La ciudad y los días

Carlos / Colón

Adiós a Silver Kane

04 de marzo 2015 - 01:00

HA muerto Silver Kane. Era uno de los seudónimos de Francisco González Ledesma, tal vez el último de los esforzados obreros de la ficción que trabajaban a destajo para las colecciones de novelitas de quiosco. Casi dos siglos de producción de literatura popular se cierran con él, que tecleó como si la máquina de escribir fuera un pico o un azadón hasta pasar de los mil títulos, heredero de aquellos folletinistas como el sevillano Fernández y González o Julio Nombela, en cuyas voluminosas memorias Impresiones y recuerdos cuenta cómo dictaba a varios taquígrafos a la vez para responder a la asfixiante demanda. Francisco González Ledesma fue más que Silver Kane: unos orígenes muy modestos, una dura lucha por la instrucción hasta lograr licenciarse en derecho, una carrera literaria prometedora truncada por la censura y la supervivencia ejerciendo la abogacía y el periodismo, y escribiendo una novelita por semana. Afortunadamente en su madurez recuperó su nombre y su carrera literaria seria, ganando el Planeta en 1984 con una de las novelas protagonizadas por el comisario Méndez, su mayor personaje literario independiente.

Pero yo sólo leí a Silver Kane: todo lo que de vaqueros y terror publicó entre los últimos años 60 y los primeros 70 junto a otros compañeros de galeras como Clark Carrados (Luis García Lecha, fallecido en 2005) o Curtis Garland (Juan Gallardo Muñoz, fallecido hace justo un año). Cientos de novelas que en un mal momento perdí o tiré. Descuido o pedantería de los que me arrepiento.

Bajaba al quiosco, compraba la novelita y la leía sobre la marcha con finito placer (los modestos placeres finitos tienen también su lugar en nuestras felicidades). Algo quedaba por hacer o estudiar, pero qué quieren: si la infancia es el paraíso perdido que ignora el tiempo y la muerte, la juventud es el gozoso despilfarro de un tiempo que se cree inagotable.

No me arrepiento de haber perdido el tiempo leyendo las novelas de Silver Kane. Al contrario: cuanto más viejo me hago y menos tiempo me queda, más aspiro a perderlo. Junto al vértigo del descubrimiento de los grandes y hondos libros -en mi caso La montaña mágica, En busca del tiempo perdido, Lord Jim o El extranjero- que marcan la adolescencia, está el placer de lo pequeño hecho con talento. Y Silver Kane lo tenía, aunque fuera esclavizando a Francisco González Ledesma. Que descanse en paz le desea este lector agradecido.

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