Diario de Pasión

Mutatis mutandis

LA similicadencia del sentimiento cofradiero posee una misma voz narrativa. Su gramática hay que rebuscarla nunca a tientas -intransitivamente- en las subacuáticas trabazones de nuestros ancestros. ¿Consumación tricolor de la filosófica teoría del eterno retorno? ¿Por qué indescifrable y desigual desnaturalización de la lógica imperante un joven cofrade del siglo XXI conecta -sin quebradizo denuedo- con un grupo de también jóvenes cofrades pertenecientes a una época sesenta o setenta años anterior? ¿Fenómeno de convergencia, alquimia atemporal, reencarnación -mutatis mutandis- de vasos comunicantes? ¿Flash back del subconsciente innato?

Quien suscribe -que se sabe a hurtadillas romántico de la transmisión de generación en generación- redacta ahora tachonado de albores en esta priostía literaria de los memoriales de la vida. ¿Voluptuosa impostura (monosilábica) del yo? Nones: repliegue (naturaleza fronteriza) de sentimientos idénticos recibidos de mis antecesores por vía intemporal. Porque en efecto vida y muerte -los cofrades de ahora, los cofrades a la sazón de entonces- confluyen en la premonición de su convergencia además intrahistórica. Traigo a colación -georgette en prosa- el entrecomillado de Romero Murube: "Entre la vida y Dios hay una puerta estrecha de difícil y misteriosa angostura: la muerte, que constituye la tremenda obsesión del andaluz excesivamente pegado a sus edénicos, cláseos contornos, y que no puede exclamar con celeste arrebato que muero porque no muero". También la muerte -esa dama endrina y escurridiza- moldea la enseñanza siempre solvente entre los cofrades idos y los cofrades vigentes.

Por esta nobilísima argumentación enciendo hoy -Día del Amor Fraterno- la moviola de una remembranza color sepia a modo de primigenia tributación coral. Y lo hago -pax tecum- a favor de quienes reorganizaron a finales de la década de los treinta la Hermandad de las Cinco Llagas. En la foto adjunta figura una simbólica representación de aquellos celosos seguidores de Cristo. Y si utilizo la celosa adjetivación no será sino por recuperar a la antigua usanza la clásica terminología en boga durante aquellos tiempos de fulgente reactivación cofradiera.

Permítanme -como corolario de este artículo que preconiza el magisterio de la Luna de Nisán- reescribir en negritas los nombres de Beltrán Domecq González, José Galafate Estrada, Rvdo. P. Fray Bernardino Puig Sala, José Gómez Morales, José Albuín Gómez, Rafael Cano Fernández, Antonio García García, Manuel Guerrero González, Pedro Guerrero González, Ramón Guerrero González, Manuel Martínez Arce, Cristóbal Gil Alberto, José Soto Ruiz, Manuel Tamayo Merino, Juan José Pérez Leal, Manuel Santolalla Romero-Valdespino, Guillermo Tejera Ruiz, Francisco Torrent González, Manuel Atalaya García, José Valenzuela García, José M. Vega Ramírez, Enrique Fernández de Bobadilla y González-Abreu, Sebastián Santolalla Romero-Valdespino, Francisco Sáez Morón, Ángel González Ruiz-Senén, Francisco Morales Torres, Jerónimo Albuín Gómez, Francisco Quirós Carrasco, Gonzalo Baquero Martínez, Manuel González San Andrés…

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