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Cuarto de Muestras

A la caída

Hay un momento fugaz en que el tiempo existe, si sabemos detenernos

A la caída de la tarde el mundo parece tener un ritmo más melodioso y templado. Vuelven los paseantes a sus casas, los pájaros a sus nidos, los niños vuelven de sus juegos, los adolescentes de sus descubrimientos. Vuelve el cielo a su ocaso, los afanes a su reposo, la vida a su tregua. A la caída de este verano eterno, la caída de la tarde es más deslumbrante y despiadada pues hace arder las nubes con la belleza de un fuego lejano y misterioso. Al caer de los años, la caída de la tarde se demora como nosotros mismos en ese desconcierto que genera el transcurso acelerado de los días pequeños e iguales. Hay un momento fugaz en que el tiempo existe, si sabemos detenernos, la caída de la tarde.

Llevaba años malgastando la caída de la tarde. Trabajando más de la cuenta, haciendo ejercicio físico, preparando cosas para el día siguiente, acudiendo a mil convocatorias innecesarias, relegando la lectura para después de la cena, devolviendo llamadas de teléfono en las que no se habla de nada. Años queriendo aprovechar todas las horas del día que es la mejor manera de malbaratarlas, de agotarlas sin conciencia.

He descubierto, nunca es tarde, otro ritmo. Procuro, a la caída de la tarde, dejar de trabajar, servirme una copa de Amontillado y acomodarme en la terraza con algo breve en la mano, en los labios, en la mente. Un libro de poesía, un artículo que se me ha quedado atrás de algún buen columnista, una fotografía elocuente, una planta agradecida a la que le quito las hojas secas, un buen recuerdo, una canción que escucho varias veces, trago a trago, una palabra que pronuncio en alto que me sonaba dentro. Sólo hago estas cosas importantes hasta que se hace de noche y la vida vuelve a su cadencia, a sus rutinas de cena, tele y libro hasta quedarme dormida.

La caída de la tarde desvela intuiciones. Nos hace descubrir y entender lo que los poetas saben, que el tiempo es circular, presente único. Presente en el que recuperamos lo perdido y soñamos con lo que quizás nunca tendremos. Presente en naufragios, logros y esperanzas. Presente que sólo es posible vivir si mantenemos nuestra casa encendida. Esa vela frágil cuyo pequeño fulgor se alimenta a la caída de la tarde. Imaginen en qué momento está pensado este artículo que ahora arde en su propia luz y que será presente siempre. Por favor, léanme a la caída de la tarde, qué mejor hora.

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