11 de julio 2024 - 03:07

El cine americano, que tan buenos ratos nos hace pasar, tiene el grave perjuicio de tergiversarnos la historia hasta el punto de dar por cierto que las cosas pasaron tal como lo cuenta Hollywood.

Es difícil imaginar una Cleopatra que no tenga la belleza de Elizabeth Taylor, o un vaquero sin el careto de John Wayne. También creemos que la esclavitud se resume en la sirvienta de Escarlata O’Hara ajustándole el corpiño, en lo que el viento se llevó...

Pero la esclavitud no solo es esa. Quizás esa no lo sea. Esclavos ha habido siempre en todas las civilizaciones y de todos los colores. Negros africanos tenían como esclavos a otros negros africanos. El imperio otomano tenía esclavos negros y blancos. Los aztecas tenían esclavos de su mismo color a los que se comían en pepitoria.

Los turcos tenían por costumbre acercarse a las costas italianas, españolas y portuguesas para recolectar esclavos. Este vicio se lo corregimos en la batalla de Lepanto y, de paso, salvamos a Europa de la invasión del infiel. España sabía lo que era la invasión de la morisma desde la batalla del Guadalete; perdón, desde la Batalla de Tarifa, porque Jerez sigue perdiendo enteros en la historiografía nacional.

Como si de un salto con pértiga se tratara, la morería del Siglo XXI ha brincado hasta el corazón de Europa. Buena parte de Francia, toda Bélgica, Holanda y Alemania colonizada por unos veinticinco millones de musulmanes que odian sus vicios sexuales y desprecian a sus mujeres. Por ironías de la vida, feministas y colectivos Lgtbiq+, fomentan el antisemitismo y el buen rollo con los que no comen jamón.

La construcción de esta Eurabia moruna y antiamericana está prácticamente hecha. Pero ya no podrán acudir a España para que les salve, porque no tenemos a un Juan de Austria al frente de las galeazas imperiales; tenemos a Pedro Sánchez con una Margarita Robles comandando un barquito de cáscara de nuez.

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