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La crítica del Villamarta · 'Mujeres de Lorca', Compañía de Carmen Cortés

Deconstruir a Lorca

  • Volcada en lo dramático, 'Mujeres de Lorca' es un digno intento por condensar el alma femenina de los textos del poeta a través del baile

Sintetizar y extraer el alma de seis dramaturgias de Lorca para trasvasarlas a un espectáculo de baile flamenco de apenas hora y cuarto no es que se trate ya de una empresa difícil sino que directamente es algo que puede llegar a rozar la temeridad. Empero, pese a estar llena de agujeros negros y decaer de forma abierta en algunos tramos, Mujeres de Lorca funciona como un digno ejercicio de danza teatralizada. Es decir, es efectiva en su concepto puramente teatral y a la hora de reducir a lo esencial la complejidad y jondura de los textos dramáticos del poeta de Fuentevaqueros.

El espectáculo es coherente en su línea discursiva y emplea con acierto la simbología, principalmente escenificada por montañas de zapatos de tacón que caen del cielo o descansan eternamente sobre un piano. El alegórico juego de los zapatos, siempre visibles en escena, provoca el rítmico avance de la correlación de cuadros que representan a diferentes arquetipos femeninos, los cuales vienen a conformar, al fin y a la postre, una única mirada sobre el mito de la mujer 'lorquiana': frustrada, repleta de prejuicios y oprimida; autoritaria, desafiante e inconformista.

A prácticamente todas estas caras de mujer pone cuerpo Carmen Cortés que, a base de pinceladas y como una suerte de Nuria Espert en versión danza, revive unos textos que no por manoseados y revisitados hasta la saciedad han perdido vigencia y universalidad. La bailaora catalana tiene sobrado carácter para hacer construcciones creíbles en lo interpretativo; y tan severa y fidedigna al texto es la actitud de Bernarda Alba como onírica y sutilmente trágica es la secuencia final, donde no sabemos con exactitud si interpreta a la novia de Bodas de sangre o hace las veces de una solitaria luna del Romancero gitano vestida de raso blanco.

Si bien el conjunto de la propuesta que presentó anoche la compañía de Carmen Cortés en el Festival de Jerez es, con todos los matices que quieran añadirse, satisfactoria, no lo es tanto el modo en que Cortés acomete los números de baile, que esencialmente es por lo que el público de un festival de baile ha pagado el precio de la entrada. La bailaora juega a las presencias/ausencias en escena -algo que encuentra su paradigma en el primer cuadro dedicado a la tragedia rural de Bernarda y sus hijas-, lo que implica un excesivo protagonismo de su cuerpo de baile. Encontramos a éste la mayor parte de las veces más preocupado por detalles ajenos a la danza -ponerse los zapatos o esparcir tierra por el proscenio, por ejemplo- que por realzar justa y adecuadamente el grueso del montaje. Desviaciones a las que se une cierta falta de intensidad en según qué momentos y no poca sobreactuación que a veces se hace cargante.

De este modo, a la habitual precariedad en la iluminación que sepulta matices y mudanzas de una bailaora veterana y consagrada, se suma en esta ocasión un deliberado paso al lado en favor de su equipo: exceso de cajón flamenco, mucho peso guitarrístico y, como se ha dicho, presencia decisiva de sus siete bailaoras de acompañamiento. Hay dos cuadros en los que Cortés ni siquiera figura: ni en los tanguillos de La zapatera prodigiosa, ni en la especie de zambra en off que, a través de las notas del piano, crea la atmósfera tórrida del lenguaje de flores que constituye el cuadro relativo a Doña Rosita la soltera.

Es cuando aparece su estilo inconfundible, mitad ancestral, mitad contemporáneo, cuando la obra alcanza su dimensión. Carmen, a lo Mariana Pineda, por bulerías y soleá, es temperamento cocinado a fuego muy bajo, en orden decreciente. La explosión de un rojo abrasador que retrotrae a aquella bailaora mayestática de otro tiempo, a otras bailaoras de antaño. Una bailaora de apariencia frágil que se crece en los braceos, en los escorzos, en sus vueltas quebradas. En la secuencia de Yerma, una de las más logradas, apenas la disfrutamos aunque sí lo suficiente como para contemplar a una mujer fragmentada, atormentada por la esterilidad. Con una danza que tiene su origen en las entrañas antes que en el cerebro, bajo la rica granaína de Guadiana (lo mejor de un irregular atrás). Hubo, como puede intuirse, momentos buenos y otros no tanto, hubo muchas mujeres en escena y una sola Carmen Cortés, la que por desgracia aparece cada vez a sorbos más cortos.

Compañía de Danza Flamenca Carmen Cortés. Baile: Carmen Cortés. Cuerpo de baile: Trinidad Artíguez, Virginia Murcia, Tamar González, Laura Cantero, Carmen Lozano, Fernanda Borria, Silvia Rincón. Cante: Guadiana, Salvador Barrull, Charo Manzano, Carmen Carmona. Guitarra: Jesús de Rosario, Iván Losada. Percusión: Ángel Sánchez ‘Cepillo’. Dramas: Federico García Lorca. Dramaturgia: Tomás Afán Muñoz. Coreografía: Carmen Cortés. Escenografía: Fernando Bernués, Carles Pujol. Iluminación: Rafael Mojas. Vestuario/sastrería: Gabriela Salaverri, Carlota. Realización vestuario: Carlota. Zapatos: Gallardo. Efectos zapatos: Kreate CB. Realización escenografía: Talle D’ escenografía, teatre-auditori Sant Cugat. Técnico iluminación: Álvaro Estrada. Técnico de sonido: Óscar Herrero, Eva Isabel Serrano. Maquinista: Alberto Pérez. Regiduría: Eva Isabel Lozano. Repetidora compañía: Trinidad Artíguez. Dirección musical: Faustino Núñez. Dirección: Fernando Bernués. Productora: Art-Danza SL. Colaboración y coproducción: Teatro Español, Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco, Inaem, Consejería de Cultura y Deportes de la Comunidad de Madrid, Teatre-Auditori Sant Cugat. Día: 12 de marzo. Lugar: Villamarta. Aforo: Lleno.

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