HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Guerras no declaradas

SON las que más duran. Tienen un principio impreciso, que cada historiador intenta explicar; pero no tienen fin, sino por agotamiento. El mundo está lleno de guerras no declaradas y, por tanto, no se sabe cuándo terminarán. Una guerra, por cruel que sea, es natural en la especie humana, pero tiene unos preámbulos y, una vez desatada, unos límites precisos. Tiene, además, se cumplan o no, unas leyes, unas convenciones, y unos episodios que van desde lo más noble hasta lo ínfimo del ser humano. En la guerra no vale todo desde que las armas son tan destructivas; en las no declaradas vale todo menos la vida humana. La sociedad acomplejada occidental, quizá por haber hecho tantas guerras en su casa, no quiere ni oír hablar del asunto y le cambia el nombre: terrorismo (islámico, nacionalista, mafioso, pirata o de la índole que sea), para no hablar de guerra porque la sociedad contemporánea es democrática y correctísima.

La guerra más famosa de nuestro entorno europeo es la de Iraq, y las fuerzas de la presunta izquierda buenista se pusieron en contra e hicieron una bandera política del conflicto. Pero en Irán, Afganistán, Argelia, Paquistán, Congo, Indonesia, los Balcanes y el Caúcaso, por citar las que me vienen a la memoria, hay guerras sin que las haya declarado nadie. Luego, hay unas "guerras" enquistadas en el País Vasco español, en Nápoles, en Sicilia, en Rusia o en la piratería, que los distintos Estados parecen tolerar o no se atreven a atajar de una vez. Es preferible una sola guerra terrible con un final, que cientos interminables. Los conflictos interminables intentan debilitar a los Estados para obtener el poder político. No sé cuántas veces lo consiguen; pero, si lo logran, se moderan y exterminan a los terroristas, piratas o mafiosos, sus antiguos compañeros de lucha, que no aceptan vivir en el nuevo orden.

Para echar leña al fuego han aparecido nuevos populismos tipo Perón. Con una presentación de izquierda revolucionaria y nacionalista hacen una política de extrema derecha tendente a la dictadura, con el pretexto de defender a los pobres, ni siquiera a la abstracción del proletariado. Ha resultado una mezcla de difícil mezcolanza de Teología de la Liberación, fascismo, socialismo y nacionalismo arcaico. Se han aliado, como era de esperar, con los países violentos contra Norteamérica, Europa y sus aliados, a los que llaman Imperio y Babilonia, siguiendo el ejemplo de los pueblos cutres y mugrientos que en el mundo han sido desde la Antigüedad. Todas las guerras no declaradas representan a los nuevos bárbaros de la periferia, a medio civilizar y con armas poderosas. Todavía hay quien cree que debemos aliarnos con ellos, como parece hacer el gobierno de España. Creo que una gran guerra universal serviría de catarsis para una civilización confiada, que cree, ella sola, en la paz.

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