XXIII Festival de Jerez | Crítica 'Hembra Alpha'

Alma de guerrera

  • Antonio Agujetas Chico destaca en el cante por seguiriyas, malagueñas y romances

Beatriz Morales en Sala Compañia

Beatriz Morales en Sala Compañia / Manuel Aranda

No se le puede negar a Beatriz Morales su entrega y dedicación en este montaje que presentó en La Compañía. Y nunca mejor dicho, pues contó con un elenco nutrido de voces, baile y músicos que ayudaron a crear la escena imperial de la lucha de la mujer. Además, se percibe poderío en el vestuario y en el guión o repertorio a interpretar, llegando a superar la hora y media de actuación, algo insólito hasta en las funciones del Teatro Villamarta. A pesar de ser este espacio un elemento a tener en cuenta a la hora de presentar el formato, normalmente pequeño o mediano, Beatriz se lía la manta a la cabeza y pone toda la carne en el asador con el único fin, entendemos, de estar al nivel de exigencias del Festival y dar un paso más en su carrera desde su última aparición con ‘Íntimo y Puro’, en la vigésima edición del Festival .

Desde abajo del escenario y de rojo, acompañada de Carmen Grilo, Rocío Parrilla y Sandra Zarzana, del mismo color, suben hasta el proscenio para dar la bienvenida en forma jardín florido, de cuyos ramajes salen dos buenas bailaoras como Marta de Troya y Marta Blanco. La primera de ellas muestra una soltura que marca la diferencia en sus apariciones, sin desmejorar al resto. Pronto suena el taranto en la voz de Agujetas Chico, el hijo de Dolores, que no puede negar de donde viene y que resulta ser un buen armazón en el espectáculo en el que tiene una presencia más especial que el resto de voces. Él introduce la tonalidad a las damas, cada una de ellas de un estilo. Carmen es río espeso en caudal, Sandra es dulzona y rica en matices, y Rocío, muy jerezana y natural. Tras los cantes de levante llega el momento de anclar la barca de sus sueños volcando la inspiración en el himno de la ‘Hembra Alpha’, título del la obra. Se nota el trabajo en equipo y la buena sintonía entre los artistas.

Ha de cuidar las transiciones para mejorar el ritmo de la noche. Por bulerías se nos hace luz el compás de Fernando Carrasco y Nono Jero, así como la percusión de Ané Carrasco, tres importantes sumas al espectáculo que dotan de sentido musical la idea de Beatriz. Ahí notamos al cuerpo de baile entregado, siempre teniendo en cuenta que en este discurso no esperamos el tecnicismo más elevado sino el coraje de quien lucha por su sitio. La bailaora jerezana quiere dar todo en cada número.

Por su parte, el nieto de Agujetas se enfrenta en solitario al respetable con su guitarra y su roto eco que aún lo hace más personal, por malagueñas de la casa y se lleva al público que chanela de calle. Morales matiza sus movimientos de forma extrema, llevando a gala su lucha y arrojo, en los aires de Cádiz, por romeras y alegrías. Manejo de bata de cola y de nuevo comunión con las mujeres de su obra. Llegamos a la seguiriya, en la que cuando Agujetas Chico dice lo de “el carrito los muertos pasó por aquí” consigue la consagración del mensaje. Beatriz se deja llevar por la pasión de su carne desde la belleza que provoca el violín de Bernardo Parrilla. Todavía queda la caña, en un paso a dos de las dos Marta, y el romance de Bernardo el Carpio, y bulerías, diluyendo lo concreto y llegando hasta la una y media de la mañana en un improvisado fin de fiesta, con ramo de flores incluido. El público, su público, disfruta y eso es incuestionable.

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