Acotaciones sobre vinos

Borges, la flecha y un vino

Borges, la flecha y un vino.

Borges, la flecha y un vino.

Vamos a volver de nuevo a las letras, a perpetrar la puesta en papel de cualquier ocurrencia a poco que sea singular. Fantasear, con el tacto de los dedos en el fuste de la copa y la mirada fija como una flecha. Permitidme que os sirva un vino de acordes, figuras y retorica mientras lo balanceamos sacándole sus aromas.

Todo lo que estaba ahí era un vino que nunca parecía igual, necesitaba que me lo pidieras, aunque pensaba servirlo igual. Y es que nunca sé si nos conocemos, es lo mejor cuando abro un libro o una botella. Lo mejor es no inventar nada y sentir que hasta ese momento se nos había excluido de algo hermoso o inexpugnable. Tanto en unas letras como en las lábiles lagrimas de ese vino que se precipita por el borde la copa

Y es que la vida nos ha mezclado en vinos con prosa y no creo que nadie pueda hacer nada en contra de ese vínculo. Tantas veces sonreímos mirando la mano en el pie de la copa, porque no esperábamos ninguna recompensa a ese sentimiento. Nos envuelve, nos reivindica como mejores personas, debelando los años, declinando algunas noches no perdidas y como ya nos conocemos, buscando vocablos espléndidos.

Es aventurado escribirles y no hablar de ningún vino en particular. Y también es aventurado pensar que hayan llegado hasta aquí. Cuando solo es un ejercicio de descorchar un vino, pinchar un vinilo y continuar con el libro que anda perdido por el sofá. Volvamos a las letras.

Decantador y copa de vino junto a una andana de botas. Decantador y copa de vino junto a una andana de botas.

Decantador y copa de vino junto a una andana de botas.

No dejábamos que entrara la luz en aquella copa, como era en realidad, que a mí me pareció mucho más que un intercambio de vino y notas. Cuando vives en medio de una tempestad, a veces es mejor parar y pensar que será mejor continuar otro día. Descorchar tus interioridades y servir en una bella copa tus anhelos, cuando los vinos no deben ser copas unos de otros, como no lo somos nosotros ni cada fragmento de nuestra vida, por muy fugaz que sea.

Tal vez haya olvidado el nombre de los vinos que tomamos, ahora es otoño y quizás fue en primavera, aun así, a partir de ahora los vamos a anotar. No vaya a ser que esto se convierta en cualquier otro día, cuando en realidad no lo es.

Al final no sabremos que ocupa más el pensamiento, si la original grandeza de Borges, las corrientes circulares de Jota o el indómito sabor de ese vino del que no entendí ni la mitad. Y no me importa. Creo que tengo garabateado en algún lugar, con afinadas gotas secas de vino, que “escribir siempre es un placer, más allá del valor de lo que se escribe”. Y abrir un vino y ustedes siempre conmigo.

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