SEMANA SANTA | OPINIÓN

MANUEL SERRANO JIMÉNEZ

Vestir la túnica

Vestir la túnica

Vestir la túnica / Manuel Aranda

Desde hace varios años hay algunas hermandades que están haciendo una campaña entre sus hermanos para que éstos vistan la túnica de nazareno y eso es algo que me parece plausible, encomiable, porque es intentar recuperar a esos muchos hermanos que no se visten de nazareno, por diferentes motivos y distintas causas.

Así que felicito por ello a esas hermandades, pocas a mi entender, que le quieren y están dándole la importancia que tiene el vestir la túnica nazarena y animo a todas las demás a que se unan a esta loable iniciativa.

El vestir la túnica nazarena debe de ser un orgullo, algo muy grande para los cofrades. Debe ser algo que se adquiera casi al nacer, porque desde pequeños nuestros padres nos incitaran y animaran a ello, aunque tampoco esté nada mal, más bien todo lo contrario, el que se obtenga esa costumbre por deseo propio, por convencimiento, luego de mayor sin importar la edad.

Hay en estos tiempos muchos cofrades que, tal vez, porque lleguen tarde a las hermandades, su primer encuentro con ellas es el de ser costalero y están así varios años, incluso hasta llega a gustarle la hermandad y a sentirse identificado con ella, pero cuando llegan a una edad, para mi todavía temprana y muy joven, dejan de cargar, seguramente, porque estén cansados o lesionados y, aunque sigan siendo hermanos, no se visten de nazareno.

Alegan algunos de esos que no se ponen el hábito nazareno, que ya “están mayores para eso”, y seguramente lo dicen porque no sienten o no han tenido la oportunidad de sentir lo que es el vestir esa túnica y procesionar con ella junto a tus Sagrados Titulares. Tal vez porque no han tenido desde pequeños esa enseñanza de sus padres o de su familia y no han podido percibir la inmensa alegría que se siente por vestirse de nazareno.

Porque, a mi manera de ver, el vestir la túnica, la túnica de mi hermandad, es un acto de amor a Cristo y a María, de devoción a nuestros Titulares, de fe, de culto público a Dios, de fervor, de responsabilidad para con nuestra hermandad, de coherencia con nuestras creencias.

También pienso que es así, vestido con el sagrado habito nazareno, como el momento ideal del que muchas veces no disponemos, en la vorágine del día a día, para la meditación en los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo y en los Dolores de su Santísima Madre. Asimismo, creo que son momentos únicos para reflexionar sobre nuestra vida, para orar calladamente, para hablar con Dios de Tú a tú, de hacer penitencia interior.

Porque el vestir la túnica para el procesionar junto a los Benditos Titulares de nuestra hermandad cada año, cada Semana Santa, tiene que ser algo que nos salgo desde muy dentro, debe de ser algo que necesitemos y sintamos como cristianos que somos, algo en el que se nos note nuestro sentir religioso, nuestras creencias, nuestra manera de ser y de sentir.

Quien no haya vestido una túnica no conoce lo que siente con ella en la procesión, no sabe lo que es ir igualado en los colores de nuestra hermandad de forma anónima, no conoce lo que es ir en el cortejo penitencial acompañado de sus hermanos en la fe y devoción a Cristo y a María y sintiendo a ellos detrás nuestro. No podrá comprender lo que es el sentido espiritual de meditar calladamente y hablar con tu conciencia.

Pero también pienso que no es lo mismo el vestirse de nazareno que el ser nazareno. El ser nazareno es sentirse así desde que los padres lo iniciaron en ese sagrado menester y permanecer en ello toda la vida, aunque no se pueda poner, por la causa que sea, el habito cofrade, incluso hasta la hora en que se haya de presentar ante el Padre.

El vestirse de nazareno, aunque, insisto es muy bueno y loable, si no se lleva y se tiene ese espíritu que nos debe de impregnar esa ropa puede quedar en algo frío, monótono, rutinario y en algo lejos del verdadero sentido espiritual que conlleva el sentirse nazareno, en ser discípulo de Cristo.

Es para mí un ejemplo, y creo que deben de mirarse en ellos los más jóvenes, el hecho de que aún haya muchos cofrades que con una edad que supera los cincuenta y sesenta años de edad siguen cada año vistiendo la túnica nazarena de su hermandad. Maravilloso y eficaz ejemplo que deben de seguir muchos cofrades que no lo hacen.

Hace algunos años varios medios de comunicación que se dedican/dedicaban a la información cofrade hablaban de que en muchos cortejos procesionales de nuestra Semana Santa faltaban “manos arrugás” porque se veían muy pocas en los mismos.

Las dos cosas, a las campañas sobre la túnica me refiero, me parecen extraordinariamente buenas, positivas y necesarias para que cada año más y más hermanos de cada Hermandad vistan la túnica nazarena, porque la verdad, es algunas veces “un tanto triste” ver los cortejos de nazarenos de algunas hermandades en las que faltan muchos hermanos y que luego se ven por fuera de la procesión con sus medallas puestas.

Alguna razón de peso, muy fuerte, tendrán, digo yo, para no llevar el hábito de su hermandad, me refiero a razones de salud, enfermedad u otra de tanto peso que le impida esa bendita acción, porque cualquier otra, de verdad que no la entiendo aunque las respeto, porque cada uno sabe lo que tiene que hacer y yo no soy nadie para juzgarle.

Por eso desde estas líneas animo a todos los que puedan, aunque estemos inmersos en plena Semana Santa, (nunca es tarde y seguro que en las diferentes hermandades siempre será bien recibido un nuevo hermano/a que quiera vestirse de nazareno) que se animen y vistan la túnica de su Hermandad, porque así irán sintiendo y percibiendo todo lo que ello conlleva y que hemos tratado de explicar en estas líneas.

Estoy seguro de que si lo hacen querrán permanecer en esas filas penitentes con su túnica de capa o de cola, con cíngulo o esparto, pero al fin y al cabo con esa ropa de nuestra querida hermandad que, estoy seguro, muchos querrán llevar hasta el fin de sus días.

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