Desahuciados, ¿y ahora qué?

LAS SECUELAS DE LA CRISIS

El impago de dos cuotas de la hipoteca ha condenado a la familia Gillén a vivir en una caravana · Tras perder la casa y salir a subasta, la entidad de ahorros les exige el pago de 33.000 euros para liquidar el préstamo

Desahuciados, ¿y ahora qué?
Juan P. Simó / Jerez

13 de octubre 2011 - 01:00

Son uno de los más grandes perjudicados por la crisis. Un colectivo que crece día a día. Se calcula que el próximo año, las ejecuciones de embargo irán a más de las 650 registradas en lo que va de año en la provincia. Todo, cómo no, por culpa del maldito parné. Primero fue el cerrojazo, luego el paro, más tarde el desalojo, la subasta y poco después, vaya usted a saber. Ahora, se desesperan preguntando aquí o allá, llaman a las puertas y ninguna se abre. Hace pocos meses, un desahuciado en paro intentó quitarse la vida y la policía lo evitó. En esa terrible lista de desesperados aparecen los Gillén. Ángel, su mujer María José y sus hijos Christian y María José. Esta es, brevemente, su penosa historia.

Todo comenzó hace muchos, muchos años. Ángel Gillén Gillén, de 41, y María José Moneo Barbadilla se conocieron en una discoteca. Él, de Cerrofruto; ella, del polígono y, por tanto, familiar de aquella valiente que se jugó el tipo ante los yonkos y que fue archiconocida por 'Pepa la del polígono'. Se enamoraron y casaron. María José le dio dos hijos, ahora de 17 y 14 años, María José y Christian. La vida en Cerrofruto fue normal para el joven matrimonio y sus hijos. Ángel progresó en la obra y llegó a oficial primera. Un buen día, Ángel quiso mejorar su calidad de vida. Cogió las maletas y a la parentela y se plantó en Palma de Mallorca. Año y medio después, con algo de dinerillo en el bolsillo, regresaron a Jerez. Tendrían su propio hogar. Echaron el ojo a una amplia casa en la calle Z de Federico Mayo. Pidieron un crédito de 90.000 euros al banco y allí se metieron. Ángel, un manitas, tuvo que bregar con las reformas. La cosa fue bien para los Gillén durante tres años. Hasta que Ángel se vio en el paro. Luego llegaron las cartas del banco, los avisos y las amenazas de embargo.

-No pudimos pagar dos cuotas de la hipoteca. Sumaban 950 euros. El anuncio del desalojo despertó a los vecinos. Algunos se propusieron encadenarse para evitar el lanzamiento. Les dije que no. Fui al banco y entregué las llaves.

La vida cambió para los Guillén. Y la familia se dispersó. María José volvió a su hogar del polígono, Ángel, a Cerrofruto, donde convivió con sus nueve hermanos, aunque dos de ellos se quedaron por el camino, y a los niños se le buscó hueco en casas de dos de sus tías. María José, una mujer muy fuerte, no se amilanó. Acudió al Ayuntamiento, a la delegación de la Vivienda, la Junta de Andalucía, a Emuvijesa, al Colegio de Abogados y le despacharon siempre con buenas palabras.

-No sabía qué hacer. Un día me planté en la parte trasera del Ayuntamiento. Sabía que Pilar Sánchez saldría por ahí para evitarse el follón de la salida. Jamás quiso darme una cita. Me coloqué ante el coche y le recordé mi caso. Ella me prometió una casa y un empleo… Hasta ahora.

Con el tiempo, la casa salió a subasta. Por ella se pagaron 70.000. Y son, por tanto, 33.000 euros los que ahora la entidad de ahorros les reclama. Pasaron los días y el paro se le acabó a Ángel. Algo sacó en la Semana Santa y la Feria. Y se propuso reunir a la familia.

Saltamos a Guadalcacín. A espaldas del 'bar Manolín', hay una encrucijada de carriles sin asfaltar en medio de interminables casas y pequeños huertos. En una de ellas viven, desde hace dos meses, los Guillén. Pero en su 'casa' no hay huerto, ni luz, ni teléfono y ni tan siquiera un televisor. Por no haber no hay ni casa. Los Guillén tienen una roulotte por casa, en medio de un pequeño solar ocupado tan sólo por una antigua y sucia estancia para los cochinos, un mueble que hace las veces de cocina, una lona junto a la caravana que les protege del sofoco, un destartalado coche que anda cuando quiere y un juguetón pastor alemán. La cocina es muy simple: un hornillo de gas, dos palanganas y varios chismes. Aquí comen los Guillén.

Una vez al mes, acuden a la Cáritas Parroquial de San Rafael para avituallarse de comida, lo básico, que es poca para tanto pobre y nuevos pobres que abarrotan la entrada..

-¿Qué han comido hoy?

-Un poquito de puchero y una ensalada de lechuga. La lechuga nos la da nuestro vecino. Ayer comimos lentejas con arroz.

El de la lechuga es Antonio, Antonio Rodríguez, un buenazo. Les ha puesto un foco desde su casa para que dispongan de luz bajo la lona, el agua la sacan de un pozo de Antonio y, cuando no cae algo más contundente, les lleva su lechuga del huerto. Antonio es cuñado de Ángel. Su hermano Manuel, el santo de Manuel, casó con una de sus hermanas. Viven en Guadalcacín y ha prestado el solar y la caravana a la familia. Cada noche, Manolo los recoge y los lleva a cenar a su casa. Unas horas de televisión y vuelta a la caravana.

En la caravana no se cabe. Una cama de matrimonio, dos camas para los críos y algunos muebles para la ropa dejan a uno en poco menos de dos metros. En esa caravana tan sólo entran 420 euros mensuales de ayuda familiar. Los Reyes no han llegado a 'casa' desde hace cuatro años y la perspectiva de contar con una vivienda digna se hace cada vez más cuesta arriba. "Parece que estamos tras una lista de 890 demandantes. Yo no sé qué baremo harán". Y así un día y otro. Carlor de día y frío, mucho frío, por las noches. María José ya no llora. Se ha quedado sin lágrimas. Entretanto, Ángel observa el paso del tiempo bajo aquella lona.

- Yo no me amargo más. Es que esto hay que tomarlo ya como un cachondeo. Yo soy un hombre tranquilo y pacífico. ¿Voy a hacer una locura? Nunca lo haré por mis hijos. Escuche una cosa: Esto está tan mal que va a acabar cualquier día a tiros, en una guerra...

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