Por un alto el fuego en España, como en el Líbano
Otoño miope
Con esto de los móviles y las tabletas está aumentando la prevalencia de casos de miopías sin solución y ya es el primer otoño en el que no vemos ni tres en un burro a media distancia. Orejeras aparte, está por ver, que dentro de setenta años seamos testigos oculares de tantas imbecilidades porque, lo normal sería que, con el paso del tiempo, nuestros nietos vivan mejor, con mejor criterio y siendo protagonistas de sus decisiones y de su forma de querer vivir su existencia. Hecho que, actualmente, es harto difícil. Esperemos, que en los años finales del siglo XXI hayamos aprendido la lección porque lo que es ahora, andamos a ciegas.
Siguen llegando noticias de bombardeos en medio mundo con el beneplácito de a quienes les resbalan y acaban por asumir que el almuerzo y la cena de cualquier pueblo de occidente, en vez de con un buen sherry o un montilla moriles, se marida viendo imágenes escabrosas de niños amputados o de cadáveres alineados. Seguimos siendo testigos involuntarios de miles de desigualdades insolidarias que ni nos hacen sentirnos responsables ni son capaces de cambiarnos de actitud para afrontarlas. Estamos imbuidos de tal marea de frialdad, que no somos capaces de entender lo que se sufre en pateras de mala muerte o en centros de acogida con condiciones infrahumanas, que ni nos permiten ver como iguales a quienes nos piden auxilio a su manera, por no tener un techo, un plato de comida o una camiseta para calentarse.
Vamos en sentido contrario, atascados y sin frenos, como la autovía Cádiz-Sevilla, preocupados por los sucesivos caos diarios de la estación de Santa Justa, las cifras crecientes de apartamentos turísticos sin control, el mamarracho de las celebraciones fenicias de una Gadir irreconocible o las magnas marianas que, a este paso, van a invadir media Andalucía a modo de nuevas invasiones sacras convenientemente autorizadas.
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