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La historia de un Ironman

Preparación. Para realizar la Pure Triatlón 226ERS en Marina D'or he entrenado durante 43 semanas Meta. La mente puede más que las piernas durante las 13 horas y 41 minutos

Antonio Ríos cruza la línea de meta acompañado por su familia.
Antonio Ríos

09 de noviembre 2015 - 05:02

NO sé si fueron las dos cañas que nos tomamos tras la San Silvestre de Almería el año pasado, el caso es que ese 28 de diciembre, en una servilleta como lo han hecho algunos grandes futbolistas, firmé la promesa de tomar parte en un Ironman. Todo empezó como una broma pero la curiosidad fue más grande que el miedo y comencé a entrenar de la mano de mi gran amigo Ilde Román. o soy una persona que incumpla sus promesas, pero sí mido mucho las posibilidades antes de embarcarme en un desafío de esa magnitud; lo hice en mi primera maratón y lo hacía ahora. Sin darme ni cuenta, un día me encontré pulsando el enter de la inscripción para mi primer Ironman. Sería en octubre y para eso quedaba mucho, como si no fuera a llegar el día.

Han sido 43 semanas de entrenos, de madrugar, de frío, de calor; de oscuridad y de amanecer. Los que he fallado se pueden contar con los dedos de una mano. He corrido 8 maratones y sé lo que es sufrir entrenando y durante la carrera, pero un Ironman son palabras mayores. Elegimos el Pure Triatlón 226ERS en Marina D´or.

Son las 6.30 de la mañana. Sorprendentemente he dormido bien. Traigo mi desayuno preparado a base de avena y cereales. Intentando hacer el menor ruido posible, ojeo distraídamente el teléfono. Mi hija Lucía me ha escrito un mensaje: "Mira mi estado de Whassap". Me quedo sin palabras cuando leo: "Es el mejor indudablemente. Lo quiero más que a mi vida y a nadie en el mundo. Es mi ídolo y héroe y ése es mi PADRE".

Me quedo sin respiración y con lágrimas en los ojos termino el desayuno y me coloco el neopreno. Un beso a mi mujer que inquieta se incorpora en la cama. No le gusta que haga esto. Hoy va a sufrir. No me lo dice pero yo lo sé. Bajo caminando por la avenida hasta la playa. El día anterior hemos dejado las bicis, las zapatillas y toda la logística en los boxes correspondientes.

Allí ya esperan Pedro Vera, Emilio Baeza, Ilde Román, Antonio Aguilera y Raúl Molné, compañeros de chat, de entrenos y grandes culpables de que yo esté aquí. La mañana amanece apacible, el mar inmejorable y la temperatura del agua, ideal. El que no nade aquí, no merece acabar. La cosa empieza torcida. La Guardia Civil no da luz verde aún. Están revisando el circuito de bici.

Reconozco que estoy asustado. Nunca he nadado tanto, ni tantos kilómetros de bici. Soy una incógnita. Miro al horizonte preguntándome a mi mismo qué hago aquí. No soy capaz de ver la última boya de los lejos que está. Me planteo pequeños objetivos: no es una prueba de un día, son 3 pruebas. Primero la natación y luego veremos. Tras 45 minutos de espera, todo se precipita. Nos damos abrazos sentidos y nos colocamos para salir. Suena la sirena y al agua.

Las primeras brazadas son las más difíciles y la primera boya es la que más cuesta alcanzar. Ahora no pienso, solo nado de forma mecánica como he hecho en la piscina todos estos meses. Me pongo detrás de unos pies que llevan el ritmo adecuado y los metros de agua se suceden uno detrás de otro hasta que alcanzo la boya de giro. No soy el último. Ya estamos en la mitad. Me encuentro cómodo con el piloto automático que he puesto. Ya casi llegando a la última boya, veo de reojo una medusa tan grande como un pollo asado que me pasa rozando la cara. Qué susto.

Salgo del agua con buenas sensaciones. He tardado 1 hora 26 minutos. Me cruzo con mi familia que me animan y hacen fotos. Nos abrazamos y me voy a la transición de la bici. Mientras me cambio, me hidrato y como pasas, frutos secos y tortitas de maíz. Me seco muy bien los pies para que no haya ampollas y coloco en traje para la bici.

El circuito de bici consta de 3 vueltas de 44 km y una subida previa de 7 km a un puerto sumando 180 km. Aunque es una carretera nacional y el firme es bueno, de llano nada. Toboganes continuamente y viento de frente o de cola, hacen difícil mantener un ritmo constante. Intento regular mucho. Como y bebo todo lo que puedo mi dieta a base de geles, barritas, frutos secos y tortitas de maíz. Hay que acabar la bici entero o la maratón será una agonía. La segunda vuelta es la más dura. Los profesionales me adelantan como si fueran en moto. No me desespero, compito contra mi mismo.

Los últimos kilómetros se hacen pesados. En el descenso hacia la transición, adelanto a un compañero que no va bien. "Vamos hombre" le grito. "Y ahora la maratón" me responde. "Hemos venido a sufrir, ¿no?" le contesto y sigo con el descenso. Antes de entrar en boxes vuelvo a encontrar a los míos. Mi hija Paloma me dice "Papi, eres un tardón". Me parto de risa y le doy un beso en la frente. Después de 6 horas y media en la bici es lo que tiene.

En boxes vuelvo a cambiarme por tercera vez y repito la rutina anterior. Comienzo la carrera a pie. Otro circuito de 3 vueltas de 14 kilómetros. El ritmo que llevo es cómodo y no tengo molestias o sobrecarga en las piernas por la bicicleta. El paseo marítimo está atestado de gente que anima de forma increíble. Aún es de día. Empiezo a correr a las 17:30. Me cruzo con el gran Rafa Lao que me grita "Animo Antonio" y chocamos las palmas. Vaya subidón. El final de la primera vuelta tiene dos regalos, uno en forma de cuesta del 20% de desnivel que subo caminando y otra un tramo de 3 km en la Milla Verde de Oropesa. En este último no hay iluminación y conforme cae la tarde, la oscuridad y el frío se apodera del ambiente. Coincido con mis amigos que van delante de mi. Todos van bien dentro del cansancio que llevamos a cuestas.

Termino la primera vuelta y mi familia me espera en la zona de giro. "¿Cómo vas?" -pregunta Ana con cierto miedo en la voz. Voy bien, no te preocupes -respondo intentando parecer lo más entero posible. Paloma corre 100 metros de la mano conmigo lo que me inyecta nuevas energías. La segunda vuelta es la peor. La zona del paseo, genial pero la del faro y la milla verde, oscuridad, soledad y frío. Estas pruebas no se acaban con las piernas sino con la cabeza. Bajo la cabeza y sigo.

La tercera vuelta pasa volando. Ya quedamos pocos triatletas en el camino. La gente va muy cascada y casi todos caminan. La bajada al pueblo es espectacular, noche estrellada, las luces del paseo y las olas del mar golpeando el acantilado de música de fondo. Me paro. Saboreo el momento. No me puedo creer que vaya a acabar esto. La bajada se hace como si no tocara el suelo. El olor a meta es lo que tiene que diría mi amigo Raúl.

Cruzo el paseo y dos espectadores enfervorecidos no paran de aplaudir a mi paso y me gritan: "¿Sabes lo que tienes escrito en el pecho? ¡¡¡¡La F de Finisher!!!! Eres un campeón, vamosssssssss. Les doy un abrazo y afronto los último metros.

Les veo. Allí están todos. Mis amigos que han entrado en meta y me están esperando y mi familia. Me acerco al grupo con los puños en alto como si hubiera marcado el gol de Iniesta. Me abrazo con Pedro, Raúl, Emilio, Rosa, Mónica, Antonio, Sonia, Bea y mi entrenador Ilde. Ana, Lucía y Paloma se colocan a mi lado y corremos hacia la meta. El sentimiento es intenso, muy intenso. Son 50 metros de recta de meta que resumen estas 43 semanas. Una familia, un equipo, juntos, cogidos de la mano. Les aprieto las manos con fuerza mientras les doy las gracias por la paciencia que han tenido conmigo.

Entramos en meta, sonriendo. 13 horas 41 minutos. Soy un Ironman, o como dicen mis amigos, Irondoc. Aún hoy día no sé cómo he podido tener la fuerza mental y física para acabar la prueba. Según los expertos, el triatlón es un deporte justo. Si cruzas la meta es porque te lo mereces.

A por el siguiente reto.

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