Encabezo esta memoria con el saludo con el que habitualmente tantos nos hemos dirigido a él en la multitud de actos que compartimos en nuestra parroquia de San Miguel y en la Hermandad Sacramental del Santo Crucifijo de la Salud y María Stíma. de la Encarnación, cuya Dirección Espiritual Perpetua ostenta.

El pasado día 5 de octubre, D. Ángel Romero Castellano, tras una larga e intachable vida de ministerio sacerdotal entregaba su alma al creador del mismo modo que le había servido durante toda su vida, más preocupado por las responsabilidades adquiridas para los próximos días que no iba a poder atender que por la propia gravísima enfermedad que ya derrotaba su cuerpo.

Desde el 29 de septiembre de 1970, hasta el pasado día 10 de este mismo mes desempeñó el curato parroquial de San Miguel, fecha en la que entregaba oficialmente dicha responsabilidad a su sucesor, en un acto entrañable presidido por nuestro pastor diocesano D. José Mazuelos Pérez. El 29 de septiembre, festividad de San Miguel, asistía ya como párroco emérito a la apertura del nuevo curso parroquial y el día 2 del corriente nos reunía a familia, feligreses y amigos en la que a la sazón sería la última celebración de su onomástica, los Santos Ángeles Custodios, completando en apenas un mes la despedida de toda una vida de entrega, dedicación y servicio a los demás.

D. Ángel Romero Castellano nació el 24 de diciembre de 1928 en la sevillana localidad de Lebrija. De niño ingresó en el seminario menor diocesano de Sevilla, donde inició sus estudios que luego continuó en el mayor de la misma localidad, en el que finalmente completó los teológicos de la carrera eclesiástica ordenándose sacerdote el 15 de junio de 1952 con 23 años.

Desde su llegada a nuestra ciudad, D. Ángel se incardinó en ella a través de la vida parroquial en momentos particularmente complicados para aquella y la Iglesia, la recién iniciada puesta en marcha de los cambios promulgados a partir del Concilio Vaticano II, los muy próximos a producirse por la transición de régimen político nacional que tuvo lugar pocos años después y el comienzo de la singladura del obispado de Asidonia-Jerez, contribuyeron a una serie de transformaciones sociales, eclesiásticas y de relaciones institucionales, que fraguaron en D. Ángel una vinculación especial con la parroquia, el barrio y a través de ellos con la ciudad de Jerez, de manera que no pudo entenderse el barrio y la parroquia de San Miguel sin él, del mismo modo que él resultaba inseparable de aquéllos. Siéndole concedido por todo ello el nombramiento de Hijo Adoptivo de nuestra ciudad en el año 2015.

Enumerar aquí los grandes méritos de su largo ejercicio pastoral, eclesiástico o cultural sería demasiado prolijo. Su gran mérito es la trayectoria de su vida, ejemplo de responsabilidad, compromiso, servicio y comunión eclesial, tras más de sesenta y cinco años de ordenación sacerdotal.

A partir de ahora nos resultará muy extraño deambular bajo las centenarias bóvedas de San Miguel sin encontrarnos con su singular figura, movernos a la devoción con su cuidado ceremonial litúrgico, dejarnos guiar por sus sabios consejos, aprender de sus ingentes conocimientos teológicos o no recibir alguna que otra llamada de atención suya cuando las circunstancias así lo requerían.

En su despedida como párroco, entendió que debía pasar el relevo a un sacerdote más joven, acorde con los nuevos tiempos, con la fuerza y vigor que a él ya se le resistían y con otra visión de la sociedad y la Iglesia actuales, para finalmente, él que en el confesonario había perdonado a tantos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en un ejercicio de enorme humildad pedir perdón a todos los que hubiera podido faltar en algún momento.

En estos momentos de dolor y pesadumbre por su perdida, solo puedo decir que me he honrado en conocerle, querido D. Ángel, R.I.P.