La visita a Jerez de la Reina Isabel II

Jerez en el recuerdo

Antonio Mariscal Trujillo

Jerez, 01 de junio 2015 - 01:00

FUE en el otoño de 1862 cuando la reina Isabel II acompañada de su esposo Francisco de Asís de Borbón y de sus hijos Isabel, María de la Paz, Eulalia y Alfonso, emprendieron un viaje oficial para visitar las provincias andaluzas. Sobre las doce del mediodía del día 3 de octubre de dicho año, el tren regio procedente de Cádiz hacía su entrada en la estación de Jerez, dando la señal de llegada la campana del convento de Madre de Dios a la que respondieron todas las demás campanas de la ciudad. Entre vítores y marchas, sus majestades fueron recibidas por las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, así como por los personajes más notables de la ciudad que al pie del andén les esperaban. Con unas breves palabras del alcalde, José María Izquierdo, ofreciéndole a la soberana su homenaje de lealtad y respeto en nombre de Jerez, se inició la apretada agenda del programa previsto.

Aclamada por la multitud

En medio de la multitud agolpada en las inmediaciones de la estación, sus majestades subieron a un coche ricamente enjaezado tirado por seis hermosos caballos, a bordo del cual y entre frenéticas muestras de entusiasmo por parte de la multitud se dirigieron a la iglesia Colegial. Les seguía una comitiva compuesta nada menos que por sesenta coches bellamente enjaezados. Cuentan las crónicas que dicho cortejo ofrecía un espectáculo indescriptible por unas calles que aparecían adornadas con escudos, banderas y otras decoraciones. Los principales edificios del recorrido se habían adornado con lujo, así como las torres de las iglesias que lucían numerosas colgaduras.

La Reina hizo su entrada a la ciudad desde la Estación de Ferrocarril por la calle Porvenir, en cuyo inicio se había instalado un arco de estilo arabesco. Desde los balcones de las calles por donde pasaba la comitiva llovían sobre el coche regio cientos de flores y hojas con composiciones poéticas, mientras miles de palomas con lazos de colores sobrevolaban el recorrido. En la plaza del Arroyo y en las inmediaciones de la Colegial apenas podía transitarse por el inmenso gentío que allí se concentraba. El repique de todas las campanas de la ciudad, los acordes de las bandas de música y los vivas a la reina daban a aquella escena un aspecto inimaginable. La familia real descendió del coche y subió por la rampa y escalinata que acceden a la puerta principal del templo donde fueron recibidos por el abad y el Cabildo Colegial para, a continuación, bajo palio llegar al altar mayor donde se entonó un solemne Tedeum de acción de gracias.

Descanso y refrigerio en el Real Alcázar

Finalizada la ceremonia religiosa la soberana y su séquito se dirigieron al Real Alcázar. Tras un saludo a la multitud desde una de las ventanas de la torre de Ponce de León pasaron al comedor lujosamente decorado con valiosos lienzos y otras muchas obras de arte. Acompañaron a la Reina en el almuerzo el alcalde, diputados, senadores y títulos de Castilla residentes en Jerez. Una gran mesa cubierta con finísimos manteles de hilo bordados y adornada con valiosos candelabros y cubiertos de plata, según cuentan las crónicas, lucía para servir en riquísima vajilla y lujosa cristalería los más exquisitos manjares. A los postres y tras las palabras de rigor, les fueron ofrecidas a la reina Isabel varias monedas de oro, plata y bronce acuñadas para la ocasión. Cuatro mil de dichas monedas, suponemos que la mayoría de bronce, fueron arrojadas desde los balcones a la multitud junto con numerosas poesías impresas en tela de raso.

Concluida la comida, la soberana pasó al salón del trono del Palacio de Villavicencio para la preceptiva ceremonia de besamanos. Luego, un breve recorrido por el palacio bellamente adornado con innumerables obras de arte mereció la atención y los elogios de la soberana. Cabe señalar la audiencia concedida al alcalde, el cual rogó a S.M. se dignase patrocinar la empresa que se había formado para traer agua a la ciudad de la que carece desde los manantiales de Tempul. El ministro de Fomento apuntó que esta empresa era útil y necesaria para el pueblo de Jerez, por lo que la Reina recomendó se hiciese lo necesario para que el asunto tuviese una pronta resolución. Tras una nueva salida al balcón para oír los vítores del pueblo, se dirigieron a visitar las bodegas de González Byass.

En González Byass y Garvey

A la entrada de las Bodegas de González Byass se había levantado un arco triunfal de piedra que aún se conserva. Por el mismo penetraron a dichas instalaciones, siendo recibidos por Manuel María González Ángel, fundador y gerente de la empresa, el cual, tras las palabras de rigor, invitó a SS.MM. a presenciar una 'pisa de uva'. Como quiera que ya hubiera pasado el tiempo de la vendimia, la uva hubo que comprarla a numerosas personas de diversos puntos de la zona que solían colgarla en racimos para convertirla en pasas. Luego, una visita rápida por las enormes naves bodegueras donde en sus miles de botas se atesoraban las magníficas soleras de la casa. De una de estas botas conteniendo Pedro Ximénez añejo y con una venencia de plata, un joven venenciador llenó dos copas de cristal en las que la soberana y su esposo probaron el néctar de Jerez. La augusta familia abandonó la bodega mostrando su grata satisfacción por esta visita, calificando a dichas bodegas como una de las más importantes industrias de nuestro país. Aquella visita le había costado al Sr. González treinta mil duros de los de entonces.

La comitiva se encaminó a continuación a la bodega de D. Patricio Garvey entre las enfervorizadas muestras de entusiasmo de la gente que abarrotaba las calles, sobre todo al pasar bajo otro arco triunfal en orden dórico levantado en la calle Lancería. A su llegada a la bodega en calle Guadalete y, a los sones de la marcha Real, fueron recibidos por el Sr. Garvey acompañado de sus dos hijos mayores, quien expresó con unas breves palabras su satisfacción por tan excelsa visita. Recorrieron brevemente la bodega, probaron sus vinos, dieron a besar sus reales manos y, después de unas palabras agradecimiento por parte de la reina, se retiraron con visibles muestras de complacencia.

El cortejo se dirigió a continuación al Hospital Municipal de La Merced, que desde aquel día se llamó de Santa Isabel de Hungría en honor a la soberana. Tras orar brevemente ante la patrona de la ciudad en su Basílica, pasaron al interior del hospital, donde fueron recibidos por su director el Dr. Manuel Ruiz de la Rabia y la comunidad de las monjas de la Caridad que atendían aquella institución. Visitaron sus salas, hablaron con los enfermos allí acogidos, dieron un importante donativo y, antes de partir, aceptaron un refresco, pidiendo a las monjas que rogasen a Dios por ella y su familia.

Con el mismo entusiasmo popular mostrado desde su llegada, la familia real emprendió camino hacia la estación de ferrocarril. En su despedida la Reina mostró al alcalde con palabras de verdadero afecto la satisfacción con la que se iba por el brillante recibimiento que le había hecho su "Su muy Noble y muy Leal ciudad de Jerez". El tren partió en dirección a Sevilla entre las aclamaciones de la multitud. Eran las cinco de la tarde, había permanecido en Jerez cinco horas. Durante muchos días no se habló en Jerez de otra cosa más que de este acontecimiento que había roto por unas horas la monotonía cotidiana de nuestra ciudad, ya que hacía 66 años que Jerez no había conocido otro acontecimiento similar desde la visita que hiciera el rey Carlos IV en 1796.

FUENTES: Poglioni A. e Hidalgo F. Crónica del viaje de SS.MM. y AA.RR. a las provincias de Andalucía. Cádiz 1863. Crónica sobre esta visita en el periódico El Guadalete, 4/10/1862. Mariscal Trujillo A., Las visitas reales a Jerez, discurso de ingreso en la Real Academia de San Dionisio de Ciencias Artes y Letras, 11/5/2010.

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