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La crítica · Teatro Villamarta

Bailar sobre la línea del tiempo

  • Rocío Molina sigue teniendo ese magnetismo innato que la hace distinta cuando se sitúa en el centro de la escena.

Las teorías de Thomas Hobbes son posiblemente el mejor apoyo en que se puede sostener 'Bosque Ardora', el último espectáculo de Rocío Molina. Sí, aquello de 'el hombre es un lobo para el hombre' que sostenía el filósofo británico sería perfectamente atribuible a esta obra, en la que la bailaora malagueña se agarra al flamenco en determinados momentos para abordar una historia de aspecto teatral y base cinematográfica. Gran parte de esta percepción la aportan los trombones que durante todo el espectáculo aparecen y desaparecen de la escena, aunque siempre para transmitir acción y movimiento.

Quiere desde el primer momento Rocío transmitir esa sensación fílmica, no en vano, el montaje se inicia con una proyección protagonizada por la propia artista y que sirve de introducción al espectador. Una vez dentro de la misma, el desenfreno es total, y aunque en muchos instantes el ritmo es muy lineal y el montaje decae, el concepto estético que la bailora describe se capta con rapidez. Es una lucha continua que tiende a confundir, ya que llegado un momento ya no sabemos si se trata de una guerra o una persecución constante para sobrevivir, es decir, si los protagonistas (Rocío Molina, Fernando Jiménez y Eduardo Guerrero) son los cazadores o la presa y si sus comportamientos son una sensación de amor o de odio. Es un enfrentamiento conceptual en el que también hay cabida para otros estados, llámese el sexo, la pasión o, si nos referimos a ellos en el lenguaje animal, la lucha por la hembra para el apareamiento.

Lo que sí es evidente es que Rocío Molina sigue teniendo ese magnetismo innato que la hace distinta cuando se sitúa en el centro de la escena. Todo es secundiario cuando se pone a bailar. Sin apenas cante que mueva sus sensaciones, la bailaora se alimenta de una banda sonora solemne, muy conseguida y en la que la guitarra de Eduardo Trassiera y la polivalencia de José Ángel Carmona, capaz de cantar con la misma versatilidad que toca el bajo, juegan papeles importantes.

El control del cuerpo, las líneas entrelazadas, sus movimientos irreales y la facilidad de expresión corporal que posee la hace diferente, como demuestra a medida que avanza la obra. Hay que tener algo distinto hasta para bailar con esos tacones de agujas con los que actúa durante parte del mismo.

Pero cae la oscuridad, a la que llegamos tras una cuidada y delicada iluminación que nos envuelve y representa las distintas fases del día, desde la mañana a la noche. Mientras que el día es movilidad, el orden, la vitalidad, la noche es el caos. Amanece, todo se reinicia como si se tratase de aquel viejo arquetipo de los egipcios de que el tiempo es cíclico. La guerra y la caza comienzan de nuevo.

Baile

Bosque ardora

Coreografía, dirección artística y musical: Rocío Molina. Dramaturgia, dirección artística y guión vídeo: Mateo Feijoo. Dirección musical, composición y arreglos para el cante: Rosario La Tremendita. Composición original y arreglos para trombones: Eduardo Trassierra. Composición de pasaje de trombones: Pablo Martín Caminero. Composición original para trombones de la pieza Mandato: Dorantes.  Diseño de iluminación: Carlos Marqueríe. Diseño del espacio sonoro: Pablo Martín Jones. Letras: Maite Dono. Baile: Rocío Molina, Fernando Jiménez y Eduardo Guerrero. Guitarra: Eduardo Trasssierra. Cante y bajo eléctrico: José Ángel Carmona. Palmas y compás: ‘Oruco’. Batería electrónica: Pablo Martín Jones. Trombón: José Vicente Ortega y Agustín Orozco. Día: 26 de febrero de 2016. Lugar: Teatro Villamarta. Aforo: Lleno.

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