El recuerdo de una época gloriosa
Una visita al taller del maestro tonelero Julio Domínguez Gil, uno de los últimos que quedan en nuestra ciudad y que recuerda con nostalgia los tiempos en los que el vino daba de comer a medio Jerez
Hubo una época, y no muy lejana, en la que el vino era el principal motor de nuestra ciudad. Medio Jerez vivía directa o indirectamente de ello y las bodegas se multiplicaban por todos los rincones. Hoy día, el jerez vive uno de sus momentos más difíciles, el paro se apodera de la ciudad y muchas de las bodegas de antaño se han demolido o, directamente, se han reconvertido en viviendas, discotecas o museos.
Hijo de aquella época gloriosa es Julio Domínguez Gil (Jerez, 31 de septiembre de 1941), uno de los pocos maestros toneleros que todavía existen en Jerez. Julio nos atiende en la oficina de su taller de tonelería en la Hijuela de Montealegre alto. Al preguntarle cuántos maestros toneleros quedan en Jerez señala que "cada vez menos. Se pueden contar con los dedos de una mano". Para más inri, nos dice que hace escasas fechas tuvo que enterrar a un gran amigo y compañero de oficio."Era uno de los grandes", señala.
Desde su taller, Julio echa cuentas. Se ha pasado 53 de sus 68 años ligado a este mundo que, lamentablemente, está abocado a la desaparición. A diferencia de la mayoría de profesiones de hoy en día, en las que se puede empezar de prácticas con 18 ó 19 años si no con más, la tonelería exige un aprendizaje muy avanzado para llegar a ser maestro tonelero. "Un chaval con 18 años ya es demasiado viejo para aprender. Aquí tendrían que empezar con 14 ó 15 años, pero claro, eso hoy es imposible". Lo dice un hombre que con esa edad ya comenzó a trabajar entre botas, duelas de roble y aros metálicos.
Aún así, su taller está muy animado la mañana en la que lo visitamos. Un camión procedente de Sanlúcar trae una remesa de botas para ser reparadas, mientras cinco personas trabajan a las órdenes del hijo de Julio, que ha decidido seguir la estela de su padre. En el taller no se fabrican botas, se reparan. "Las fabricación de las botas se hace mayoritariamente de manera mecánica", puntualiza Julio. Nuestro trabajo es muy importante porque las bodegas lo que quieren es que estas botas sigan manteniendo la esencia de sus vinos". Efectivamente, para la elaboración de nuestros afamados caldos, las bodegas utilizan el sistema de criaderas y soleras, un método de envejecimiento del vino que se basa en el uso continuado de las botas.
En su despacho, Julio nos enseña una foto de hace un par de años. Se hizo durante un homenaje en la bodega Lustau a un grupo de toneleros, los últimos de este gremio. "Ha sido el único reconocimiento que hemos tenido durante todos estos años", lamenta mientras mira con nostalgia la fotografía. Además, achaca al Consejo Regulador y a las propias bodegas el que se esté perdiendo este oficio, ya que no colaboran a la hora de crear escuelas talleres para formar a nuevos profesionales. "Esto va a ir en su contra y en la del vino de Jerez, porque sin artesanos que se encarguen de reparar las botas, se acabará por perder la esencia de los vinos".
Fuera, en el patio del taller se acumulan las botas que han de ser reparadas. Julio nos enseña sus herramientas de trabajo, útiles que en su mayoría solamente se utilizan en este laborioso oficio. "Esto se pierde", sigue lamentando antes de despedirse. Es el último de una estirpe. El recuerdo vivo de unos tiempos gloriosos que, lastimosamente, nunca volverán.
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