodistas, dedican esta publicación a Javier. La cita cultural tuvo lugar en el salón de actos del Edificio Grupo San Valero. Responde a una obra colectiva de ocho fotógrafos que muestra cómo se vivió la pandemia de la covid-19, a saber: Javier Fergo, Anna Surinyach, Isabel Permuy, José Colón, Judith Prat, Manu Brabo, Olmo Calvo y Susana Girón. Todos ellos, sin pensárselo dos veces, decidieron salir a la calle y contar lo que sucedía en las vidas de las personas. En diferentes contextos. Hospitales, familias, profesionales del sector sanitario, víctimas… Sin más dilación rompo una lanza a favor del archivo Jalón Ángel, cuyo objetivo aspira a formar parte de la historia de la fotografía desde el servicio cultural a la comunidad. Por tan laudable y plausible razón, además de las exposiciones e investigaciones que proponen cada dos por tres, también apoyan incondicionalmente la producción fotográfica contemporánea, desde diferentes ángulos, enfoques y objetivos.
Esta necesaria iniciativa ha sido coordinada por Judith Prat. Los padres de Javier, Charo y Antonio, estuvieron presentes en el acto. Fue Pilar Irala, directora de la colección y moderadora de este encuentro, quien leyera una carta escrita ex profeso para la ocasión por Laura, la hermana de Javier. Laura, en la voz de Pilar, expresó que “el proyecto que Javi ideó para ‘Covid Photo Diaries’ refleja el alma de mi hermano, él quería dar visibilidad a esas personas invisibles. Javi nos contaba sus conversaciones con inmigrantes o personas sin techo, de los que siempre hablaba desde el respeto y con su lente los retrataba con dignidad. Mi hermano me contaba semanas antes de fallecer que había encontrado su propósito de vida, que era dar la voz a los que no la podían alzar, que es exactamente lo que su cuadernillo en este libro refleja. En su corta vida, Javi nos dio mucho, mucho amor, risas, respeto y la delicadeza de su mirada que se conserva a través del gran legado que es su colección audiovisual. Estaba orgulloso de participar en este libro y su familia, en su nombre, os agradece que se lo dediquéis”. ¡Va por él: un beso al cielo!
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