Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Zamiatin
ESTE verano ha sido también atípico hasta para los contenidos de mi columna. Se acuerdan ustedes que, en otras ocasiones, he escrito sobre los especímenes veraniegos que tanto se hacen notar en unas vacaciones - o lo que sea -. Pues, este año, por unas cosas o por otras, no ha habido ese anual relato social de andar por casa - en chanclas y pantalón corto -. Este último miércoles agosteño me van a permitir hablarles del ocupa estival; todavía pueden ustedes sufrirlo. Imagínense la escena: Suena el teléfono allá por los primeros días de julio. Es un primo de tu mujer, cuya relación familiar contigo - y con tu mujer - es sólo veraniega. ¿Cuándo os parece que vayamos unos días a celebrar el día… - aquí echen manos del santoral y pongan el santo de un día de agosto -, que la familia no se puede desunir y cada día nos vemos menos? ¡Menos mal que nos vemos poco! - piensa uno, sin dar tiempo a verbalizar nada porque, el primo continúa. Vamos con los niños un fin de semana, vosotros no os preocupéis de nada que, ahora, con las camas hinchables, se duerme en cualquier sitio; comemos en el chiringuito y por la noche, damos una vuelta y con unas tapitas echamos el día. Además, nosotros nos llevamos alguna cosa de aquí, que os va a gustar y que puede solucionar la comida de los niños. Resultado: el fin de semana se convierte en quince días, al chiringuito de la playa sólo se ha ido un día para comprar una botella de agua, hemos comido en mi casa, la santa de tu mujer ha tenido que hacer la comida todos los días; lo de "con cualquier cosa nos apañamos" es un maldito eufemismo que ha quemado, durante diez días, en los oídos; por la noche, se ha ido a los bares de tapas, donde el buen primo, un día había olvidado la cartera, otro el cajero no funcionaba, otro…; para las camas hinchables se tenido que retranquear la estantería del salón y sacar dos sillones a la terraza y, además, los niños del primo tienen veintidós años, están llenos de tatuajes y vienen con sus novias, tatuadas asimismo un poco más abajo del ombligo. ¡Se vende piso!
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