De brillo, de lustre y de esplendor
La resaca
MENOS mal que los que tuvieron el valor de acudir a Chapín se vieron recompensados por su generosidad con un partido agradable, con resultado, también agradable y con una noche que invitaba a muchas cosas, pero que si habías elegido el fútbol, tampoco se estaba demasiado mal en un Chapín con bocadillo de descanso y echando en falta la cerveza como Dios manda y no con esa absurda ley seca que, por lo menos, en Jerez, resulta una soberana tontería.
El partido del viernes, a priori, levantaba muchas incertidumbres; si la hora era para pensárselo, los resultados de las dos jornadas anteriores, con ese equipo a la deriva y con más pena que gloria, te hacían buscar horizontes más proclives para el divertimento que las gradas de un estadio con miedo a que la noche fuera el comienzo de un fin de semana de lo más perezoso. Además el partido comenzó como para salir corriendo y aprovechar el tiempo en el cine. Pero había que tener confianza y, a pesar del inesperado, tempranero y tantísimo gol del equipo filial de la ciudad de las losetas, se demostró que la actitud de las otras dos jornadas se habían subsanado y el equipo se mostró mucho más animoso, con otra sensación y con una imagen que permitía mantener las esperanzas a pesar de ese cero a uno cuando todavía no se había llegado al primer minuto.
El partido no se podía, no se debía y no se quería perder. José Mari empató pronto manifestando que esa actitud había cambiado y que la noche iba a deparar mucho más que lo que había dado en aquel nefasto inicio. Hubo intensidad más que juego, corazón más que cabeza, ganas sobre calidad y, así no era fácil hacer sucumbir a un filial que, aunque con muchos tontísimos errores, demostró que no era una comparsa. Una vez enderezado el entuerto y con los tres puntos en el marcador, era el momento de comentar un partido que, además, del resultado nos condujo por muchas sensaciones. La más llamativa es la falta de sitio de un Bermejo, peleado con el gol y con la estrategia; un jugador como la copa de un pino, que está desarrollando una labor equívoca para lo que vale y para lo que es, partiéndose el alma para no conseguir casi nada y viendo, día tras día – o tras noche – cómo su situación en el campo, sin tener él la culpa, ni brilla, ni tiene lustre ni da esplendor. ¡Una lástima!
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