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Síndrome expresivo 62

Hipérboles hiperbólicas

Una tienda de ropa

Una tienda de ropa / Michal Jarmoluk /Pixabay

Con el transcurso de los años, todos vamos acumulando asignaturas pendientes en el plano social, profesional o afectivo. En mi caso, desde hace varios meses, ronda en mi cabeza la idea insistente de la deuda contraída con mi mujer en forma de protagonista de esta columna de síndromes lingüísticos. Ahora, amigos, creo que ha llegado el momento de ensalzar la hipérbole como recurso expresivo y como seña de identidad de la señora Barbosa y otras chicas extremadamente divas.

Pues sí, querido lector, la exageración lingüística omnipresente en nuestras conversaciones de barra de bar, en nuestras convicciones morales y en los miles de vídeos de las redes sociales me ayudan a comprender por qué mi mujer siempre descubre los matices extremadamente ocultos de la vida, al tiempo que yo, pobre mortal perdido en el laberinto de las ficciones, no logro expresar lo superbién que le queda el último modelito adquirido a un precio baratísimo en la tienda de esa chiquilla que vende una ropa monísima. ¡Uf! ¡Casi me asfixio con tanta palabra superlativa e hiperbólica! No sé si me explico.

Imagino que los lectores más veteranos y perspicaces compartirán conmigo esa sensación de que en el mundo del siglo XXI estamos rodeados (diría asediados o colonizados) por un lenguaje de cartón piedra que ensalza cualquier realidad por nimia o corriente que sea. Con frecuencia, los medios de comunicación, las plataformas digitales (y mi mujer) se empeñan en presentarnos “hechos nunca vistos en la historia de la humanidad”, “un lápiz de ojos que te cambiará la vida para siempre” o “una blusa con colores primaverales que tiene toda tu cara y combina a las mil maravillas con todo todo lo que te pongas. Por eso, eres la diva más divina de todas las divinísimas divas”.

La vida de Jorge Andrada y sus circunstancias, querido amigo. Un humilde filólogo educado en las bondades y beneficios espirituales del “aureas mediocritas” o dorada medianía. Un profesor de Lengua y Literatura instalado por voluntad propia en un relativo bienestar letrado, sin envidia ni codicia por el bótox ajeno. Un ideal de lengua marcado por la sencillez en el fondo y la contención en las formas. Todos estos principios comunicativos saltan por las aires cuando salgo a comprar ropa con mi mujer y la poderosa hipérbole doblega mi voluntad en las siguientes situaciones:

  1. El uso enfático de los adjetivos, ya sea en sus formas superlativas o en el empleo de prefijos intensificadores. Si para mí una chaqueta simplemente “me queda bien o mal”, para la señora Barbosa todo se magnifica y sentencia que “la chaqueta es adorable, fantástica, te queda superbién. Pareces un chaval de veinte años. Yo no lo pensaba ni un segundo más porque tiene toda tu cara”. ¡Qué bonito es el amor!
  2. Otro hecho curioso derivado del anterior es el uso de los verbos. Los carcas anclados en el siglo pasado nos contentamos con el verbo “gustar” en su doble versión afirmativa y negativa: “Me gusta esta chaqueta. No me gusta”. Sin embargo, es curioso cómo mi mujer jamás recurre a este verbo tan aburrido. A ella le van más los verbos hiperemocionantes y superexcitantes como “Flipo con los botones de la chaqueta” o los verbos afectivos como “Adoro cómo te quedan las mangas” o “Me encanta el cierre delantero. Te superestiliza la figura y te hace más delgado. Amé”. A veces, reconozco que dudo. ¡Para qué pagar a un psicólogo!
  3. Otro recurso complementario en la realidad aumentada de mi mujer es la anteposición de los adverbios para enfatizar las cualidades de los adjetivos. Así, ante la tímida e insegura afirmación “Creo que el pantalón me queda bien. Quizá un poco justo”, ella saca la artillería expresiva pesada y en milésimas de segundo reacciona con “El pantalón te queda perfectamente ajustado. Es realmente elegante. Brutalmente moderno”.
  4. Por último, las afirmaciones apoyadas en cifras estratosféricas ayudan a que la realidad parezca de color de rosa. Ya no es suficiente que “esta camisa me quede mejor que la que suelo ponerme para los eventos sociales”, sino que, muy al contrario, “esta camisa te queda millones de veces mejor que esa camisa vieja con el cuello desgastado que te has puesto miles de veces desde hace más de veinte años. Cien veces mejor. ¡Es una maravilla!”. ¡Vaya oda! ¡Me la llevo sin duda!

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