El lanzador de cuchillos

Las vacaciones del Ángel de la Guarda

Hoy no estoy para políticos agrandados, opinadores fatuos ni famosillos de los chinos

Leo en el periódico que Esquerra Republicana ha aprobado la hoja de ruta que debe terminar en un referéndum acordado con el Estado y la proclamación de la secesión, siempre que en la consulta pactada haya una participación mínima del cincuenta por ciento y vote a favor de la independencia un cincuenta y cinco. Bolaños dijo que era imposible. Se hará, claro.

Cuenta otro diario que el sector socialista del Gobierno ha deslizado que el Ejecutivo trabaja ya en la modificación de la ley del sólo sí es sí, para evitar el incesante goteo de rebajas de condenas a violadores. Irene Montero lo niega, pero acabará tragando, porque las elecciones se acercan y la hipoteca de Galapagar hay que seguir pagándola.

Se queja Candela Peña en una entrevista de que, a pesar de tener tres Goya, lleva años sin recibir ofertas de trabajo y come "mierda a caños"; dice sentirse castigada por dar su opinión: "Mi opinión puede ser un truño, perfecto, pero el mundo me deprime si no podemos decir nada". Critica al sistema, pero uno tiene la impresión de que va en la dirección equivocada. No sé si por despiste o porque, en el fondo, no es tan valiente.

Los tertulianos de la radio se enfrascan en una discusión altilocuente sobre Sánchez, Feijóo y la sanidad pública madrileña. Cambio a la tele y más de lo mismo: leña al mono, que es de goma y estudia en la Complutense, Ayuso al paredón y el desayuno carcelario de Dani Alves. Pero me importa un carajo. Como me importan un carajo Tamara y el tontopollas de su novio, la pelea de Federico con Rocío Monasterio y que Begoña Villacís se vaya a pasar con armas y bagajes al PP de Martínez-Almeida. Porque hoy sólo tengo en la cabeza -no logro quitármelos de encima- al sacristán de Algeciras asesinado por un fanático, y a la familia aragonesa -el joven matrimonio y sus dos hijos, uno aún en el vientre de su madre- que murió calcinada en un choque frontal. La crueldad humana y una mala suerte atroz les han arrebatado la vida a personas que no lo merecían. Hoy no estoy para políticos agrandados, opinadores fatuos ni famosillos de los chinos. Sólo puedo pensar en la tragedia de Diego, de Santiago y de la familia de Inés y Tomás, que, cuando salieron de casa, desconocían que su ángel de la guarda se había cogido unos días de vacaciones.

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