En la mente de aquella alma de fuego que era Alphonse Citazione, retumbaban incesantemente las palabras "non dobbiamo dimenticardi di quello che è successo" (debemos olvidar lo sucedido). Era descendiente directo de Carlo Buonaparte y María Leticia Ramolino, padres del emperador francés Napoleón Bonaparte. Aquel diplomático italiano que fue Buonaparte, miembro de la nobleza corsa, fue aficionado a los lujos extremos, dilapidando con esta afición gran parte de su fortuna. De los ocho hijos que tuvo, Alphonse descendía del séptimo vástago, sin duda un valor por descubrir.

Las palabras que martirizaban a aquel individuo que parecía insensible a los placeres, víctima de la estricta educación inglesa heredada por vía materna, eran consecuencia de la pasión desgraciada que le había inspirada la actriz más célebre y seductora de la época, Marie Snowish. La extraña firmeza de carácter de que hacía gala era, en realidad, consecuencia de su acusado sentido de la prudencia, algo que le hizo abandonar este mundo tan de puntillas, que su existencia no aportó nada más que mi inspiración para escribir estas líneas.

Los ataques de Citazione a la actriz eran regulares y hechos con orden. Dividía bien sus columnas, colocaba convenientemente sus reservas y se batía con intrepidez. Vencedor o vencido, era muy frecuente verle desanimado por la noche. Su estado de ánimo iba parejo al arco del sol; conforme bajaba, la desesperación se hacía dueña de su carácter. Era muy severo en la disciplina para compensar su caótica esencia, llena de altibajos. Su íntimo amigo, Xavier Insopportabile, un aristócrata frío y egocéntrico, solía ejercer de portavoz en las muchas ocasiones en que Alphonse optaba por no tolerar la vulgaridad de la gente mediocre.

Marie Snowish pasaba medio día tendida en un diván, con el codo hundido en unos almohadones blancos de lino. Aquella fibra natural la había escogido en unos almacenes de Londres, en uno de los viajes que hicieron Alphonse y ella cuando su relación era feliz. Citazione le insistía en que escogiera el tono más tostado, que era más sufrido a las inclemencias del día a día, así que ella escogió el blanco más puro, con el único objetivo de llevarle la contraria. Las líneas perfectas de su cuerpo también estaban envueltas en un traje blanco caprichosamente moteado de puntos carmesíes, algo así como unas imprudentes gotas de sangre.

Alphonse y Marie se amaban, pero también se odiaban. La relación había oscilado entre esos dos puntos durante casi cuatro años. Tras una primera etapa llena de esplendores, poemas exquisitos y gráciles emociones que parecían pruebas vivientes de su inmortalidad, sin saber muy bien el motivo real, comenzaron la tormenta, los cañonazos al aire, las sátiras malvadas, los desaires sin fin y todo un cúmulo de castigos, mediante los cuales cada uno de ellos confiaba en que hería al otro, cuando, en realidad, la herida salvaje era contra uno mismo.

Tras la batalla, llegó el silencio. Un largo silencio de meses, que él interrumpió en varias ocasiones. Ella, con apasionado dolor, descendió a los infiernos a por las armas más ardientes y las lanzó con furor. Luego, recapacitó y trato de recuperarlo, pero entonces fue él el que no quiso. Seguía corriendo el tiempo, y esta vida tiene fin. Otro largo verano, él en el norte, ella en el sur. Planearon verse llegado el otoño. Aparentemente, en sus manos estaba el final de aquella historia, cuyos ingredientes eran de la más rara belleza: triángulos amorosos, gotas de sangre en plumas de excelencia, la más elevada aristocracia del país, dibujantes ilustres, marinos históricos, desplantes, desaires, silencios insoportables, reencuentros deseados, dichas, desdichas…

Ella había dicho la frase justo antes de colgar el teléfono tres días antes: "Debemos olvidar lo sucedido". Quedaba implícita la segunda parte de la idea: "Y volver a empezar". Una cena con Lord Montagu de Beaulieu, regada por generosas copas del mejor vino de la zona, fue la última vez que Alphonse mencionó a Marie con verdadera devoción. Unos minutos después, subió a su Bentley Continental y una curva cerrada hizo los honores de llevarle al otro mundo. Marie no volvió a actuar y nunca se sobrepuso a su pérdida.

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