Juguetes y juegos de los niños de antaño

Jerez, tiempos pasados Historias, curiosidades, recuerdos y anécdotas

Los juguetes más humildes, como el trompo, el aro, los bolindres y la pelota de trapo, eran los preferidos por los niños, mientras sus juegos favoritos eran la piola y al escondite. Por su parte, las niñas se lo pasaban pipa con sus muñecas y jugando a la rueda y al tocaté

Juan De La Plata

08 de enero 2013 - 09:04

UN año más los Reyes Magos han pasado por Jerez, dejando a nuestros niños su ilusionante carga de juguetes. Pero, ¿qué tienen que ver estos juguetes de hoy, - con los que los niños ya están divirtiéndose, desde el pasado domingo -, con los juguetes de antaño, con los que jugaban sus abuelos y, en algunos casos, aún sus propios padres? Estamos por asegurar que, a excepción de la muñeca, que es un juguete eterno, que existe desde los tiempos más remotos, y en todas las culturas, los demás juguetes de los niños de ahora nada, o muy poco, tienen que ver con los de los niños de tiempos pasados. Juguetes y juegos tradicionales de hace ochenta, cien y aún muchos años más, desaparecidos en su mayoría.

Aunque se nos tache de nostálgicos, hoy queremos recordar algunos de aquellos juguetes y juegos de los niños jerezanos que aún existían en los años posteriores a la guerra. Años cuarenta y cincuenta. Entre los juguetes de entonces, más simples y más económicos, desde luego, que los de ahora, el cetro se lo llevaba, sin lugar a dudas el trompo, o peonza, con el que los niños jugaban atándolo a una cuerda y haciéndolo bailar, incluso sobre la palma de la mano, como la diminuta polina. Y no digamos nada de los humildes bolindres de barro cocido, pintados de colores, con los que jugábamos al trinca y al careo que eran dos juegos distintos, uno en cuclillas y otro en pie, siempre sobre sitio terrizo. Como el juego de la billarda, que era de lo más entretenido, y que era un juego que, con los demás, de bolindres y trompo, debía ser declarado patrimonio de los niños andaluces.

Porque lo bueno que tenían todos aquellos juegos es que se jugaban al aire libre, como el de las chapas y otros muchos, en parques o plazas. Mayormente en la calle, donde se reunían para jugar los grupos de amigos, todos de la misma edad y mismo vecindario.

Y no digamos los muchos juegos de los que podríamos llamar ‘corporales’, como la piola, por ejemplo, que se llevaba la palma de todos ellos, o el recotín-recotán, el salto las papas, y el salto la comba, para el que hacía falta un número más elevado de jugadores. Estos eran, normalmente, juegos de niños, porque las niñas tenían muchos más - como los entretenidos juegos de rueda y los de ‘tocaté’, el yo-yo, los de cordel, etc. -; y en algunos de ellos podían participar también niños. Sobre todo, aquellos llamados ‘al escondite’ , ‘a lescondé’ o ‘sal que te vi’; ‘a coger la calle que no pase nadie’, y algún otro, como ‘¿qué es ese ruido que anda por ahí?’ y el de ‘la gallinita ciega’ un juego, éste, que podríamos llamar de ámbito universal, pues se juega – si no se ha perdido - en muchos países.

Las niñas disfrutaban de tal riqueza de juegos populares que hasta tenían, su propio juego de la piola, con retahíla distinta a la que usaban los varones. Y si los niños, al saltar, empezaban el juego diciendo aquello de “A la bellota / tiene la barriga rota. / ¿Con qué se la curaremos?”…, las niñas decían “La primera, la moreno; / la segunda San Fernando; / la tercera Santander”, etc.. A esta versión femenina de la piola la llamaban ‘enclara’.

Éstos eran algunos de los juegos callejeros de la posguerra. Y los juguetes más preferidos de los niños eran el aro, junto a los ya mencionados bolindres y el trompo, cuya forma más fácil de tirarlo era ‘a robaguita’; y los que podríamos llamar juegos ‘de mesa’, entre los que preferían los soldaditos de plomo o los de papel recortables, mucho más asequibles; como las casitas recortables o las muñecas de las niñas, que se vendían por pliegos. Estaban naturalmente otros juguetes, de los llamados caros, que los reyes únicamente traían a los niños de familias más pudientes: el tren eléctrico, coches de carreras, coches de pedales para niños, bicicletas, balones de los llamados de reglamento, y casitas de muñecas, para niñas, entre otros.

Como eran años de penuria, mientras los niños ricos podían disfrutar de su balón de reglamento, los más pobres se contentaban con hacerlo con una pelota de trapo, rellena de papel de periódicos, bien cosida con una tupida red de guita fina. ¡Pero qué partidos se jugaban en cada calle, a la caída de la tarde!

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