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Sombra sosegada

Guillermo Pérez Villalta: “El verano es propicio para la creación”

Guillermo Pérez Villalta, en su estudio.

Guillermo Pérez Villalta, en su estudio. / M. C. I. C.

Antes del Premio Nacional de Artes Plásticas, antes de la nueva figuración, antes de las reflexiones en torno al concepto de vanguardia. Antes de todo eso, Guillermo Pérez Villalta fue un niño que jugaba a hacer castillos de arena en la costa andaluza, en su Tarifa natal. Eran los veranos de los primeros dibujos, de las primeras creaciones, en las que ya se intuía la imaginación y la mirada. "El verano es una época muy agradable para mí porque me dedicaba a dibujar, a leer, a ir a la playa, a las cosas que me gustaban. En la playa me lo pasaba muy bien y, allí, como siempre he sido muy imaginativo y muy fantasioso, hacía unos castillos en la arena muy especiales. Eran castillos que la gente admiraba. En esa época dibujaba mucho y ya hacía cosas que me siguen asombrando para la edad que tenía. Tendría unos nueve años. Yo siempre veía septiembre como el final de un tiempo feliz", relata Pérez Villalta, quien "adora el mar". Para el pintor "la costa ha sido fundamental en mi vida", declara.

Aquellas playas de Tarifa y de Málaga –del Rincón de la Victoria– son los primeros recuerdos veraniegos de un creador que no destacó por ser "un estudiante brillante", lo que le obligaba a pasar los meses de julio y de agosto con la familia. Aunque la dedicación no se centraba en el estudio de las asignaturas pendientes, sino en la observación de los modernos chalets de nueva construcción en Gibraltar, o en ir a visitar la catedral de Málaga. Fueron estas arquitecturas las que despertaron la vocación –y las futuras creaciones– de Guillermo Pérez Villalta. "Tendría cinco años y me llamaba la atención esa arquitectura moderna. En la zona de La Línea, en Gibraltar, se hacían chalets modernos y distintos a lo que yo veía normalmente. Me fijaba muchísimo en ellos. Por otra parte, cuando mi familia se trasladó a Málaga me llevaron con seis años a la catedral. Fue la primera vez que yo vi un edificio imponente. Me quedé alucinado y lloraba para que me llevasen a misa en la catedral. Mis padres se quedaban asombrados. La catedral de Málaga me sigue pareciendo un edificio muy hermoso. Muy bello. Es donde empecé a ver una gran arquitectura. Eso me marcó".

La Costa del Sol ha sido un lugar relevante para Pérez Villalta. De Málaga a Tarifa. De Tarifa a Málaga. Ahí se traza un recorrido vital en lo personal y en el oficio. "Siempre he sido un gran amante de la Costa del Sol. En los años setenta le dediqué una serie de cuadros y he escrito libros sobre ella. Y sobre ese viaje continuo en el autobús entre Málaga y Tarifa, donde me dedicaba a mirar", apunta Guillermo Pérez Villalta, quien, en una actitud que denota humildad, prefiere definirse como artífice, en lugar de artista. Como "un pensador que pinta y que dibuja".

En Tarifa, allí de nuevo, Pérez Villalta leyó sus primeros libros. Los primeros volúmenes en los que se documentó sobre arte contemporáneo. "Siempre he tenido una atracción por el arte, desde niño", subraya, e insiste en que nunca ha tenido vocación "de artista". A lo sumo, concluye el pintor, "tan sólo tenía unas cualidades con las que yo, con lápiz o tinta, podía imaginar cosas".

Aquel pueblo costero, y decisivo en la vida de Pérez Villalta, apenas ha cambiado, asegura el pintor. Salvo por el turismo, al que califica de "invasión horripilante". "La Tarifa de mi niñez apenas ha cambiado, al menos intramuros, que es donde yo vivo [y donde se encuentra su actual estudio]. Ahora sí, hay más tiendas de lo que se entiende por modernas, y en las que se venden objetos de artesanía, aunque cuando yo era niño no eran estos productos de artesanía, pues era lo que teníamos, sin más. Pero lo que es la ciudad sigue siendo la misma. Las campanas suenan donde siempre. Las iglesias están donde han estado siempre. Etcétera".

Lo que tampoco ha cambiado –se percibe en el tono de la conversación– es la curiosidad de Pérez Villalta. Su entusiasmo por el arte. No ha cambiado el interés de aquel pintor adolescente que ideó la obra Meditaciones metafísicas. Una propuesta en la que, dice su autor, "se ve lo que yo iba a hacer a lo largo de mi vida". "Recuerdo que un verano hice uno de los cuadros que ahora están en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, donde entregué una donación inmensa. Ahí hay un cuadro que pinté con dieciséis años y al que le tengo mucho cariño. Le puse un título muy pretencioso: Meditaciones metafísicas. Las dimensiones eran grandes. Me pegué un verano estupendo haciendo este trabajo. Fue el verano en el que aprobé la Reválida".

"Siempre fui muy fantasioso. De niño ya formaba castillos con la arena muy especiales, que la gente admiraba”

Otro verano inolvidable para Pérez Villalta –quien sentencia que esta época es siempre "propicia para la creación"– fue el verano en el que sus padres le regalaron el primer coche. Porque con él pudo viajar hasta Italia para dejarse influenciar por la impronta renacentista. O asistir a las grandes exposiciones de la Europa de finales de los sesenta y primeros setenta. La Bienal de París, la Bienal de Venecia, la Documenta de Kassel. Y sin salir de nuestras fronteras, los Encuentros de Pamplona. El festival "más importante que ha ocurrido en España en un periodo largo del arte", en palabras del pintor. Estos "encuentros" consistieron en una reunión "de lo más granado del arte y de la música contemporánea". "Eso ocurrió en una España puramente franquista", comenta, con sorpresa, Guillermo Pérez Villalta, quien afirma que en este festival reflexionó en profundidad sobre la idea de vanguardia. "En aquellos años me di cuenta de que para mí el arte no se concretaba en lo contemporáneo sino que se concretaba en miles de años". Una tesis que rompe con lo que Pérez Villalta define como "modernismo dogmático". "En los Encuentros de Pamplona me percaté de que el dibujo y la pintura son lo más cercano entre tu mente y la realidad. Y defendí que la pintura no era una actividad obsoleta, contra lo que estaba de moda decir entonces", desarrolla el pintor.

"Mi vida ha sido una vida dedicada al arte", sentencia Guillermo Pérez Villalta. Así se deduce del niño que en verano pintaba acuarelas en la casa de la familia, del adolescente interesado en Dalí, del joven estudiante de Arquitectura que acudía a la madrileña galería Biosca, del treintañero de la Movida, del pintor adulto, con ese estilo tan propio, de formas geométricas e imágenes sugerentes. "Mi atracción profunda ha sido el arte, la belleza y la meditación", resume Pérez Villalta desde su estudio en Tarifa. En una mañana de agosto que probablemente desprenda la misma luz que decoró aquellos castillos de arena –aquellas primeras creaciones– de la infancia.

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