De saetas y saeteros
Jerez, tiempos pasadosHistorias, curiosidades, recuerdos y anécdotas
Jerez siempre ha sido, no cabe duda, un vivero de buenos saeteros. Desde tiempo inmemorial, junto con la bulería, la soleá y la seguiriya, la saeta ha tenido en Jerez su trono más distinguido.Grupo de saeteros que cantaron al Cristo de la Buena Muerte, en su primera salida procesional, en 1959, y Eduardo el Carbonero, vestido con la túnica de El Cristo. -ARCHIVO DEL AUTOR
A la memoria de mi viejo amigo Pepillo, poeta popular de nuestra Semana Santa.
JEREZ siempre ha sido, no cabe duda, un vivero de buenos saeteros. Desde tiempo inmemorial, junto con la bulería, la soleá y la seguiriya, la saeta ha tenido en Jerez su trono más distinguido. Por eso, en estos días semanasanteros, tan evocadores por otra parte de tiempos pasados de un Jerez más familiar y apegado a lo tradicional, queremos recordar, evocar aquí, saetas y saeteros que escuchamos alguna vez y que, por vías de la emoción y el sentimiento, se quedaron perviviendo en nuestra memoria, entre los que sin duda fueron los más indelebles momentos, vividos en los días de nuestra magnifica Semana Santa.
Y al conjuro de la memoria, acuden nombres de hombres y mujeres, que cantaron la saeta jerezana como nadie; de sitios, rincones, lugares más o menos entrañables, en los que volaron, hacia el corazón de las imágenes de Cristo o hacia el rostro acongojado de su santa Madre, las más tiernas saetas; algunas de ellas, incluso cantadas con lágrimas en los ojos por quienes no eran profesionales del cante, sino simples y fervorosos devotos que cantaban, muchas veces, en cumplimiento de sabe Dios qué promesas, llenas de amor y contrición.
La saeta jerezana, todos los sabemos, se dice en aire de seguiriyas y por eso es un cante excesivamente hermoso por triste, desgarrado y dramático. Se canta la agonía y muerte del Hijo del Hombre, que sufrió, padeció y murió en una cruz, para redimir al género humano de sus pecados; y también se canta la belleza, el dolor, la aflicción, la pena y la soledad de su bendita Madre.
Nosotros, que durante muchos años de nuestra juventud, recorrimos Jerez, de punta a punta, tras los pasos de las imágenes y acompañando a los mejores saeteros, recordamos a cantaores como Eduardo Lozano "El Carbonero", al que siempre situamos vestido de nazareno del Cristo, de cuya junta era miembro, cantándole a Este, por la Cruz Vieja, al mismo filo de la acera; y a Juan Acosta, a Canalejas, a Manolo Sevilla, a Sotito, a Belizón, a Diamante Negro, a Terremoto, a Fernando Gálvez, maestros saeteros, diciendo su oración cantada en sitios claves de los recorridos procesionales y, sobre todo, a la recogía de imágenes como la Amargura, el Mayor Dolor, al que nunca le faltaba las saetas del Guapo, desde el balcón de doña Carmen Zuleta, en la plaza de la Asunción; o a la entrada de la Yedra, donde las saetas se confundían en número con el inmenso gentío que arribaba hasta La Plazuela, como un embravecido oleaje que, hasta las playas de San Telmo, salpicaba de piropos la belleza de la Señora del Valle.
¿Quién no recuerda saetas como aquellas que empezaban diciendo "Sentado en la peña aguardando" o "Una bandera se divisa", que tantas veces se le cantara al Señor de los Judíos de San Mateo? ¿O las muchas y maravillosas letras que Pepillo, el gran cristólogo y poeta del pueblo, repentizara para sus amigos saeteros, desde los balcones de la Compañía, para el Amor y Sacrificio; o en las cercanías de Los Descalzos, para la Amargura, y frente al templo donde mora el mayor Desamparo del mundo, al que Pepillo escribió unas nanas, que me dedicó, y unos sonetos titulados simplemente "Prendimiento" y "Desamparo", jamás superados por ningún otro poeta, bajo la faz de este cielo que contemplamos, y que empezaban diciendo "Pienso en clavel si Prendimiento digo, con su blancor de nardo penitente" y "Mentando Desamparo, digo pena / y pañolón de flecos para el frío".
Saetas improvisadas de Pepillo al Patrocinio, al Desconsuelo, a la Virgen de los Dolores, a la de la Paz, Dulce Nombre, Aflicción, Angustias, Confortación, Piedad, Candelaria, a tantas imágenes de Cristo y de la Virgen, como procesionan en nuestro Jerez, estos días; y, sobre todo, a su amadísima Madre del Traspaso de la que era devoto nazareno, y a la Virgen de los Remedios, a la que compuso el más bello romance que imaginarse pueda, cuando estrenó su palio…
Saetas, saeteros, poetas del corazón en los labios, arrimando el alma a una oración cantada; tan luminosa como candelabros de cola y tan sobria como los cuatro hachones de cera que alumbran el paso del Señor de la Viga. Nombres de varones y también de mujeres, cantando como golondrinas que a Cristo iban a desclavarle las espinas, cuando estaba allá en el madero. Desde Isabelita de Jerez, La Pompi , La Chicharrona y Ana María la Jerezana, entre otras muchas; hasta María José Santiago y La Macanita, pasando por la Pinteño, La Mancheño, y la prolífica madre saetera de La Elu y Salmonete.
La saeta es una oración cantada que, cada primavera, nace en Jerez con estertores de fe y lamentos de agonía. Y ya saben mis lectores lo que decía San Agustín, sin haber jamás escuchado ninguna: "Reza dos veces quien bien canta". Así son los saeteros de Jerez.
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