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Cuarto de Muestras

Un cura

Quisiera tener en mi familia un cura y su poesía, su fe y su debilidad de hombre

El otro día, un buen amigo poeta me contaba que su tío cura les había regalado a su madre y a él lotería de Navidad acabada en 87, que son los años que tiene. Pensé que su tío era un hombre de fe en Dios, en los hombres y en la suerte. Se me vino a la cabeza que Andrés Trapiello también tuvo un tío cura en cuya buena biblioteca se forjaron sus primeras lecturas. El abuelo paterno de Cesar Vallejo fue sacerdote y el materno religioso, marcando esta peculiar circunstancia toda su poesía. Y recordé a una familia querida, de apellido mítico en el mundo del toro, que tienen un admirado hermano cura tan bueno como lo fue su madre.

He sentido, como tantas otras veces, la pena de no tener un religioso vocacional en la familia al que admirar y que, seguro, me hubiera hecho mejor. Un cura que no fuera rarito como dice otra amiga mía y que, por su inteligencia y sensibilidad, la familia murmurara a sus espaldas que qué pena y qué desperdicio que sea sacerdote pudiendo haber sido lo que hubiera querido.

Si, me hubiese gustado tener un hermano jesuita, culto, valiente y elegante; un primo dominico con ese don de la palabra que nos acallara a todos; un pariente franciscano descalzo, deslumbrante y generoso; un mercedario que nos redimiera a los más débiles poniendo si hiciera falta en peligro su propia vida; un fraile carmelita y contemplativo que viviera su cárcel de amor mística. Un cartujo que se abrazara a la cruz mientras el mundo da vueltas. Un grandioso cura párroco de un barrio humilde a cuyos prójimos feligreses antepusiera a cualquier otra devoción. Un cura de tantos que supiera unir a la familia, escuchar a todos sin dar la razón a ninguno, que hiciera olvidar agravios chicos y celebrar los pequeños acontecimientos de la vida impartiendo sus sacramentos mientras niños, jóvenes y ancianos van cumpliendo el ciclo de la vida con sus bautizos, comuniones, bodas y entierros. Incluso un sacerdote menos cercano que, en la jerarquía de la Iglesia se debatiera entre la desnudez de su fe y las servidumbres del cargo. Un cura viejecito que después de consolar enfermos, distraer a beatas, presidir procesiones y mortificarse con todo lo terreno, comenzara a tener miedo a la muerte y a la verdad de su fe.

Quisiera tener en mi familia un cura y su poesía, su fe y su debilidad de hombre. El que me abriera los ojos y me los cerrara el último día. Un cura como Fray Felipe.

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