El coronavirus no solo ha traído aparejada consigo la 'nueva normalidad'. Es más, una vez superado el estado de alarma, hemos tornado a una nueva anormalidad palpable, secundada por personas que pueden describirse lamentablemente con el mismo apelativo. Y los hay "más que botellines", que diría Manuel Ramírez Fernández de Córdoba, que los llamaba con otro sinónimo mucho más llano y entendible para el lector.

Ha sido durante estos meses de frío confinamiento donde filósofos y buscadores de utopías sociológicas veían en el distanciamiento social un atisbo de evolución. Los había que aseguraban -la que escribe estaba entre ellos- que esto nos haría mejores seres humanos, capaces de ver en la tragedia un resquicio para sacudirse el polvo y el lastre de tantos años de miradas al ombligo. Personas más solidarias, menos egoístas, más respetuosas con lo que nos rodea o un poco más consecuentes. Pero homo homini lupus que dirían los que entienden de esto. De modo que lo que era panacea contra la deformación no ha hecho más que confirmar la norma. Solo hace falta darse un garbeo por La Alameda de Sevilla o por las primeras líneas de playa, donde sufridos hosteleros rezan lo que saben para no pegarse el castañazo con una temporada que va al 50%. Las plegarias han tenido que ser escuchadas por el Altísimo porque en el fin de semana en el que se inaugura el preciado y libérrimo verano, los anormales lo han hecho suyo como si este no se repitiera en los años que nos quedan.

Paellas compartidas, toallas vecinas y agua de mar purificadora y antivírica han poblado este fin de semana las redes sociales. Encuentros de verano de la nueva situación que nos queda por vivir, la nueva anormalidad, que bien podría permutarse por otro prefijo, la subnormalidad. Ojalá poder decir también que es nueva, parafraseando a nuestro querido presidente, pero de esto ha habido tanto a lo largo de los siglos, que sería falso.

De subnormales está el mundo lleno y ni una pandemia acaba con ellos. Los que olvidan rápido, los que no toman las medidas de seguridad necesarias, los que saludan con besos a los amigos de amigos, los que creen que todo esto ha sido un cuento chino que se ha ido por donde vino. A todos ellos, anormales de pro, les deseo que la nueva normalidad les sea liviana, como la tierra que pisan, como en la que descansan los 30.000 nombres que no han podido vivir otro verano normal.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios