Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Análisis

Felipe Ortuno M.

La soberbia: aviso para creyentes... o no

La sagrada escritura previene contra la soberbia en multitud de citas

Enel principio era el orgullo. Fue el primer acto libre que posicionó al hombre frente a la creación. La historia desde entonces anda errática y repetitiva; si no fuera por ese puñado de héroes que buscan la verdad por caminos más apropiados y humildes. Persistentemente, en todos los estados, condiciones y jerarquías, sobresale algún esqueje originario y edénico, que, adobado de actualidad, reproduce la soberbia prístina y primigenia. Siempre hay un tonto para cada día; y Dios quiera que no te topes con él. Cuando eres joven, el orgullo te posee sin darte cuenta, y hasta tiene cierta justificación que, a tan temprana edad, no hayas podido ver la posesión que ejerce sobre ti el demonio de la soberbia; pero ¡ay! si, peinando canas, no rechazas la propuesta de Luzbel (no vale la teñidura). Porque donde reina el orgullo no hay más dios que uno mismo, y eso es idolatría. Es una tentación que conviene reconocer, si se tiene talento, con el fin de darle batalla, porque quien alardea de no tenerla se parece al eunuco que presume de castidad, cuando en realidad, dicho en román paladino, no tiene lo que hay que tener.

La soberbia con sus derivados semánticos y carnales encierra en sí las siete patologías capitales, lo que antes se llamaban pecados, pero que, por mor de la modernidad, queda más psicológicamente aceptable dándoles este giro de laicidad registrada. En cualquier caso, es este orgullo el que, medioambientalmente cultivado, nos lleva al excusado de la mediocridad.

Tiene la soberbia muchas caras y muy buena vestimenta en todos los oficios; pues sabe estar muy bien acompasada con la ley y el dogma: le hace el rendibú al capo y razona con la hipocresía de la apariencia. Si no fuera porque ella misma se expone, porque es orgullosa, sería casi imposible descubrirla; siendo que se envuelve en figura de humildad. Y cuando esto hace, es la más rendida de todas las humildades ¡gran peligro! No es posible la paz estando ella de por medio, porque vive siempre en rivalidad con Dios; pues imaginad cuánto, con todo aquel que no lo sea, que somos la humanidad mayoritaria (exceptuando aquí a quien la lleve consigo, naturalmente).

El soberbio, lo es tanto, que hasta se siente orgulloso de haber alcanzado mayor humildad que el resto. Tonto es poco, que dice Mota: 'tonto pa siempre'. Porque se siente vanidoso por ser más que nadie en todo, y mejor que todos en la virtud, que ya es de nota. Incluso se vende con facilidad, se prostituye, si en la razón hay comida y cama, prestigio y posición o cualquier halago que le permita vestir su capa multicolor ante las gentes menudas por entre las que se abre paso a golpe de desprecio y vanidad: ¡Yo, llego yo, que se baje el santo de la procesión! No lo dudéis, el 'soberbio sapiens' es el mayor cerebro de los primates, aunque no esté claro el verdadero tamaño de su pene, al decir de sesudos paleo-zoólogos.

La sagrada escritura previene contra la soberbia en multitud de citas, llegando a revelar que 'toda perdición tiene su origen en ella'. Debe ser verdad cuando vemos cómo mancha el carácter más noble, y cómo el viento derriba al pino más frondoso, o cómo el rayo hiere primero y con más fuerza la cima más prominente. Hay sociedades en que se vive de la apariencia, del escaparate, de la mucha estaca y poco cochino, que decía mi recordado Fray Jesús Fernández de la Puebla; así como individuos que, de similar modo, sobrestimando tanto su yo, viven por encima de su inteligencia, que es algo así como el pobre que vive por encima de sus recursos ¿no os parece idiota? Y pasa con las ínfulas de quienes se confunden con el cargo, y se vuelven inaguantables cuando están un poco arriba, que, van y vienen, para ser vistos y vistas en los espectáculos que haya, sean sacros o profanos. Qué difícil es guardar la medianía y el equilibrio, o al menos darse cuenta de los límites, para no creerse uno nacido para sí mismo, que es lo que les ocurre a todos los soberbios.

De esto abunda entre el común de bautizados, y aún entre ministros mayores, siendo pernicioso para el buen camino de la comunidad creyente, que, peregrina en la fe, siente cómo le ponen palos en la rueda, y piedras, y más cosas que no digo. Afortunadamente, Dios sigue trabajando en proyectos interesantes, pero - ¡ojo! - como antaño, con la ayuda indispensable del diablo, que es un soberbio.

'¡Dios, que todo lo ve, cuánto debe divertirse!'.

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