Mediocridad

En estos duros tiempos con la muerte tan presente, el autor sostiene, retóricamente, que no hay nada peor que morir por culpa de la mediocridad, el elemento más devastador parido por la naturaleza, que destruye cualquier forma de vida creativa

Homenaje a Keith Haring de Pepe Benítez. Homenaje a Keith Haring de Pepe Benítez.

Homenaje a Keith Haring de Pepe Benítez. / @Pepen

Hay muchas formas de morir. Cada día las ponemos en práctica o nos las imponen. Se muere de hambre, de Covid, de cáncer, de infartos, tumores y Parkinson. Indefectiblemente, todos los caminos de la vida conducen al desenlace final de la muerte. Consciente o inconscientemente, vamos falleciendo, pudriéndonos, acercándonos al cadáver que llevamos dentro en forma de huesos. Olemos a difunto rodeado de flores mustias, a descomposición decrépita. No hay quien pare el reloj de nuestro adiós definitivo. Financiamos lápidas, escogemos lugares idílicos para esparcir cenizas, adquirimos trajes negros, cedemos órganos a la ciencia o a desconocidos, fomentamos amistades para el cortejo fúnebre y veneramos a ‘la parca’ adquiriendo mausoleos de prepotencia.

La muerte es el morbo personificado, silencioso, es el misterio con más intriga. Se muere de amor, cansancio, sufrimiento o melancolía. Morir es síntoma de existencia, enfermedad o defecto. Morimos por dejadez, ira, aburrimiento o depresión. Pero no hay nada peor que morir por culpa de la mediocridad: ese otro drama humano que amontona más cadáveres en el ‘armario’ del planeta Tierra. La mediocridad atesora el mayor número de víctimas involuntarias en las estadísticas de muerte, posee el ‘Guinness’ de la morgue. La mediocridad es el arma de destrucción masiva más perfecta creada por el hombre. Asola sin límites, de forma aséptica y gratuita. Mediocridad es el calificativo despectivo más ofensivo del que hace gala el diccionario, llevando tan al extremo su propia esencia semántica que se define a sí misma de forma ‘cariñosa’ como “de calidad media, de poco mérito o tirando a malo”. Pero no, no nos engañemos, un ser mediocre es el elemento más destructivo parido por la naturaleza, es la antítesis de la imaginación, el germen del mal, la anulación del individuo creativo, la destrucción paulatina de cualquier forma de vida.

Crisis. Crisis.

Crisis. / Jesús Benítez

La mediocridad es un bombardeo sistemático contra la inteligencia. La mediocridad es una plaga imparable, devastadora, el símbolo o ejemplo de un nacimiento desaprovechado e indigno. Todo ser mediocre, que es consciente de su ‘enfermedad degenerativa’, se rodea de acólitos idénticos a él para que nadie se atreva a superar su grado de mediocridad ni se note en exceso su ‘malformación congénita’. La mediocridad destruye familias, empresas, gobiernos, naciones y pueblos. La mediocridad se instala en el poder a dedo. Un mediocre miente por sistema, titubea a propósito, ningunea, se mofa cínicamente, desprecia, ofende a conciencia, acosa física y psicológicamente a sus semejantes, los anula. El mediocre no sabe hablar en público, si alguien no le dicta en la sombra y él, sólo mueve los labios. Es aupado hacia la cumbre y, desde ella, dirige con prepotencia, actúa despectivamente para que nadie ose desacreditarlo. El mito mediocre cuenta con su propio código deontológico y su escalera jerárquica, construye un castillo de naipes que nunca cae. El mediocre es un cerebro sin muebles, un cuadro en blanco, una película sin guión, un diálogo de besugos.

A un mediocre sólo se le puede combatir con talento, porque la mediocridad mueve montañas a golpe de dinamita, destruye por devoción y sume en el anonimato a los genios que va apartando en su camino. Lo único que no puede evitar un mediocre, de momento, es la muerte…

© Jesús Benítez

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