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Tribuna

Esteban fernández-Hinojosa

Sombras del pasado

Hablar hoy de eugenesia puede resultar hiperbólico. Como sus destinatarios son los más débiles, quien cuestiona su lógica corre el riesgo de ser considerado un bárbaro sin compasión

Sombras del pasado

Sombras del pasado / rosell

Durante más de un siglo, la eugenesia se consideró una visión avanzada del mundo; se diría que las propuestas de su pionero Francis Galton y de su primo Charles Darwin, sobre el control de la población humana, marcaron tendencia. La sombra de esta moda se alargó hasta los horrores del Holocausto y otras infamias posteriores, aunque a nuestro tiempo ha llegado en forma más sutil. En 2017, Islandia proclamó que pronto será el primer país del mundo en el que dejarán de nacer niños con síndrome de Down, gracias al aborto “compasivo” de fetos con diagnóstico precoz de la copia adicional en el cromosoma 21. En Estados Unidos, la tendencia de la medicina contemporánea a eliminar el dolor a cualquier precio acabó en la famosa crisis de los opioides. Francia, fiel a su herencia de faro de la humanidad, se convierte ahora en el primer país del mundo en incluir en su Carta Magna el derecho al aborto como forma de garantizar la libertad de la mujer para interrumpir voluntariamente su embarazo.

Este impulso compasivo –que prescribe todo tipo de fármacos contra el dolor o incentiva abortos como libre expresión del deseo materno– arrastra una paradoja: al lidiar con el dolor de la gente, se extingue antes al sufridor que al sufrimiento. Si la compasión consiste literalmente en sufrir con otro, en participar voluntariamente de su dolor, en compartir la carga y hacer más llevadera la experiencia, entonces esta categoría se ha distorsionado al punto en que ya no representa voluntad alguna de ayuda, sino el deseo de acabar de raíz con el sufrimiento. Es la lógica de siempre, aunque ahora más sofisticada. Si se profundiza en ella, no está claro que sea un vicio desatado, propio de culturas decadentes, sino más bien una virtud pervertida que, como un ángel caído, se ha vuelto demonio. Nada hay de nuevo en las nuevas formas de eugenesia o de selección artificial de nonatos desde que Platón en el siglo III a. de C. planteara en su República la necesidad de “mejorar” la población.

Hablar hoy de eugenesia puede resultar hiperbólico. Como sus destinatarios son los más débiles –ancianos, nonatos, mujeres o pobres–, quien cuestiona su lógica corre el riesgo de ser considerado un bárbaro sin compasión. No obstante, hay algo que confunde en la comprensión de esta torcida virtud. En lugar de proporcionar a mujeres y a hombres jóvenes educación sobre el sentido de la fecundidad humana, o de forjar “propuestas de costumbres” que susciten solidaridad con la mujer que, sola o sin pareja estable, queda embarazada, todo lo que se ofrece a cambio es el derecho a interrumpir el embarazo, como si fuera un método tan natural que ni siquiera provoca un poco de pesadumbre. O en lugar de analizar por qué tantos ancianos solicitan la eutanasia, se les ofrece directamente el servicio exprés de la parca, y con ello se exime a la comunidad de soportar la soledad y la decadencia psicosomática de los ancianos.

Lógicas tan sutiles constituyen la materia prima de la que se nutre la eugenesia contemporánea, cuyo fin consiste en acabar con el sufrimiento que nace de la cepa de la realidad humana. Pero frente a la compasión –que se orienta a la persona que sufre–, su forma contemporánea se centra en el interés del compasivo, que ya no busca aliviar el sufrimiento, sino eliminarlo y no soportar el dolor del otro. Es una lógica que se vuelve seductora ante la dificultad que supone arrastrar cualquier sufrimiento. Detrás de la apariencia del sempiterno afán por erradicar el dolor ajeno crece en secreto una semilla corrupta que, andando el tiempo, brota en forma de abortos de fetos con síndrome de Down, esterilizaciones forzada en mujeres, eutanasia y selección artificial. En esta lógica escatológica, si desaparecen las circunstancias que alimentan el dolor también desaparece la necesidad de bregar con él.

Esta forma perversa de compasión, fundada en el deseo alquímico de transformar la realidad, no encuentra asiento estable en el mundo que habitamos. La historia de ese mundo enseña que no hay manera de erradicar el sufrimiento, ni siquiera el de aquellos que más se ama. La realidad es como es, e integrarla impone asumir el contraste entre el bien y el mal. Pero en la visión cínica del que permanece indiferente, la belleza de la dignidad ontológica de la vida humana no se hace patente, y menos aún la bruticie. La infame lógica de la eugenesia no elimina el sufrimiento, sólo lo esconde en un lugar donde no se ve. Puede que Francia, la patria de los derechos del hombre, con su reciente reforma constitucional, haya renunciado, paradójicamente, a la ley del más débil y abierto la veda a esa otra ley que rige en la selva –la del más fuerte–, anticipando así la capitulación de todo lo que define la civilización.

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