Análisis

Manuel Rodríguez Díaz Doctor en Historia del Arte y profesor de Geografía e Historia en el IES Caballero Bonald

Jerez, sus árboles y sus parques, un patrimonio para proteger y no mirar hacia otro lado

Jerez lleva muchas décadas definiéndose, entre otras cosas, como una ciudad arbolada

En los últimos años han sido publicadas en Jerez algunas noticias acerca del estado de sus árboles, sus jardines y sus parques. Desgraciadamente, en estos meses han sido talados muchos ejemplares, y otros ni siquiera han sido plantados pese a tener sus alcorques preparados. Es evidente que es algo que interesa y preocupa al ciudadano, de ahí las noticias, artículos o notas de prensa que recientemente han visto la luz en éste y en otros diarios locales.

El estado del patrimonio arbóreo, de los jardines y parques, el mantenimiento y el mimo que reciben, indica el nivel de desarrollo y concienciación medioambiental. Pero no sólo eso, cuantos más árboles y más jardines posee una ciudad, más bella y más rica es, distinguiéndose del ilimitado número de localidades que lastimosamente han descuidado este singular aspecto, esta riqueza. Si a esto añadimos que algunos jardines o parques de nuestra ciudad son centenarios -como muchos de sus árboles-, añadiríamos evidentes valores históricos y contundentes pruebas para su conservación y protección. A los valores naturales y medioambientales, deberíamos por tanto sumar los estéticos y los que nos han sido legados por la Historia.

Jerez lleva muchas décadas definiéndose, entre otras cosas, como una ciudad arbolada, con avenidas y calles que han sido embellecidas y colmadas de sensibilidad -y sombra para los cinco meses de verano mediterráneo-, precisamente producto de los variadísimos ejemplares plantados o heredados de otros tiempos. Jerez es una ciudad además llena de jardines privados y públicos, sorprendentes algunos por su belleza y su singularidad botánica, como los parques de las bodegas Domecq o González Byass.

Por citar algunos ejemplos de este importantísimo patrimonio recibido, es imposible no referirnos al parque González Hontoria, con los magníficos jardines de La Rosaleda y El Bosque, un lugar desde luego para enseñar y presumir ante foráneos, junto a una gran avenida bien trazada, repleta de palmeras y naranjos. Con claros valores patrimoniales, es hoy unos de los mayores ejemplos de descuido, nefasto mantenimiento y literal arrasamiento durante la semana de feria. Recordemos que primero se permitía arrasar la Rosaleda y su bella alameda de jacarandas, y ahora se permite destruir cada año -todos lo permitimos en realidad- los jardines de El Bosque, ambos dentro del centenario y querido parque. ¿En qué ciudad europea se haría algo así con un lugar como éste? ¿No debería hallarse otro lugar para la barbarie legalizada del botellón?

El Altillo es hoy un parque público. Una finca de recreo privada, que la urbanización y el crecimiento de la ciudad prácticamente devoró, fue convertida en un parque para todos los jerezanos y jerezanas. Abrirlo para la ciudadanía fue una auténtica proeza. El hecho de su inaudita preservación hasta el mismo siglo XXI por parte de una rama de la archiconocida familia bodeguera de los González, ha permitido en definitiva que hoy todos podamos disfrutar de un legado verde sin parangón en la provincia. Sin embargo, ¿cómo es posible que en el transcurso de unos pocos años este espacio esté arruinado? Su masa arbórea sigue ahí, desde luego, pero un lugar con un alto valor histórico, realmente potentísimo, vinculado a la historia bodeguera local -como en el caso de otros jardines privados y públicos de la ciudad-, necesita de una clara protección y de un eficaz mantenimiento.

La urbanización El Bosque, un lugar sin duda privilegiado para residir por su estupendo parque y sus jardines, se levantó en lo que había sido el recreo de la Señora María Bueno, un jardín a la inglesa del que aún se conservan elementos, como su cancela de entrada, un precioso banco de cerámica trianera, los pozos, o parte de su arbolado. Los cedros de gran porte, las bellísimas robinias -al borde hoy de su tala y desaparición-, cipreses o zapotes de esta urbanización son ejemplares para valorar, mimar y también "tratar", para que permanezcan. Su tala o falta de mantenimiento no hace sino ahondar en la pérdida de un patrimonio natural que enriquece, embellece y hace utilizable y transitable nuestro espacio urbano. Vivir en un lugar así es, como decimos, un privilegio, pero también conlleva una responsabilidad.

Como decimos, los jardines y parques definen positivamente el desarrollo y nivel de progreso y cultura de una ciudad, la capacidad estética y la sensibilidad y buen gusto de su comunidad ciudadana. No hay nada más que viajar por Europa y comprobar que aquellos países y ciudades que los poseen y los conservan con orgullo, son lugares con una historia privilegiada y una cultura y una educación desarrollada. Jerez, los jerezanos y jerezanas, tenemos un patrimonio en árboles, parques y jardines que reconocer, proteger y mantener. Nadie vendrá de fuera a salvarlo. Son muchos los que han contribuido a mantenerlo desde hace décadas. Es necesario que hoy lo reconozcamos también, y muy especialmente la clase dirigente local y vecinal, pues en sus manos está por el momento el hacer las cosas con corrección y sensibilidad.

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