Carlos Colón

Y el velo del Templo se rasgó

La ciudad y los días

Esta noche se cumple: "Jesús, que podamos ser tus contemporáneos, para verte tal como pasaste en la tierra"

06 de abril 2023 - 01:33

Estaba el Señor solo en su camarín, sin cruz, maniatado, herido por los cardos de su túnica, pura fuerza de Dios queriendo darse, oculto tras la cortina púrpura como oculta estaba la Palabra de Dios escrita en las Tablas de la Ley en el Arca de la Alianza tras el velo del Santo de los Santos al que sólo el Sumo Sacerdote podía acceder un día al año, el de Yom Kipur, el día de la expiación, del arrepentimiento y del perdón. Era el Señor en esta santa soledad maniatada y resguardada el Asiento de Misericordia para la Presencia Divina, como llamaban nuestros hermanos mayores hebreos al Arca de la Alianza; herido, no vestido, por el oro doloroso de los cardos de su túnica como cubierta estaba el Arca por un propiciatorio de oro puro, mientras su paso, buscándolo con ciega determinación, venía por Eslava y la plaza de San Lorenzo.

Entró el paso en la Basílica llevando al Señor todo el castigo y toda la misericordia, toda la gloria y todo el dolor del mundo -el diluvio, Sansón ciego derribando las columnas del templo, Moisés haciendo brotar agua de la roca, el perdón del hijo pródigo- y todo el dolor y la misericordia de Cristo -prendimiento, flagelación, coronación de espinas, camino del Calvario- redimiéndolo. Llegó hasta el Gran Poder de Dios oculto el retumbar de los pasos de los costaleros sobre la rampa que salva los escalones del presbiterio como si fueran el temblor de tierra tras su agonía. Quedó quieto el paso, dorada ansiedad, junto al altar. La cortina púrpura se descorrió como el velo del templo rasgándose en dos y la gloria de Dios que los israelitas vieron en el Sinaí "como un fuego abrasador en la cumbre de un monte" se apareció en cuerpo humano. A la izquierda, casualidad, el altar en el que se inmolará tras cargar con él, la cruz del Señor del Gran Poder, estaba sobre la mesa de altar en la que diariamente se repite el sacrificio. Porque "el que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, es el mismo que se ofreció a sí mismo en la cruz".

Descendió el Cordero maniatado, más manso, más entregado que nunca, y tomó posesión de su dorada calle de la amargura. Dio sus chicotás más trágicas, cautivo sobre el paso desnudo, hasta quedar frente a la puerta tras la que Sevilla espera a su Señor. Y todo quedó dispuesto para que esta noche se cumpla la oración de Kierkegaard: "Jesús, que podamos ser tus contemporáneos, para verte tal como pasaste en la tierra".

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