Enfoque de Domingo | Dos años de pandemia

“Tengo secuelas, pero estoy feliz de poder contarlo”

  • Francisco Herrera fue uno de los primeros pacientes Covid en la UCI del Hospital de Puerto Real

  • Problemas renales, cansancio y "un zumbido continuo en la cabeza" son las consecuencias de casi dos meses luchando ingresado contra la enfermedad

Francisco Herrera junto a su mujer, Ana Arillo, en su domicilio de Puerto Real

Francisco Herrera junto a su mujer, Ana Arillo, en su domicilio de Puerto Real / Julio González (Puerto Real)

Aún tiene marcas en la cara. Dice que de cuando estuvo entubado en la UCI del Hospital de Puerto Real durante un mes, “con cables tubos y muchos aparatos”. En unos días se cumplirán dos años desde que Francisco Herrera Toledo se convirtió en uno de los primeros gaditanos en sufrir una infección grave de Covid-19. Pasó 30 días en la UCI y 18 más en la planta Covid luchando contra lo imposible.

Él lo sabe bien, porque lo padeció, pero mejor lo recuerda su mujer, Ana Arillo, que pasó ese mismo tiempo sentada en el sofá de su casa, en una esquina, pendiente del teléfono. “Nos dijeron durante muchos días que no contásemos con él. Un día, incluso, que de esa noche no pasaría porque estaba muy malito”, recuerda.

Pero Paco remontó. Fue uno de tantos que recibió un sonoro aplauso cuando abandonó en cama la UCI, y otro cuando salió de la planta con la ayuda de un andador. “Me dijeron que me sacarían en una silla de ruedas, pero yo quise hacerlo por mi propio pie. Era, de algún modo, mi señal de victoria”, recuerda Paco.

Sobre el tiempo que pasó en la UCI apenas tiene recuerdos. “Tenía sueños muy raros cuando empecé a estar algo consciente y veía a personas que no estaban allí. Recuerdo que venían a ponerme tratamientos, a asearme, que hablaban conmigo con mucho cariño y siempre dándome ánimos”, dice emocionado. “No sabemos los sanitarios que tenemos. A mí me dicen héroe por haber sobrevivido a todo, pero los héroes son ellos porque hacen mucho más de lo que tienen que hacer y de lo que pueden.  Médicos, enfermeras, auxiliares… Todos se portaron fenomenal. Grandes personas maravillosas y profesionales. Hasta la limpiadora que iba te daba ánimos”.

Recuerda con emoción un encuentro casual que tuvo hace poco con una de las enfermeras que le atendió en la UCI. “Estábamos en una cola y empezamos a charlar de la vida, de la pandemia, de las mascarillas… y le comenté que había estado en la UCI. Cuando me preguntó el nombre y se lo dije, se echó a llorar emocionada. Era una de las enfermeras que me atendió en la UCI y se alegró muchísimo de verme tan bien”.

Y del mismo modo que solo tiene palabras de agradecimiento para los trabajadores de la sanidad, no habla igual cuando se refiere a “los negacionistas”. “¿Cómo pueden decir que todo esto es una mentira? Qué me lo digan a mí, que pasé casi dos meses allí metido”.

Tampoco sabe cómo llegó a infectarse. “Al principio, como había tanto miedo, todo el mundo me preguntaba cómo me había contagiado y yo no tengo ni idea. Hacía lo normal, salir a la compra, al cajero y poco más. Yo tampoco soy de bares. La verdad es que no lo sé”. Lo que sí tiene claro es que el 28 de marzo empezó a encontrase mal y muy cansado. “Fue cuestión de horas cuando en casa perdí la conciencia, me recogió el 061 y del tirón para la UCI. El último recuerdo que tengo de eso es entrando en la ambulancia”.

Paco, que entonces tenía 62 años, no era uno de esos pacientes con patologías previas. Apenas una leve arritmia más que controlada y el castigo en el cuerpo propio de quien se ha llevado 40 años trabajando como soldador. “Allí dentro se me paralizaron muchos órganos”, dice. Necesitó de diálisis, de respiración asistida y varias trasfusiones de sangre.

No había forma de que remontase”, apunta su mujer, Ana. “Los médicos, que nos llamaban una vez al día, por la tarde, nos decían que le ponían lo que tenían, lo que creían que le podía ir bien, pero cada vez iba a peor. Las criaturas hacían lo que podían, es que no sabían nada de todo esto”. Las horas que la familia de Paco pasaba esperando a que el teléfono sonase eran interminables. “Veíamos lo que pasaba por ahí, que la gente se moría sola y la incineraban sin la familia y me derrumbaba”.

Recuerda que uno de los días le dijeron que existía un tratamiento experimental con plasma y ella accedió. “Tuve que dar el consentimiento para que se lo pusiesen. Creo que venía de Barcelona, y creo que eso fue lo que le dio vida, porque entonces empezó a mejorar e incluso pudimos hacer algunas videollamadas”, explica emocionada. Ya el tiempo que pasó en la planta sí pudieron estar los dos juntos. “Me dijeron que si entraba no podía salir y me fui con él, claro. Cómo no me iba a ir”.

Cuando salió del hospital, Paco fue a saludar a su madre. “Es muy mayor y estaba muy preocupada. Bajó a verme y se quedó más tranquila”. Luego se instaló en casa de uno de sus hijos que vive en una primera planta porque “no tenía fueras para subir al cuarto piso donde vivo”. Por cada sitio que pasó, se llevó el aplauso de sus vecinos desde los balcones.

Esas fuerzas las va recuperando poco a poco. “Tengo secuelas, pero estoy feliz de estar vivo y de poder contarlo”, dice con contundencia. Los riñones le funcionan al 40%, tiene dolores en piernas y brazos y no logra separarse de un zumbido continuo que tiene en la cabeza. Pese a ello, intenta hacer algo de ejercicio para seguir mejorando. “Mira, hoy he acumulado 12.000 pasos”, dice mirando su reloj. “Esos son unos pocos de kilómetros”, apunta sonriendo. “Al final va a tener razón mi hermano que me dice que soy más duro que un tanque alemán”.

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