El tiempo en Jerez
Fin de semana frío y lluvioso

Mi caballo no hace 'la raya' en el Coto, pero hace raya en el Real

A cepa revuelta

Jesús Rodríguez

16 de mayo 2011 - 09:50

PARA mí que es verdad que todo el mundo sueña con conseguir alguna cosa. Para mí que es mentira que cuando esa cosa se consigue se le va a uno la ilusión de tenerla.

Lo digo porque a mí me pasa con mi caballo, “Don Evaristo”. El día que lo compré sentí un escalofrío cuando puse mi mano sobre su cuello. De esto hace ya años, pero todavía hoy se me siguen poniendo los vellos de punta cuando lo acaricio.

Yo creo que todo el que tiene un caballo sabrá de lo que hablo, porque seguro que a él le pasará lo mismo. Para mí que pocas emociones más grandes puede tener el dueño de un caballo que sentir en la punta de los dedos los huesos de la cabeza, duros como la encina; que notar en la palma de la mano la humedad de los belfos al darle un puñadito de pienso, oyendo enseguida el roer acompasado… Y desde luego ninguna emoción más grande que la de sentir la cabeza del animal sobre el hombro, vencido por el peso de ese fruto enorme ternura. Por lo menos a mí me pasa.

En realidad, cuando fui a la finca donde se crió yo no iba buscando a “Don Evaristo”, sino otro tipo de caballo. Me acompañaba mi compadre, “El Pili”, que sabe mucho de caballos y tiene varios en su parcela. En el primero que se fijó fue en uno español, que la verdad es que era precioso. Pero, no sé, de buenas a primeras, miré al caballo que estaba a su lado; él también me miró a mí y los dos mantuvimos la mirada. Entonces dije : “Ése”.

“El Pili” me miró y dijo : “¿Cuál, ése… El ardenés. Pero vamos a ver, compadre, tú para qué quieres el caballo para trillar o para montarlo en la Feria y en El Rocío?”. Y yo: “Para la Feria. Al Rocío voy andando”. Y él: “¿Pero tú has visto la pinta que tiene. Te imaginas paseando por El Real, vestido de corto y montando a ese bicho”. No sé por qué, pero que lo llamara “bicho” me dio mucho coraje y me sostuve en lo mío: “Yo no me tengo que imaginar nada. Quiero ése”.

El dueño –pienso yo– seguramente tampoco se podría creer que se le presentaba la ocasión de salir de aquel caballo y quiso poner su granito de arena en la discusión: “En realidad, el caballo no es ardenés puro, sino una mezcla de anglo-árabe-español ardenés”. Y con voz, así como engolada: “Nada menos que cuatro imperios en un caballo, señores. Un animal con las virtudes de cuatro sangres. Una maravilla”.

Si lo dijo para terminar de convencerme lo consiguió: “Cuatro imperios en un caballo”. Le dije: “Cómo se llama”. Él contestó: “Don Evaristo”. Y a mí me pareció bien que un caballo con sangre de tanto imperio corriéndole por dentro se llamara “Don”.

Eso fue hace cuatro años y desde entonces pocos días he dejado de montar, aunque sólo sea un ratito por la tarde, a mi caballo.

Y aquí me tienen Vds., en un jueves de Feria, bajando las escaleras del bloque, despacito y más derecho que una vela, con traje corto y zahones. Ya en la casapuerta veo a “El Pili” montado en su yegua y llevando de las riendas a mi caballo. Nada más asomarme, se escucha un relincho que a mí me suena como el agua entre las peñas. Es “Don Evaristo” : la alegría de mi vida; el amigo en que me miro; mi orgullo sostenido en cascos de nácar, que diría Lorca (vamos, lo diría si lo hubiera conocido).

Los amigotes dicen que la sangre ardenesa lo descompone y que esas patas cortas y llenas de pelos desde la caña a la cuartilla lo afean, pero yo digo que lo hacen imponente. A mí, por lo menos, me parecen horrorosos esos caballos de patas largas y finas, como de avutarda. No niego que las gotas de ardanés en sus venas le quitan elegancia cuando va al paso, pero también es verdad que le dan fuerza a su trote. Le dan pinta… no sé… de más machote. Y sirva el pareado.

El Real es un hervidero de jinetes y de gente que mira el Paseo de Caballos. A cada dos por tres, paso por delante de un turista que hace fotos a todo lo que se mueve, pero ninguno nos dedica una a “Don Evaristo” y a mí. Algunos jinetes se sonríen sin disimulo al fijarse en sus patas cortas, gordas y peludas, pero yo paso de ellos y “Don Evaristo” más todavía. Él sigue a lo suyo, pavoneándose ante los demás caballos, levantando alternativamente los cascos hasta el pecho… para avanzar apenas un palmo. Reniega de lo que tiene de inglés y nadie diría que lleva la carrera en la sangre. Se olvida de su cuarterón ardenés y lo que se diseñó para el trabajo en el campo, se transforma en gracia. En la Feria, mi caballo saca nada más que lo que le corre por dentro de árabe y de español : cabeza alta para abarcar desiertos y paso firme para recorrer trochas… Ole, ole y ole.

Entre estos pensamientos y otro que se me viene a la cabeza al ver una morena que baila en una caseta, han pasado ya cuatro horas. He llegado al cruce de paseos y tiro de la rienda para que “Don Evaristo” me luzca otra vez ante la guapa. Se queda parado. Le acaricio el cuello, y nada. Le doy unos azotes en la grupa, y nada. Le pico con las espuelas… y se da media vuelta en dirección a la salida. Le tiro entonces del bocado, pero él ni se inmuta y sigue su marcha, acelerando el paso, hacia donde acaba el Paseo de Caballos.

Cada año pasa lo mismo. Cuando a “Don Evaristo” le parece que ya está bien de Feria, no hay nada que hacer. Mis amigos (“El Pili”, mismo) dicen que es falta de doma, pero yo pienso que es porque le sobra personalidad… Bueno, porque le sobra de personalidad y porque “Don Evaristo” es un caballo muy sentimental, y cuando sale de la finca añora mucho la besana de alfalfa de la finca de enfrente de su cuadra y, sobre todo, el trote de esa yegua alazana a la que, por nerviosa, nunca montan en la Feria.

1 Comentario

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último