La vela azul

El lector sin fe puede alegar que los dogmas ni le van ni le vienen, y tal vez no le vayan, pero le vienen

Los artículos que más me gustaron de anteayer señalaban la paradoja de que celebremos una Constitución que vulneramos. El día de la Inmaculada también es una oportunidad paradójica. Conmemoramos lo que no recordamos ni qué es. Hasta demasiados católicos formados confunden los dogmas y se piensan que se exalta la concepción virginal de Jesús. ¡Qué va! La Concepción es la de la Virgen María maravillosamente en el seno de santa Ana en unión con san Joaquín.

La potencia del suceso merece un día de descanso anual para asumirlo. Frente a tanto prejuicio puritano anticatólico, hace del lecho conyugal el ara donde se realizó el luminoso prodigio. Y para que no quepan dudas, la Natividad de la Virgen se celebra nueve meses justos después, el ocho de septiembre. Las cuentas claras. El paraíso terrenal nos salió rana, pero Dios, muy de dar segundas oportunidades, quiso que el traspiés de la manzana ni manchase al matrimonio ni rozase a María, convirtiéndola en modelo y culmen de la Humanidad. Ella es lo mejor del paraíso salvado del naufragio de Eva y Adán. El ángel que guardaba con una espada flamígera la puerta del Edén hizo una reverencia, y no dijo ni mu.

Hijo aparte, nadie nunca ha sido ni será más excelso. El hecho de que el privilegio corresponda a una mujer debería echar las campanas al vuelo de todos los tipos de feminismo. Occidente ha sido de lejos donde las mujeres se han desarrollado más libremente gracias, en muy buena medida, al halo benéfico de la feminidad sublime de María, que ha cruzado los siglos, y ante la que se ha postrado, reverente, toda la Cristiandad desde papas, emperadores y prelados hasta los pobres pastores de ganado.

Algún buen lector sin fe (qué digo "bueno", extraordinario, pues hasta aquí ha llegado) puede alegar que los dogmas ni le van ni le vienen. Tal vez no le vayan, pero le vienen y, por eso es tan justo que nuestra España laica celebre el día de la Inmaculada Concepción. Históricamente nuestro país se significó por defender más que nadie este dogma que apuntala civilmente dos hechos esplendorosos. La altísima dignidad a la que está llamada la naturaleza humana y que fuese una mujer muy humilde la que nos diese la más perfecta expresión de esa victoria sobre el mal.

A las cuatro velas -morada, verde, roja y blanca- de la corona de Adviento, hemos añadido en casa una más: una vela azul celeste, que encendemos hoy con plena conciencia de su luz.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios