Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Que haya personas de poco ánimo y falta de valor para emprender faenas, enfrentarse a peligros o soportar adversidades, no me extraña porque todos, de un modo u otro, en alguna ocasión se nos ha pegado el calzón a la nalga por culpa de ese jindoi incorregible e irracional que te anula el entendimiento y el músculo.

No siempre tiene uno él ánimo dispuesto para tolerar desgracias e inconvenientes, y mucho menos para superar grandes desafíos. Porque hay quien es medroso por temperamento propio, y por el convencimiento íntimo que tiene de su debilidad personal, que le hace tener cuidado de acometer empresas de riesgo. Me quiero referir, principalmente, a esa otra clase de pusilanimidad vergonzante y puñetera que, apoderándose de algunos ciudadanos, los lleva, por cobardía, hasta el punto de ceder su dignidad y el cumplimiento del deber.

Dignidad y deber, dos palabras huérfanas de sentido en esta sociedad en que se vende el alma al diablo, ese joiporculo que nos pone cada día contra natura. De esta cobardía y acoquinamiento moral nacen los alevosos, pérfidos y traidores, que, por un plato de leguminosas, lo mismo les da vestir de zorro que de zorra, dicho sea, con el mayor respeto animal.

Porque la pusilanimidad lleva a la felonía desleal, y ésta, irremediablemente, a la traición, que surge siempre que se quebranta la fidelidad que se le debe guardar a las convicciones, principios y fines. Voy sumando: dignidad, deber, convicción, principio, fin. Todo un catálogo para un manual de parvulario moral imprescindible. Justo lo que le falta a esa caterva deshonesta que ocupa bancos azules y saca leyes inmorales con pactos antinaturales y concesiones inconstitucionales: educación, sanidad, economía, seguridad, separatismo, persecución lingüística y taimadamente religiosa. Todo se está trastornando a golpe de cobardía y prostitución.

El pueblo calla mohíno mientras se divide en banderías la oposición que pudiera llevar un poco de cordura. Se ve que la pusilanimidad es más contagiosa que el virus, siendo conveniente encerrar a todos ellos en una cuarentena de cincuenta y cinco días en Pekín.

Aquí hay gente demasiado cobarde para luchar o demasiado apoltronado para huir; o falsamente prudente como para que sea verdad esa virtud que deja a su libre albedrío la confabulación y la villanía. Quizás no sea por cobardía sino porque aún no hayan encontrado el coraje; o acaso porque no se han rozado aún con el valor suficiente de admitir que son todos unos gallinas. Es como si se hubieran puesto todos de acuerdo en suicidarse, y suicidar, a su vez, a todo aquel que no esté de acuerdo. Que haya un señor equis que no obedece al Tribunal de Cuentas, que no acate las Sentencias del Tribunal Supremo ni se atenga a las recomendaciones del Tribunal Constitucional, es de traca. Y que no haya un Tomás Moro capaz de reprenderle, aceptando las últimas consecuencias, es desalentador.

'¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?' Naturalmente, el señor Villegas dio con sus huesos en la cárcel de Juan Abad; mutatis mutandis: 'Que más quisiera estar muerto, que verme pa toa la via, en ese penal del Puerto, Puerto de Santa María'. A menos que la gente sea leal a la deslealtad, en cuyo caso, chitón. Y donde dije digo, digo Diego. En todo caso el pusilánime es un cobarde, y no acometiendo otra cosa ¡Dios me libre! que su etimología, diré que viene del latín 'coe' que significa cola, porque el cobarde vuelve grupas, si va a caballo, o enseña el trasero cuando recula y huye; por lo que le es propio la descortesía, que siempre deja con dos palmos de narices a cualquiera que, con él, quiera plantar batalla.

Y así estamos en esta España nuestra, con la mascarilla puesta, más por librarnos de la fétida cobardía que del virus, que tanto monta. Entiendo que esto ocurre en todos los órdenes de la vida, y raro es el grupo humano, o semi divino, que no cuaje en él la semilla pusilánime. Al descaro hay que plantarle cara, lo mismo que al mentiroso y al traidor, que todo lo conjuran y maquinan. Y lo mismo al deslenguado, que hay que ponerle al descubierto su verborrea para sanarle su indigestión; y así con todo. Que, si no se pone pié en pared, nos aplasta y entierra. A la mentira con la verdad, y a los pusilánimes con la medida de su cobardía. Y quien pueda entender, que entienda.

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