De la ciudad ideal a la ciudad racional (I)

Arquitectura · La belleza intangible

Ramón González De La Peña

Jerez, 29 de octubre 2014 - 08:39

¿Crees que un pintor, después de haber pintado el más bello modelo de hombre que pueda verse y de haber dado a cada rasgo la última perfección, sería menos hábil porque no le fuera posible probar que la naturaleza puede producir un hombre semejante? Y nosotros, ¿qué hemos hecho en esta conversación sino trazar el modelo de un Estado perfecto? Y lo que hemos dicho, ¿no estará bien dicho, aún cuando no podamos demostrar que se puede formar un Estado según este modelo? (Libro V de La República, Platón)

Mucho se ha pensado, escrito y dibujado y pintado sobre la ciudad ideal a lo largo de los siglos. Para la cultura contemporánea el modelo se inicia en la antigua Grecia con las ideas de Platón y Aristóteles, no sólo sus concepciones políticas sino la descripción física de la mítica Atlántida o las referencias a Hipódamo de Mileto, a quien se atribuye la planificación ortogonal que efectivamente se realizó en El Pireo. En la época romana, Vitruvio, arquitecto de Julio César, escribió el tratado sobre arquitectura más antiguo que se conserva y el único de la Antigüedad clásica. ‘De Architectura’, que consta de 10 libros escritos en el año 23 A. C. se inspira en los teóricos helenísticos y trata muchos asuntos diferentes relacionados con la arquitectura y sus aplicaciones prácticas, entre otro la organización ideal de las ciudades.

Desde entonces hasta nuestros días son muchas las ciudades que se proyectaron y, algunas, se construyeron con la pretensión de resolver físicamente las necesidades de la sociedad del momento: Palmanova, Sabbioneta o Sforzinda bajo el Renacimiento italiano; o las incontables ciudades fundadas durante la colonización de América; también los nuevos crecimientos trazados durante el barroco en las ciudades europeas más consolidadas: Paris, Turín, Nápoles, Amsterdam, buscan el perfeccionamiento de la ciudad. Son todas ellas propuestas provenientes de reyes o mandatarios, propuestas que nacen desde el vértice hacia la base.

Paralelamente a proyectos concretos sobre la ciudad construida ex-novo o los nuevos crecimientos de las ciudades, a lo largo de la historia se generaron propuestas teóricas, basadas en la permanente insatisfacción del ser humano con su entorno y la necesidad de encontrar una salida esperanzadora para el futuro. En el año 1516 Tomás Moro escribe ‘Utopía’. El libro consta de dos partes, en la segunda de las cuales, un viajero describe una isla constituida ciudades-estado donde se rechaza el lujo, no existe el dinero y cada diez años su habitantes cambian de casa por sorteo. El sistema político es democrático aunque por otra parte existe la esclavitud y se promueve el imperialismo, como si de la antigua Grecia se tratase. Los habitantes de Outopia (no lugar, según traducción de Quevedo) son gentes de trato fácil y buen humor, ingeniosas y amantes del ocio. No obstante, sigue existiendo el crimen y el delito. Un detalle fundamental, pues las utopías se han basado a menudo en la creencia de que una nueva sociedad traerá consigo un hombre nuevo. La naturaleza humana sería plenamente moldeable o bien bondadosa en su origen y por tanto si alguien sale torcido sería culpa de la sociedad en la que ha crecido.

El Renacimiento fue un periodo de gran agitación intelectual, inducida entre otros motivos por las noticias traídas del Nuevo Mundo, así que la de Tomás Moro no fue la única sociedad ideal imaginada. El dominico italiano Tommaso Campanella imaginó en 1602 una república filosófica llamada Ciudad del Sol, ubicada en algún lugar del hemisferio sur. Está construida en siete círculos concéntricos con funciones defensivas, es gobernada por un filósofo-sacerdote y en ella la propiedad es colectiva. Tiene, de nuevo, rasgos propios de un claustro, como por ejemplo que hay comedores comunes en los que se guarda silencio mientras alguien lee un libro en voz alta desde una tribuna. Y a diferencia de la anterior, aquí los seres humanos han sido educados de tal forma que entre ellos no son posibles los latrocinios, los asesinatos, los estupros, los incestos, los adulterios, ni otros delitos. Otra destacada utopía renacentista fue la Nueva Atlántida, de Francis Bacon. Se trata de una isla de los mares del sur donde, una vez más, la propiedad es colectiva, y se otorga una gran importancia a la investigación de acuerdo al método científico ideado por el propio Bacon, que tanta influencia tendría posteriormente.

Con la revolución industrial, a partir del siglo XVIII, aparece un nuevo problema en las ciudades, el del alojamiento, como consecuencia de la disminución del coeficiente de mortalidad, el aumento de la duración media de la vida y la redistribución de los habitantes en el territorio y el flujo migratorio que se produce desde el campo a la ciudad. La solución a este problema dará lugar a nuevas propuestas de ciudades paradigmáticas como las new-towns inglesas, las ciudades-jardín, la ciudad lineal o los ensanches del las ciudades existentes, como el de Cerdá en Barcelona. Todo ello producirá nuevas propuestas utópicas de ciudades ideales, sueños de una vida mejor para la mayoría de los seres humanos.

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