Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Que hablen los otros, qué error
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Pocos leen hoy a Ramón Menéndez Pidal, cuyo inmenso prestigio como filólogo e historiador nutrió a varias generaciones de gentes de Letras. No poco ayudó a ello su longevidad pues, nacido en 1869, todavía en 1963 –¡con 94 años!– publicó un libro tan potente como El padre Las Casas. Su doble personalidad, hoy purgado por su muy negativa visión del dominico. Muchos años antes, en 1935, había iniciado el gran empeño editorial que significó poner en marcha la ciclópea Historia de España que lleva su nombre, clásica entre los clásicos, que siguió publicándose después de su muerte hasta completar la abrumadora suma de 68 tomos. En 1947, al aparecer por fin el tomo I, don Ramón escribió un prólogo, muy en la línea del hombre del 98 que siempre fue, que tituló Los españoles en la historia.
Leer a los maestros siempre resulta provechoso y, si no, vean el pasaje hallado en esa obra, consultada en estos días con otros fines, como pensado para el más rabioso hoy: “Desde antiguo se ha observado cuán fácilmente el español siente conmiseración por el que sufre el peso de la justicia y aun se pone de parte del culpable para que eluda la pena [...] Esto, en circunstancias coadyuvantes, conduce a extremos especialmente viciosos [...] Entonces el español desconoce la solidaridad social salvo en circunstancias muy ostensivas [... ] De ahí un común irrespeto a la ley, sea por juzgarla poco equitativa para el caso dado, sea por indeliberado desprecio hacia el interés colectivo [...] Ese abyecto placer, (es) gustado sobre todo por los gobernantes mismos en las decadencias, donde cualquier autoridad, alta o baja, cree amenguar su dignidad si se somete a los reglamentos obedecidos por el común de los ciudadanos, y partiendo de ahí cree perder la ocasión si no ejercita los reproductivos abusos a que su cargo público se preste”. Todo eso tiene un nombre, según don Ramón: Caciquismo; y un lema: Al amigo hasta lo injusto, y al enemigo ni lo justo.
Setenta y cinco años después de escrito este texto, y a pesar de que la literatura sobre los caracteres nacionales ha caído en el descrédito, nos hallamos ante un estado de cosas, en lo político y en la moral pública, que refrenda por completo la idea de Menéndez Pidal. La amnistía que se cocina, los indultos que se tramitan sólo son posibles en tiempos de profunda decadencia, de caciquismo descarnado con ropajes ya apenas democráticos.
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