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Desde la espadaña
Palabras que recoge el viento caprichoso, como pétalos que se desperdigan con un soplo -o tal vez sea su única función- como los que se lanzan a los novios cuando salen de haberse prometido amor eterno, que vuelan como las promesas, que se disipan con la atmósfera del más allá. Escribir con un propósito, o la certeza de lo desconocido: escribir así, sin más, tecleando el deseo de plasmar el pensamiento. Una soberbia como cualquier otra, para que quede constancia de quién soy, como si eso le importara a alguien, o me afectara siquiera ¡qué locura! En cualquier caso, querer expresar un pensamiento, por insignificante que sea, exponerlo en el papel a juicio de todos, es una temeridad a todas luces.
Es propio de la prudencia permanecer callado, verlas venir, dejarlas pasar y matarlas callando. No son pocos los amigos que así me aconsejan. Por cariño, porque les importo, porque nadie quiere que le hagan daño a quien profesamos amistad. Lo agradezco. Lo entiendo. Aun así, escribo sobre lo que debería callar: de sexo y género, feminismo, religión, toros, aborto -tan regresivo-, ideología trans, wokismo, derecho a la defensa de la propiedad…sobre lo políticamente incorrecto, con el único objetivo de no conseguir nada y ser señalado, por no tener fe ecologista o dogma vegano, ni etnia lingüística a quien idolatrar.
Escribo para romper la frontera del miedo, esa que hace que los hombres vivan sometidos o enclaustrados a los dictámenes de quienes manipulan la sociedad. Mis palabras son tan insignificantes como las hojas caídas en otoño; pero ahí están, formando parte del ejército anónimo que no se resigna al silencio cómplice. Durante años asistimos a los despropósitos políticos de quienes nos gobiernan, a las arbitrariedades de una administración tiránica con unas leyes rompedoras del consenso y la armonía nacional: frentistas, guerra civilistas y antiespañolas ¿Y he de callar? De ningún modo, ‘que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti Jerusalén’ (Sal 137,1). Nos tienen acoquinados, y, mientras nos vean así, la debilidad se hará aún más manifiesta y nuestra esclavitud mayor. Los poderosos se hacen insoportables y los ciudadanos pusilánimes.
Es preciso perder el miedo para plantarle cara a las instituciones castradoras de la libertad. Sean cuales sean y vengan de donde vengan. No se puede atentar contra el sagrado derecho de las personas, ni contra el libre ejercicio de la conciencia ¿No os dais cuenta de que quieren acallarla con falsas ayudas sociales que nos sumergen cada vez más en una deuda insostenible y una dependencia mayor? ¿quieren sostener el estado de pobreza con la falacia de ser ellos los legítimos defensores de los pobres? Engañiflas.
Las concesiones al nacionalismo, que afecta negativamente a todas las regiones, nos derivan a una dictadura regresiva de diseño ¿Quién contesta? ¿Dónde queda el parlamentarismo? ‘Predícame fraile, que por un oído me entra y por otro se me sale’: escribo palabras al aire para que se las lleve el viento. Quizá sirva de catarsis o logre que alguna de ellas se plante en un lugar apropiado. Hay que luchar contra la mentira política, contra toda mentira, venga de donde venga, que quiere mantener la ignorancia hasta en las universidades.
En nombre de las ideología y de lo políticamente correcto nos están sometiendo al ostracismo, al miedo y la mentira. Hoy te hacen agachar la cabeza ante la acusación popular, como en otro tiempo se hacía con los herejes. Una democracia que ha sido capaz de rescatar la inquisición con el señalamiento moral hacia todo el que discrepe de los principios de la agenda establecida. Así pasamos por el aro, acaso por la cama del mejor postor. Porque siempre hay cortesanos que se acuestan en el catre que más calienta, sin distinción de sexo o religión.
Ya está bien de tener miedo para pensar en voz alta; y aunque el Gran Hermano quiera controlarnos, hemos de plantarle cara. Estoy convencido de la fuerza social que podemos llegar a tener las insignificantes hormigas: grano a grano, palabra a palabra, idea consecuente y valor solidario puede resistir al absolutismo globalista que nos invade.
Por eso escribo como quien arroja palabras: para romper la falsa culpa que deriva de la ideología, para despejar el campo de los miedos, sobre todo, para sentir la apacible frescura de la libertad. Quiero hablar de toros sin miedo a los escraches animalista; deseo hablar de Hispanidad ante la leyenda negra que nos impusieron los enemigos de España; quiero profesar la religión de mis padres sin que me persiga el secularismo de turno; quiero libertad de opción para la enseñanza de mis hijos sin la imposición ideológica del gobierno; aspiro a elegir la sanidad que me apetezca sin la imposición determinista de los sindicatos; quiero votar sin la presión ideológica de los pensamientos monolíticos, y hablar sin miedo, y protestar por indignación, y ser libre sin el señalamiento vergonzante de lo políticamente correcto…
Mantengo la memoria de mis abuelos en la misma proporcionalidad que cualquier otra memoria, sin la distinción arbitraria de las actuales leyes y con el único propósito de alcanzar la paz verdadera, aquella que supera el rencor de quienes se aprovechan de él. No quiero ser subordinado de ninguna ideología dominante; desde luego de la existente.
Que nadie amargue la vida de nadie por pensar diferente, con tal de que sea la razón el contenido de los argumentos. Que ya está bien de seguir luchando contra los sentimentalismos que nos dividen y no por las razones que nos alimentan. Que ya está bien que haya más ineptos que adoquines y sean quienes nos estén mandando; y además se aprovechen de nuestra ignorancia emocional. Escribo como quien arroja palabras…
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