La Ermita de la Ina
Jerez en el recuerdo
Un pequeño e histórico templo que posee el mérito de ser una muestra de la arquitectura mudéjar de nuestra tierra
Adentrándonos por uno de los parajes que tan genialmente describe nuestro buen amigo y compañero en el C.E.H.J. Agustín García Lázaro, orilla misma del histórico Guadalete por la carretera que conduce desde el puente de Cartuja a Torrecera, podemos observar a nuestra izquierda una sencilla construcción cuyo blanco resplandeciente contrasta con el intenso verde de los naranjales que la rodean. Es la denominada Ermita de la Ina. Un pequeño e histórico templo que posee el mérito de ser una muestra de la arquitectura mudéjar de nuestra tierra, con el valor añadido de ser el templo cristiano más antiguo de todos los que actualmente se conservan en uso, y no sólo en Jerez, sino en toda nuestra provincia.
La Ermita
La Ermita de la Ina o de la Aína es un sencillo edificio de planta rectangular, techo a dos aguas cubierto de tejas y rematado por una espadaña con campana. Su interior, al que se accede a través de un pórtico, consta de tres naves, formadas éstas por dos pilares, cada uno con cuatro atrevidos arcos de herradura de claro sabor almohade. Su primitivo artesonado de madera, característico de todo templo mudéjar, debió desaparecer hace muchos años, por lo que tras su última reconstrucción se le dotó de un sólido techo de hormigón que se imita algo a sus vigas originales. Preside la capilla una sencilla hornacina con la imagen de Ntra. Señora de la Victoria. También nos llama la atención su artística pila para el agua bendita situada a la entrada, tiene en forma de concha y es sostenida por las manos de un busto de mujer. Preciosa talla en alabastro de los siglos XVI o XVII.
Dicha ermita fue construida sobre el año de 1340 como acción de gracias y en memoria de una victoria que salvó a Jerez de un terrible asedio sarraceno y posiblemente de su saqueo y destrucción. Cuenta la historia que bajo el reinado de Alfonso XI, el emperador de Marruecos Abul-Hassan, armó un poderoso ejército con el ánimo de combatir al monarca castellano, poniendo al mando de estas fuerzas a su hijo Abu-Melek, también conocido como el “Infante Tuerto”. Dichas tropas pusieron duro cerco a la ciudad de Jerez a fin de conquistarla y saquearla. A tal fin establecieron su campamento a orillas del río Guadalete, en el lugar conocido desde entonces como Cabeza del Real. La delicada situación de la población jerezana por esta terrible amenaza y, ante la llegada del invierno que sin duda aumentaría las calamidades que ya estaba sufriendo la población, un noble y joven jerezano de nombre Diego Fernández de Herrera, que por haber permanecido cautivo de los moros desde su niñez conocía a la perfección la lengua y la forma de montar a caballo de éstos, se ofreció para dar muerte al Tuerto en su propio campamento.
La batalla
De esta manera, la noche del 27 de octubre de 1339, el caballero Diego Fernández de Herrera sale de la ciudad ataviado con ropa árabe por el camino del Baladejo. Adentrándose en el campamento enemigo, espera el amanecer en un lugar cercano a la tienda del caudillo sarraceno.
Llegado el alba, y tal como habían previamente acordado, la totalidad de las escasas tropas jerezanas aparecieron de repente, arrollando el campamento con gran estrépito. El tañer furioso de los instrumentos bélicos sembró el espanto y el desconcierto entre los moros. Despertado Abu-Melek y sin poder imaginar tanto arrebato entre unas fuerzas a las que consideraba extenuadas y casi vencidas, salió de su tienda pidiendo caballo y lanza. Fue ese preciso instante el que aprovechó Fernández de Herrera para clavarle su pica en el pecho, provocándole la muerte al instante. En estas circunstancias, el terror hizo presa en el ejército musulmán provocando una veloz huida para, atravesando el río, procurar reagruparse en los llanos existentes en la otra orilla; cosa que no consiguieron, por lo que fueron totalmente derrotados por la caballería jerezana.
Por su parte, el caballero Diego Fernández de Herrera, tras haber conseguido su propósito, sale del escenario con toda la velocidad que le permitía su caballo, iba gravemente herido. A consecuencia de estas heridas nuestro héroe fallecería 15 días después en su casa de la plaza del Mercado. Fue enterrado con los máximos honores en la iglesia de San Marcos. Por su parte, el Ayuntamiento, según nos cuenta el P. Rayón en su Historia de Jerez, ordenó pintar un gran mural en la plaza del Arenal en el que se representara gráficamente la hazaña que salvó a Jerez de un gran desastre. También dispuso que en el lugar de la batalla se levantase la ermita que nos ocupa como recuerdo de aquella memorable gesta.
Establo y casa de labor
No fueron pocas las vicisitudes que a lo largo de los años sufrió nuestra ermita. A este respecto hemos de señalar un hecho extraordinario acaecido en 1839 que causó enormes desperfectos y casi estuvo a punto de hacerla desaparecer del mapa. Resulta que un fortísimo tornado elevó con su enorme fuerza toda el agua de una laguna cercana arrojándola contra la Ermita y sus alrededores, arrancando el campanario, destrozando techos, tabiques y puertas, causando gran susto entre los lugareños. Posteriormente la ermita fue reconstruida y, según nuestras noticias, hasta el año 1880 se celebró culto en ella sostenido bien por el Ayuntamiento o bien por los vecinos del lugar. Es a partir del citado año cuando la edificación se dedica a casa de labor y cuadra, quedando durante muchos años en tan lamentable estado de abandono que hizo temer por su desaparición.
En 1927 siendo alcalde de Jerez Federico Ysasi y Dávila, el Estado incoa, al parecer por error, expediente de subasta de la Ermita de Ntra. Señora de la Ina al figurar en su inventario como “bienes enajenables procedentes de la Cartuja”, Debido a ello, el Ayuntamiento tiene que iniciar un recurso para demostrar que la misma aparece exenta a perpetuidad como capilla pública, siendo propiedad del Excmo. Ayuntamiento de Jerez, así como seis aranzadas de tierra dedicadas a descansadero y ejido desde tiempo inmemorial. Recurso que afortunadamente tuvo éxito y la capilla continuó bajo la propiedad de nuestro municipio.
Restauración y puesta en uso
Afortunadamente, en los años sesenta, tras décadas de vicisitudes, la Diputación provincial, entonces presidida por Álvaro Domecq y Díez, se hizo cargo de su rehabilitación, emprendiéndose las obras necesarias que culminaron con su reapertura al culto. Por si acaso algún lector tiene interés en visitar esta reliquia del arte mudéjar, diremos que, aunque en ella tienen lugar algunos cultos como bodas, primeras comuniones y bautizos, generalmente no tiene horario ni día fijo de apertura, salvo en tercer sábado de cada mes que se celebra allí la misa parroquial a las 17,30.
En noviembre de 2010, tras varios años sin alumbrado eléctrico, fue inaugurada con toda solemnidad una nueva y artística iluminación de este templo. Dicha actuación fue realizada de forma altruista por la compañía Endesa. Merece la pena dar un paseo y acercarse por tan histórico y meritorio lugar. Nos atreveríamos a decir que ningún jerezano puede preciarse de conocer plenamente su ciudad sin haber visitado la Ermita de la Ina.
Para terminar diremos que como es conocido, con este mismo nombre de La Ina existe en estos llanos un núcleo de población rural compuesto por unos novecientos habitantes. A este respecto diremos que el historiador Portillo menciona una población situada entre la ermita y el vado de Medina denominada Villa del Infantado. Dice el citado historiador, que dicha aldea existía aún en 1416, sin que se sepa cuando desapareció y por qué causas.
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