Tal día como hoy, hace ahora más de 30 años, cruzaba el umbral de ese maravilloso cortijo que es El Albardén.

Por aquel entonces solo era el 'novio' de María, que me invitó a pasar. Me encontré frente a sus padres en la salita. Lo que creía iba a ser una conversación tensa y distante pronto se convirtió en algo cercano y agradable.

Esa salita se convertiría, más adelante, en un lugar muy especial para mí. Allí compartiría muchas confidencias con mi suegra que me escuchaba y entendía y además, cuando le pedía consejo, me señalaba con mucho acierto el camino, siempre pensando en cómo hacer el bien.

A partir de ese día cada vez que entraba en su casa sentía la acogida, el calor humano que irradiaban mis suegros. Siempre esperando con los brazos abiertos.

Siempre queriendo ayudar. Siempre preparando algún plan familiar como ir juntos a comer a alguna venta, la afición por la mesa era la afición por convivir y compartir.

Siempre en familia nos reuníamos para celebrar cada cumpleaños o cada Santo y, cómo no, cada Nochebuena en la Peñuela con tío Fermín y tía Mercedes de maravillosos anfitriones.

Juntos también navegamos el mar Báltico donde mi suegro, en su afán por viajar, vio cumplida una de sus muchas ilusiones: pisar Rusia en San Petersburgo.

Así también las interminables tertulias de los veranos en la calle Pango eran un pozo de sabiduría gracias a la buena memoria y mejor opinión de Alfredo y de su amigo Josechu Ysasi.

Cuando llegaron los nietos fueron otros padres para ellos, los mejores, se les veía en la mirada lo mucho que les querían.

Volvía por El Albardén y raro era no encontrar a mi suegro con un libro que relataba alguna batalla en la mano. Más adelante aconsejado por su mujer comprendió que la batalla más grande es ir al Cielo y cambió los libros por el Rosario.

Ha sido un lujo impagable convivir con ellos todos estos años tan cerca. La alegría y la sencillez fueron sus señas de identidad. Ejemplo de valores humanos y cristianos hasta el final.

Mucho recibimos y aprendimos de Titi y Alfredo, que la Misericordia de Dios los bendiga con las maravillas del Cielo y su hondo recuerdo nos aliente.

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