Vino 'peleón'

La historia del vino de Jerez es también la historia de su clase obrera · No se podría entender nunca una sin la otra

Vino 'peleón'
J.p. Simó/A. Espejo /Jerez

24 de junio 2012 - 01:00

El jefe pregunta a su subordinado:

-¿Estuvo usted ayer domingo en la misa de San Francisco?

- Sí, -contestó con poca convicción el empleado. El desconfiado encargado, con el cuerno retorcido, volvió a preguntar:

-Bien, ¿y de qué color era la casulla que vestía el cura?

Esta anécdota, que se repetía cada lunes en las bodegas rumasinas, no es una leyenda, sino el mejor ejemplo para definir el peculiar marco de relaciones laborales que se imponía en los sesenta en las bodegas del Marco, más cercano a un paternalismo feudalista regado con unas gotas de cristianismo que a unos normales contratos de producción entre empresarios y trabajadores. Eran los 'dorados años sesenta'. Las ventas subían como la espuma; los ingleses demandaban vino y más vino y las bodegas se lanzaron a una alocada carrera que incrementó la superficie plantada de viñedo. Conseguir un empleo en una bodega en aquellos años era sencillo. Y para toda la vida, sin sospechar siquiera lo que se avecinaba. Todo marchaba sobre ruedas: En 1960, se gestaba el primer convenio colectivo de la Vid, uno de los más amplios y elevados en salarios y mejoras del sector en toda España. Eran los tiempos de los sindicatos verticales. La Ley de Unión Sindical de 26 de enero de 1940 concentraba en la Organización Sindical de la Falange toda actividad sindical y fue en 1958, cuando la Ley de convenios colectivos pone en práctica un modelo de negociación muy 'sui generis', desvirtuado y muy intervenido por el Estado, que se lleva a cabo entre los representantes de los trabajadores y de las empresas dentro de la Organización Sindical Española, el único sindicato legal que creció al amparo del Régimen.

En medio de este ambiente de persecución y clandestinidad, detenciones y encarcelamientos, surge la figura providencial de un jovencísimo sindicalista, ya curtido en esas lides, que con tan sólo 19 años se hará un importante hueco en el movimiento sindical y de las juventudes católicas, con la aspiración de un acuerdo de la militancia obrera que hiciera posible un cambio en el país. José María Gaitero Rosado, Pepe, cofundador de la USO y las JOAC y que acabó en CCOO, ahora ya con setenta años a las espaldas, fue 'obligado' por sus compañeros a presentarse como candidato a enlace sindical o jurado de empresa de 'Palomino' pese a no contar con los 25 años exigidos.

Si el primer convenio laboral otorgaba grandes mejoras al trabajador, entre ellas el pase a fijo del personal eventual que acumulara 274 días de trabajo continuado en una misma empresa, la negociación colectiva de 1962 reforzó sus derechos: El Montepío de San Ginés de la Jara, una suerte de seguro que complementaba la aportación de la Seguridad Social, se consolida. Reconoce además el derecho al economato y la jornada intensiva, de 7 a 15 horas, con sábados libres. Eso último enfadó a un buen puñado de trabajadores, que abogaban por la antigua jornada para no perder el 'privilegio' de beber por las tardes, en una época en la que el alcoholismo hacía estragos en las bodegas.

El consumo mundial de vino crecía al 10% anual. El empleo y las ventas de Jerez también. El brandy, principal fuente de ingresos, generaba importantísimos beneficios a las bodegas, que veían en él el perfecto sustituto al vino. Se abrían nuevos mercados. A finales de los 70, Jerez llegará a su tope histórico de exportaciones: 300 mil botas al año… pero el mundo había comenzado a cambiar.

En 1976, el sector asiste atónito a la primera huelga bodeguera en medio de una complicada negociación colectiva. El método es curioso: A mitad de la jornada, los trabajadores paran durante media hora, que se incrementa en 30 minutos día a día, hasta fijarse finalmente un salario lineal de 80.000 pesetas al año, una cantidad nada despreciable para la época.

Lo sobresaltos no acabaron ahí: Dos años después, en plena Transición, la aplicación de los Pactos de la Moncloa de 1977, una herramienta por la que se intenta frenar la peliaguda situación económica del país, provoca un cisma entre bodegueros y sindicatos por la negociación del exceso de masa salarial. Fueron cerca de cincuenta días que generaron una fuerte cadena de protestas.

En 1981, con un centenar de bodegas inscritas en el Consejo, el sector de la Vid contaba con 8.100 trabajadores, eventuales incluidos. Hoy día, las pocas industrias que quedan en pie emplean a un número no mayor de 1.200 en todo el Marco de Jerez.

Los años corrieron. En las bodegas Domecq irrumpe en 1982 como gerente Ramón Mora-Figueroa Domecq, un ejecutivo formado en gestión empresarial en las universidades sajonas que queda asombrado por el panorama laboral con que se encuentra. La entrada de Mora-Figueroa en el sector es importantísima. Sus medidas cambiaron de la noche a la mañana el marco de las relaciones laborales dentro de las bodegas y sirven de primer aviso de lo que se viene encima. Despide a sus parientes Domecq, incluido el asesor espiritual, Carlos Huarte; cierra la bocharrería, donde cada tarde, tras finalizar la jornada, se reunía la familia para, entre copa y copa, hablar del viento de levante o vaya usted a saber; suprime los gastos de luz y teléfono de algunos conventos, también los donativos a organizaciones religiosas, algo que choca con sus profundas convicciones, y pone en marcha el primer expediente de empleo. Mora-Figueroa comenzó la 'lucha de clases' y enterró esas primitivas relaciones entre 'señoritos' y trabajadores.

Tras la bonanza de los sesenta, el final de la década de los setenta se presentaba muy complicada. Las bodegas, que soportaban un enorme endeudamiento por sus planes de inversión, no previeron la inesperada crisis del petróleo, que derivó en el encarecimiento del dinero y la contracción del mercado del jerez. Pero las deudas estaban ya contraídas, los campos comprados a precios astronómicos y las viñas, que sólo darían fruto cuatro años después, recién plantadas. Domecq no pudo abonar la paga de junio ni la extra de verano. El sector se venía abajo y el tiempo, imparable, obligaba a dar soluciones a medida que se acercaba la época de vendimia, que finalmente logró salvarse. Los despidos en Domecq, las innovaciones tecnológicas aplicadas a las bodegas y, posteriormente, los efectos de la expropiación de Rumasa llenaron las calles de una legión de desempleados con fuertes indemnizaciones bajo el brazo que muchos no supieron administrar.

En 1991 se produce otro punto de inflexión: Los bodegueros, ya representados en la mesa de negociación por técnicos y no dirigentes empresariales, se resisten a negociar hasta tanto no se procediera a la liquidación del Montepío, que consideraban inviable. La negociación se complicó y, a principios de septiembre, comienza una huelga que se prolongará durante dos meses. Jerez es una locura colectiva, donde hay demasiada indignación y nadie habla de soluciones. Las calles viven dos meses de tensión: Los pensionistas se movilizan bajo un calor de 36 grados; las mujeres de los trabajadores arriman el hombro y llevan sus reivindicaciones de acceso a la propiedad de las viviendas de la antigua Darsa, de propiedad de las bodegas; se suceden las continuas asambleas, hay vuelcos de camiones cargados de uva, la fábrica de botellas apaga sus hornos por falta de espacio para el estocaje, la acción de los piquetes se hace más fuerte día a a día y Fedejerez decreta el cierre patronal de sus bodegas.

Ramón Marrero, 'el Niño' como le conocían sus más cercanos, a la sazón viceconsejero de Trabajo, logra el 30 de octubre poner de acuerdo a las partes, en una atrevida acción: Disuelve el Montepío, dicta la asunción de los pasivos (jubilados, viudas y huérfanos) a cargo de las empresas y el reparto de las cargas entre las bodegas (60%) y la Junta, a través de las Aejas (que no podían aplicarse a todo el sector) el 40% restante para los mayores de 58 años que decidieran jubilarse anticipadamente. Aquel año, Jerez dejó la uva en sus cepas.

Este relato no quedaría completo sin reflejar la disposición de unos y otros a negociar en un momento difícil como el de ahora. Los sindicatos acudieron poniendo sobre la mesa una dosis de realismo. Era la de aceptar la situación coyuntural. El XXIV y último convenio de la Vid es el de mayor vigencia, cinco años en los que se asegura la estabilidad laboral a cambio de la congelación de la antigüedad.

Pero corren tiempos malos para un sector al que parece haber mirado un tuerto. De la abundancia de los sesenta, a la incertidumbre del nuevo siglo.

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