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Recuerdos de 'El Kubala'

La historia de un cartel

  • En 1983, el Estado mandaba a Jerez a sus ‘hombres de negro’ para gestionar las bodegas de la abeja.

Nunca en la vida un simple letrero dio tanto que hablar. Vino esto a mi memoria cuando hace, mes y pico, ¡zas! me estampé con el obituario de Rafael García González, antiguo arrumbador y capataz de la compañía Zoilo Ruiz-Mateos, hombre polémico y singular, más conocido entre nosotros por ‘Kubalita’, o ‘el Kubala’. El apodo era perfecto: Rafael era un calco, mismamente una estampita del húngaro, con su cabello de rizos dorados y sus mismas hechuras pero, especialmente, por su enorme habilidad con el cuero, aunque ello no le llevó más arriba de la Regional.  Quizás por eso se entregó a la bodega, la tabla de salvación que todo hijo de vecino encontraba en Jerez cuando, allá por los felices sesenta, el negocio del vino facturaba su dinerillo. Y allí estaba él, fiel a los principios de la emergente Rumasa, tan leal que nadie dudaría en encajarlo entre los ‘Siete magníficos’, aquella saga que lideraba el capataz Francisco Benítez Cortés, que alumbró desde una pequeñísima bodega de Chancillería lo que, con los años, acabaría como el más vergonzoso e indignante atraco a mano armada  a miles y miles de confiados ahorradores.

Para entender toda esta historia hay que echar un vistazo atrás: Estamos en 1983. Desde del 23 de febrero, algo malo corre las calles de Jerez, que se levantaba sacudida por el tsunami de una palabra mágica: expropiación. Jerez,  cuna de la abeja, era ciudad clave. Aparecieron los ‘hombres de negro’ enviados por el Estado. Se trataba de cuatro funcionarios del antiguo INI  que respondían a los nombres de Carlos Barbáchano Sanmillán, Amable Álvarez Guerrero, Alfonso Serrano y Francisco Borreguero, que se instalaron de inmediato en las dependencias de la sede de la División de Vinos de Rumasa, en la  imponente finca que Palomino cedió tras su venta, ‘La Atalaya’, desde donde Barbáchano, en ocasiones de punta en blanco, ejercía con autoridad en las bodegas exrumasinas. Para hacerlo breve: Estudiaron la situación, agruparon todas las bodegas en cinco cabeceras y echaron gente a mansalva y sin ningún pudor con satisfactorias indemnizaciones como medio para colocarlas a punto de caramelo ante sus competidores.

Estaba claro que la relación de los recién llegados con la ‘vieja guardia’ tenía que chocar. Hubo muchos casos, incluso de directivos de toda la vida, nada conformes con la actuación de la Administración, perdida en un maremágnum de números en un sector tan difícil como el del jerez. Y, como tenía que pasar, ahí se encontraron con el fiel ‘Kubalita’ que, por cierto, no callaba una.  Aquí surge un largo paréntesis , aunque lo más probable es que, finalmente, Rafael fuera despedido de sus responsabilidades en la bodega Zoilo. 

Los meses pasaron. Pero hay una noche que no se puede olvidar. Vamos al ‘Camino del Rocío’, cuando ese excelente anfitrión que es Manolo Lugo, en su constante trashumancia, poseía el local en la barriada España. El reloj va a marcar las doce de la noche. Barbáchano y su equipo han acudido a tomar una copa tras la cena junto a sus mujeres. ‘Chiquetete’ les sirve. A las doce de la noche, el rito de cada día, orgullo de la casa, que aún sigue repitiéndose: Se apagan las luces, la gente cuchichea por lo bajini y se oye a estruendos la ‘Salve Rociera’. Acaba la ceremonia y vuelve la luz. Ahí está Rafael, sosteniendo el mítico letrero que alumbró el negocio de los Ruiz-Mateos cuando el patriarca Zoilo llegó a Jerez y lo primero que hizo fue comprar una bodeguita en Chancillería de forma hexagonal a la que luego se le añadiría la abeja: la laboriosidad en  la celdilla, su recinto natural. El letrero es claro y reza así: “Zoilo Ruiz-Mateos SA. Aquí comenzó la firma”. Los cuatro funcionarios quedaron boquiabiertos. Luego hay varias versiones. Me quedo con la de Rafael, que contaba siempre que Barbáchano le obligó a retirar el cartel. El ‘Kubala’ se opuso, hubo intercambio de insultos y comenzó una batalla campal donde volaron los catavinos. El parte de bajas no fue importante: Sólo la mujer de Amable recibió el impacto de un catavino que le produjo una pequeña herida en el labio. Hubo un posterior juicio, pero el asunto quedó en el más absoluto de los olvidos.

Desde entonces, Rafael y el cartel fueron inseparables. Lo llevaba de un lado a otro, contaba la peripecia una y otra vez y todos le paraban por la calle y felicitaban. No había perdón para los de fuera.

La última ocasión que ‘Kubala’ llevó bajo el brazo el cartel fue a principios de 1986. Convocó a los periodistas para llamar  “ladrones” a los cuatro funcionarios tras descubrirse un contrato privado -sin suscribir- por el que los administradores se hacían con el 25% de las acciones al simbólico precio de una peseta de Bodegas Internacionales y Díez-Mérito que el barbilampiño Gobierno de Felipe había regalado al riojano Eguizábal por la bicoca de 400 millones de pesetas y que permitía a Barbáchano y compañía a asumir la gestión de las dos compañías. Habían llegado a Jerez, estaban encantados por el clima y sus gentes y ocupaban vistosos chalés,. algunos en Vistahermosa o Montealto. Descubrieron calidad de vida. Y Eguizábal podría ser un modesto labrador que hizo fortuna y que confundía barricas con botas pero carajote no era. Y dijo: “Ustedes (por el Gobierno) me lo han dado. Yo me lo quedo y allá ustedes”. 

Pero la sombra del director del Patrimonio del Estado, Javier del Moral, ya estaba encima. En la propuesta oficial de compra de las dos bodegas que estudió el Consejo de Ministros aparecía Marcos Eguizábal y... ¡los cuatro funcionarios! Este escándalo obligó a Del Moral a coger de inmediato un avión hasta Jerez para poner orden a tanto desatino. Y cuando la bola de nieve se hizo más y más grande, dispersó a Barbáchano, Serrano y Borreguero para tapar el número. Como vinieron, los tres desaparecieron. Amable se quedó en Jerez. ‘Ayudó’ a Eguizábal a aliviar plantilla y fiel al apodo de ‘mister Propper’, también hizo limpieza en Bobadilla y Garvey, que por cierto dejó hecha una pena. Luego volvió a Villacalbiel, su pueblo natal de León. 

Cuando un día de 1988 llegué a los Juzgados de Cádiz,  ‘el Kubala’ era puro nervio antes de testificar por la querella que le habían interpuesto los funcionarios. Salió airoso el tío porque el tribunal consideró que cuando les llamó “ladrones” incurrió en una calumnia y no una injuria. Fallo de los abogados de los querellantes. A este periódico también le reclamaron 20 millones no se sabe muy bien porqué, pero se les envenenó el dardo y se quedaron con la cara de palo. Sobreseimiento. ‘Kubala’ trabajó poco después en la bodeguita de Perico Lassaletta y, más tarde, para otro Perico, su gran amigo Perico Pacheco. Hoy día, ya no están entre nosotros ni Marcos, ni Rafael, ni Amable y por algún lado danzan el resto. 

Y del cartel, nada más se supo. 

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