Salud Sin Fronteras
José Martínez Olmos
Corregir los sesgos
Salud Sin Fronteras
Redefinir el enfoque de las acciones dirigidas a la salud de la mujer es imperativo, porque corregir los sesgos de género exige trabajar con firmeza. Hoy, de forma ni rigurosa ni generalizada, la atención sanitaria a las mujeres sigue sin estar realmente libre de sesgos en el diagnóstico, el tratamiento y la recuperación.
Andalucía y el resto de comunidades autónomas han desplegado a lo largo de los años programas orientados a la salud de la mujer: detección precoz de cáncer de mama y cáncer de cuello de útero, salud sexual y reproductiva, seguimiento de embarazo, parto y puerperio, atención a la menopausia, reproducción asistida, y protocolos frente a la violencia de género y las agresiones sexuales. Estos dispositivos han supuesto avances y, en muchos casos, han mejorado el acceso. Pero reconocerlos no debe ocultar una realidad incómoda: tener programas específicos para mujeres no garantiza, por sí solo, una atención sin sesgos.
El espejismo aparece cuando se reduce la desigualdad en salud a un problema de acceso o de oferta de servicios. Uno de los retos más complejos es el sesgo de género en la práctica clínica: diferencias injustificadas en cómo se interpretan los síntomas, cómo se llega a un diagnóstico o cómo se decide un tratamiento en función de si la persona es mujer u hombre. Eso también es desigualdad. Y, por cierto, es inaceptable.
Este sesgo no siempre es consciente ni intencionado. Se construye con el tiempo a partir de modelos médicos históricamente basados en varones, ensayos clínicos donde las mujeres han estado infrarrepresentadas y estereotipos arraigados. Las consecuencias son muy concretas: las mujeres tardan más en ser diagnosticadas en ámbitos como el cardiovascular; sus síntomas se etiquetan con más frecuencia como “fisiológicos” (por ejemplo, asociados a la menopausia), “atípicos” o “inespecíficos”; y se tiende a medicalizar con mayor rapidez el malestar emocional y el dolor, recurriendo antes a psicofármacos que a una investigación clínica exhaustiva.
A esto se suma un límite del enfoque actual: la salud de la mujer continúa asociándose, en gran medida, a su dimensión sexual y reproductiva. Embarazo, parto, anticoncepción o cánceres ginecológicos concentran buena parte de los programas, mientras que otras patologías “no reproductivas” se abordan desde modelos supuestamente neutros, pero en realidad sesgados. Enfermedades cardiovasculares, trastornos autoinmunes, dolor crónico, patologías musculoesqueléticas o determinados problemas de salud mental presentan manifestaciones y consecuencias distintas en mujeres y hombres. El riesgo es evidente: un sistema que cree tratar igual puede, en la práctica, perpetuar desigualdades.
Corregir estos sesgos exige una apuesta clara por la formación. No basta con la buena voluntad ni con declaraciones institucionales. Es necesario que los profesionales sanitarios reciban formación específica, práctica y basada en evidencia sobre cómo el hecho de ser mujer influye en el desarrollo de enfermedades, en la comunicación clínica y en la toma de decisiones. Sin embargo, esta formación sigue siendo desigual y a menudo opcional. En la universidad y en la formación continuada, la perspectiva de género ocupa un espacio reducido, cuando no marginal. Hablar de sesgos de género no es ideología; es calidad asistencial y seguridad del paciente.
Junto a la formación, la gestión sanitaria es clave. Si los sistemas de información son potentes, se pueden analizar desigualdades, comparar tiempos diagnósticos, identificar diferencias en tratamientos prescritos, en acceso a rehabilitación o en resultados en salud. Sin datos, no hay diagnóstico del problema; sin diagnóstico, no hay solución. Incorporar indicadores de equidad de género en la evaluación de servicios y en la planificación sanitaria no es una carga añadida; es una inversión en eficiencia y en justicia social.
El reto está en avanzar hacia una estrategia integral de salud con enfoque de género que atraviese todo el sistema: desde la prevención hasta la rehabilitación. Implica revisar procesos asistenciales, reforzar la formación, recoger y utilizar los datos de forma inteligente y asumir que la equidad no se alcanza tratando igual a todas las personas, sino atendiendo de forma adecuada según las necesidades. El verdadero desafío es que todo el sistema sanitario se comprometa a minimizar los sesgos de género. Y para eso hay que remangarse, seriamente y con urgencia.
También te puede interesar
Salud Sin Fronteras
José Martínez Olmos
Corregir los sesgos
Salud sin fronteras
José Martínez Olmos
VIH/SIDA: salvar vidas y fortalecer a toda la comunidad
Lo último
No hay comentarios