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Buenas maneras

Hay quien cree que la buena educación sólo sabe adular, pero eso es porque confunde suavidad con blandura

Al principio, mi vanidad lo confundió con admiración. La alumna tan guapa que se sentaba en la tercera fila seguía mi lectura poética en aquel IES con unos ojos muy grandes y la boca abocetando una delicada sonrisa. Luego, me recordé a mí mismo y deduje que aquello no era posible. Sopesé la posibilidad de que fuese el atractivo de la pura poesía, y me alegré, porque falta le hace. Pero al final caí en que no: era simplemente buena educación. Tan desacostumbrados estamos a ella que casi no la reconocemos cuando llega o cuando vuelve. Nos deslumbra.

No fue decepción, sino alegría. Porque la buena educación suple y supera a la admiración personal. Ésta siempre es algo circunstancial, por un cabo, y por el otro, un tanto vanidosa; mientras que la buena educación rinde tributo a lo más sagrado, que es ser otra persona. Quien te admira puede y suele estar equivocado; no quien te regala el reconocimiento de su buena educación.

También puede ser fierísima. Permite hacer críticas que no osaríamos sin su fermosa cobertura. Hay quien imagina que la buena educación sólo sabe adular, pero eso es porque no habla el idioma y confunde suavidad con blandura. Quien está en el secreto sabe detectar en un titubeo mínimo una seria advertencia o en una sonrisa velada una melancolía profunda. Las cosas más profundas se dicen en silencio.

Claro que las más de las veces la buena educación es buena. ¿Y cómo no, si es filósofa y hasta profetisa? Sabe que existir es ya un grado de excelencia. Por neotomismo y no por frivolidad ni por pereza, tiende al asombro y a la alabanza. Por eso es profeta: porque ve de lejos la semilla de la excelencia. A veces, un libro, en la apresurada primera lectura, me ha gustado lo justo, pero he contestado al autor de la forma más afable, por consideración a su esfuerzo o por afán de subrayar más que nada lo positivo. Después he vuelto a leer el libro y era mucho mejor de lo que entonces, a toda prisa, consideré, y he dado las gracias al hada protectora de las buenas maneras por no dejarme pecar de cicatero o miope, aunque lo fuese.

Protestar de que escasea la buena educación es de mala educación. Uno se tiene que concentrar en ejercerla, no en echarla en falta. ¿Y no echará de menos que le traten a él con más consideración? Bueno, puede, pero es que también hay que autoejercérsela, con algo de ironía. La buena educación bien entendida comienza por uno mismo.

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