CLARA OBLIGADO | ESCRITORA

Clara Obligado: "La sociedad borra a las mujeres a partir de los cincuenta años"

La escritora Clara Obligado (Buenos Aires, 1950) durante la presentación de su última obra.

La escritora Clara Obligado (Buenos Aires, 1950) durante la presentación de su última obra. / Quique García / EFE

La escritora hispano argentina Clara Obligado (Buenos Aires, 1950) acaba de publicar Tres maneras de decir adiós (Páginas de Espuma). Una obra en la que narra las etapas vitales de las mujeres a través de tres protagonistas en diferentes edades: los 20, los 40 y los 70 años. Un libro que, navegando entre el relato y la novela, pone en valor a las mujeres cuando llegan a la madurez. Esa frontera invisible, dictada por la sociedad, cuando se superan los cincuenta años.

–En Tres maneras de decir adiós las mujeres protagonistas cuentan con una gran importancia, por ellas mismas, pero también como epicentro de las familias.

–Sí, porque la verdad es que trabajo sobre el mito de Odiseo, Penélope y Telémaco. Según el mito, el centro es Odiseo, Telémaco es el hijo que busca, y ella es la mujer que borda, que curiosamente borda la mortaja de su suegro (risas). Este libro gira sobre esta idea, y aunque en el libro hay muchos hombres, la realidad es que ninguno ocupa un lugar protagónico.

“Hago una literatura ‘degenerada’, fuera de los géneros"

–Hay un retrato de las edades de las mujeres, de la juventud a la vejez…

–La menor tiene diecinueve años, la segunda tiene unos cuarenta y la tercera unos setenta años. Tres momentos de la vida donde las relaciones, de todo tipo, son completamente distintas. La mujer, de alguna manera, siempre tiene relación con niños, y también con viejos, porque nos relacionamos con personas de distintas edades. Y también hablo del amor en las distintas edades.

–Y la pasión, cómo va cambiando según cumplen años las mujeres que protagonizan Tres maneras de decir adiós.

–A los diecinueve, a la chica le gusta el malo, malote, y que la hace polvo porque no es una buena idea. Tiene que decidir entre un chico que la estimula menos sexualmente y un malote. En el segundo caso abordo a una mujer que es viuda, que sufre la pérdida de un hombre, y que habla de rearmar la vida, pero en ese momento está viviendo el duelo. En el tercer caso, es una mujer que tiene una especie de amante durante veinte años y decide casarse con él a los setenta. Es una historia de amor de otro tipo. En la madurez.

–Sospecho que solo podría haber escrito este libro desde la madurez.

–Es posible que yo ahora pueda escribir sobre cosas que antes no podía, aunque mi primera novela, La hija de Marx (Lumen), tiene una estructura muy parecida. A mí siempre me ha preocupado el tema de la mujer y la madurez porque es el periodo de tiempo más largo de nuestras vidas y, sin embargo, la sociedad lo que hace es borrar a las mujeres a partir de los cincuenta años. Creo que hay que reflexionar sobre esto, porque es una época muy interesante, con muchas posibilidades. Para mí está siendo la mejor etapa de mi vida. Si equilibras lo que has perdido con lo que has ganado es muy interesante. Por ejemplo, es más fácil ser abuela que ser madre.

–¿Por qué cree que existe ese "borrado" de la mujer a partir de los cincuenta años?

–Porque dejamos de ser un deseo masculino. Cuando la mujer deja de ser quien procrea, cambia su situación en el mundo. Deja de ser mirada para mirarse ella misma. Cualquier mujer lo sabe, porque llega un momento que los hombres dejan de mirarte. Y el gran momento se produce cuando eres consciente de ello y empiezas a mirar a los hombres que quieres mirar.

–Los tres relatos pueden entenderse como insinuaciones de novelas, transitan por terrenos fronterizos.

–Yo escribo como extranjera, siempre. Cuestiono el idioma, cuestiono las estructuras, y siempre digo que hago una literatura degenerada, fuera de los géneros. Porque me parece que la literatura no debe servir para afianzar lo que ya pensamos, sino para hacernos pensar algo nuevo y cuando mueves el espacio de confort ya no es cuento ni novela. Creo que eso incomoda al lector, pero en el buen sentido, porque le hace pensar. Me gusta esa idea.

–La portada de Tres maneras de decir adiós tiene una historia detrás...

–Es obra de mi hija menor, Julieta, con la que suelo trabajar, es diseñadora gráfica. Ella trae a la portada la idea del bordado, que es algo muy femenino, pero a la vez las puntadas están metidas en un cuerpo. Y al mismo tiempo son dos mujeres muy parecidas, que bien podrían ser madre e hija, unidas por una trenza, y eso tiene que ver con la idea que recorre el libro. Y son dos cabezas voladoras. Creo que sintetiza muy bien lo que significa el libro.

“El cuento exige un lector más formado”

–¿El cuento se presta más a la evolución y a la versatilidad que la novela?

–Sí, creo que la novela es un género que hemos habitado mucho, y el cuento por sus características es un género que pide mucha perfección. Una novela puede tener un mal capítulo malo y no pasa nada, mientras que a un cuento le falla una coma y se cae. Al ser más pequeño, permite más experimentación. Yo trabajo en el medio, los cuentos se encadenan y crean un aire de novela muy fuerte. Pero me gusta mantener la idea de perfección del cuento. Es, por ejemplo, lo que va del óleo a la acuarela. En la acuarela fallas en un pincelada, y se acabó el cuadro, mientras el óleo te permite corregir. Yo creo que ofrezco una colección de acuarelas.

–¿Le parece más complicado el relato que la novela?

–Mucho más complicado. En la novela, tú haces un planteo, una estructura y una historia, y luego empiezas a dar con el martillo durante muchas horas de trabajo. Mientras que un libro de cuentos te exige un cambio de perspectiva cada diez páginas, y cada historia es una iluminación, y tiene que mantener su propia tensión. Una novela solo tiene una tensión, mientras que un libro de cuentos puede tener veinte. Es mucho más complejo. Cuando tienes tiempo, debes escribir cuentos, y cuando tienes prisa, novela, justamente al revés de lo que podemos creer. El cuento, además, exige un lector más formado, más dispuesto al experimento.

–Cuenta con una amplia experiencia en talleres de escritura. ¿Fijan vocaciones o aúnan inquietudes?

–Yo creo que eso se lo forja cada uno. Yo puedo enseñar la técnica, a leer, que es muy importante, pero un taller no te puede convertir en escritor. Yo, además, animo a la gente a que no se convierta en escritor, y que opten por profesiones más normales, menos complejas.

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