Desde la espadaña
Felipe Ortuno
Treinta y uno de diciembre
Dos horas y media. Ese es el tiempo que duró el imperio de Miguel Poveda sobre las tablas del Teatro Villamarta. Canciones, poemas y sonetos para la libertad de un artista que no tiene barreras en el estilo que acuna, mima y ensalza cada vez que tiene la ocasión de subirse a un escenario: el flamenco. "A pesar de que haya quien diga que lo que yo hago no es flamenco, será que quien critica no viene a los conciertos", lanzó el barcelonés en una de las pausas del primer recital -de tres- que ofreció en el coliseo jerezano.
La magia de Poveda, esa que hace sentir al espectador pequeñito en el sillón del patio de butacas, no termina en su -magistral- técnica a la hora de orquestar sus cuerdas vocales. El artista y el escenario son uno, y como un puro director de orquesta utiliza su cuerpo como batuta para dirigir instrumentación, coros y golpes de luz. Algo más propio de un cantante de cortes pop o R&B que dota al flamenco de su sello propio. Tampoco faltaron los movimientos rumberos ni la pataíta de rigor.
El niño que se escondía de sus padres en su casa de Barcelona para que no lo vieran llorar mientras escuchaba las letras de Antonio Gallardo o Rafael de León -así lo admitió a su público- hizo una defensa a ultranza del género de la canción andaluza, asumiendo que "si en México se sienten orgullosos de sus rancheras y en Argentina de su tango ¿por qué en España hay estos perjuicios frente a la copla?".
Dos horas y media dieron para mucho más que una clase magistral de arte flamenco. Poveda inició su recorrido vistiendo de largo su último trabajo, 'Sonetos y poemas para la libertad' con letras de Lorca, Aute, Guerra, Neruda o Borges. Miguel Hernández fue el elegido para irrumpir en el Villamarta: "Para la libertad sangro, lucho, pervivo / Para la libertad, mis ojos y mis manos / Como un árbol carnal, generoso y cautivo / Doy a los cirujanos". "Estos tres días en el Villamarta son todo un regalo para quien tiene la suerte de hacer lo que le gusta y sobre todo para quien siente respeto por vuestros autores, bailaores, guitarristas y cantaores (...) Gracias por acompañarme en mis locuras, mi viaje de pena y cante. Ustedes tienen la culpa de que esté aquí", se sinceró el cantaor.
Acabó esta primera parte del concierto con versos de Alberti y Pedro Guerra, 'Guerra a la guerra por la guerra', un alegato de denuncia a cualquier tipo de violencia en general y de género en particular. Tras el apagón, un cuadro flamenco emergió para delicia de los asistentes. Las manos a la guitarra de Juan Gómez 'Chicuelo' guiaron a esta parte del recital con un arte sin igual en un interludio junto a Paco González a la percusión, Antonio Coronel a la batería, Guillermo Prat al bajo, Esperanza León a los coros y Miguel Ángel Soto 'Londro' y Carlos Grilo a las palmas y jaleos. Una 'Malagueña de la Peñaranda' que concluyó en un '¡Qué disparate!' con el "caray, caray, que estas son las cositas que pasan en Cai". El barcelonés hizo así un repaso del cancionero más popular del flamenco haciendo las delicias de un público que bien entiende y sigue el compás. Poveda, encarao en la bulería sale de su trono de madera con su chalequito negro y camisa blanca remangá para enseñar -¡cómo si le hiciera falta!- al público de Jerez cómo se hace, que agradece acaloradamente.
El afamado concertista catalán Joan Albert Amargós, que acompaña a Poveda en su aventura por toda España, se encargó de acompañar al cantaor en su paseo por la copla. No se olvidó de 'María de la O', 'La bien pagá', 'Ojos verdes' o 'Vente tú conmigo', que mezcló en un popurrí para terminar confesando su "amor por estos textos" y terminar acoplando a esta parte cortes como 'Final y a ciegas' o 'El último minuto'.
La primera despedida la protagonizó homenajeando a uno de los grandes de la tierra, con Camarón de la Isla y su 'Leyenda del tiempo'. Aunque no pudo resistirse y el concierto se alargó media hora más en la que no dudó en homenajear a Fernando El Terremoto con el villancico 'Patriarca Manuel'. El verdadero fin de fiesta llegó con una improvisación del cantaor jerezano Londro, uno de los palmeros del barcelonés y la subida improvisada al escenario de 'El Grilo'. El Villamarta estaba a punto de estallar en aplauso y vítores cuando Poveda comenzó a cantar retazos de 'Torbellino de colores' o por los martinetes de 'Estando yo en el altozano' y los aclamados 'Mis tres puñales', en los que acompañado por su decena de músicos se marchó por el foro del Teatro dejando un profundo regusto de arte en los que acababan de presenciar un concierto de esta categoría.
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